Freud le  dedicó un gran interés teórico a la cuestión del humor y de lo cómico en  general. Un libro entero está dedicado al tema: El chiste y su relación con lo inconsciente. También el artículo  titulado simplemente así: “El humor”.  
Para él:  
        
          
            El proceso  humorístico puede consumarse de dos maneras: en una única persona, que adopta  ella misma la actitud humorística, mientras a la segunda persona le corresponde  el papel del espectador y usufructuario, o bien entre dos personas,   una de las cuales no tiene participación  alguna en el proceso humorístico, pero la segunda la hace objeto de su  consideración humorística. Para detenernos en el más grosero ejemplo, cuando el  delincuente que es llevado al cadalso un lunes manifiesta: «¡Vaya, empieza bien  la semana!», desarrolla él mismo el humor, el proceso humorístico se consuma en  su persona y es evidente que le aporta cierta complacencia. A mí, el oyente no  involucrado, me alcanza en cierto modo un efecto a distancia de la operación  humorística del criminal; registro, quizá de manera semejante a él, la ganancia  de placer humorístico. (Freud: 1979, p. 157) 
           
         
        .Algo  elemental se nos plantea con el ejemplo extractado: si la mayoría de los  moribundos que asistimos tuvieran el beneficio de este proceder cómico, la  sutileza subjetiva del condenado al patíbulo, nuestra función quedaría  rápidamente en cuestión, nuestro trabajo correría cierto riesgo de disminuir o  tendería a desaparecer. Nadie podría sugerir, salvo vaga alusión a un cuadro  maníaco, que ese condenado necesita un analista o un psiquiatra, o un  psicoterapeuta, tomado este rol en el sentido más vasto del término. 
           
No sabemos  nada del condenado, sólo podemos tomar su lugar de enunciación como la pieza de  nuestro análisis. Para el sujeto así plantado, la soga ya puede apretar lo  suficiente. El verdugo, seguir el procedimiento sin pena y sin gloria. 
        En el  artículo mencionado, “El humor” (1927), Freud despliega una explicación rica en  sus consecuencias clínicas. A tono con su segunda tópica, Freud incluye y evalúa  la hipótesis del superyó y un modo de funcionamiento particular de esta  instancia en el proceso humorístico. Modalidad que permitiría que el superyó y  su vasallo, el yo, momentáneamente no entren en conflicto.  
        Freud está  interesado en el proceso metapsicológico y en sus consecuencias subjetivas: “No  hay ninguna duda de que la esencia del humor consiste en ahorrarse los afectos  a que habría dado ocasión la situación y en saltarse mediante una broma  la posibilidad de tales  exteriorizaciones de sentimiento.” (Freud: 1979, p. 178) 
        Sobre el proceso en sí, un breve resumen de la  explicación freudiana:  
        
            - Que, a contrapelo del sentido común teórico, en el proceso humorístico no  estaríamos en presencia de un superyó como amo severo sino con uno que  consiente que el yo tenga una pequeña ganancia de placer.
 
            - Que el superyó, cuando produce la actitud  humorística, no hace sino rechazar la realidad y servir a una ilusión. 
 
            - Que el efecto del proceso humorístico tiene un  componente emancipador y enaltecedor.
 
             
        
        Volviendo  a nuestro paradigmático condenado. ¿Cómo describiríamos nosotros su posición  frente a su pronta muerte? ¿Como aceptación, esto es asunción de la realidad?  ¿Como resignación, especie de entrega voluntaria de sí mismo a otro ser o  entidad abstracta? ¿Como locura momentánea? 
        Freud no duda.  
          No es aceptación, puesto que la actitud humorística  rechaza la realidad.  
          No es resignación: “El humor no es resignado- dice-, es opositor; no sólo  significa el triunfo del yo, sino también el del principio de placer, capaz de  afirmarse aquí a pesar de lo desfavorable de las circunstancias reales.”  (Freud: 1979, p. 178-179) 
           
          Para Freud se trata pues de un triunfo del  narcisismo. Estaríamos pues en presencia de una renegación instrumental  ejercida por el superyó.  
        Pura Cancina, en El dolor de existir… y la Melancolía, hace un rastreo de estas  formulaciones freudianas y las lee en sus potencialidades y contradicciones  teóricas e incluye la perspectiva de Lacan en el asunto. “Para Freud lo cómico  puro estaba ligado a la voluntad de hacer surgir lo cómico, ponerlo de  manifiesto. Poner en cómico algo”. Es decir, una indagación centrada en el  proceso. “Con Lacan vemos que se trata de lo cómico puro, de hacer surgir el  objeto de lo cómico, que no es otra cosa que el sujeto en posición de objeto.  El sujeto así, en posición de objeto de lo cómico, pone de manifiesto eso que  él es más radicalmente, al mismo tiempo que, en verdad, no lo es” (Cancina:  1992, p. 157). 
          O sea que  además y más allá de la riqueza metapsicológica del proceso, estaríamos frente  a una potencial posición subjetiva.  
        No me parece ociosa esta referencia al superyó  porque conocemos en la clínica su veta cruel. Es habitual encontrar en la  atención de pacientes en situación terminal o de agonía, el furor extremista de  esta instancia: sea bajo la forma de un sentimiento de miseria existencial  (extensión de la miseria neurótica de cada quien); sea como un sentimiento de  vergüenza ante el estado de enfermedad y sus consecuencias disruptivas con  relación al ideal; o bajo el formato de la culpa, siendo la potencial muerte no  el pago de una deuda simbólica según el orden de las generaciones, sino la mácula  que ensombrece al ser, muchas veces en procesos francos de melancolización.  
          El ejemplo del humor parece mostrarnos otra cara de  dicha instancia….  
        A  propósito del tema que nos convoca, la experiencia muestra que no es posible  ayudar a morir, sin un preciso trabajo con las voces crueles del superyó que  atormentan al sujeto y no descansan, más bien se agudizan, hacia el final de la  existencia. 
          Hice este  paso por la letra freudiana, porque nos invita, a mi criterio, a preguntarnos  lo siguiente: si habría alguna operación psíquica (a construir), si no  humorística, al menos estructuralmente homologable, que pueda dar cuenta de un  posicionamiento no trágico frente a la muerte. 
          
        Un poco de clasicismo II 
          La doctora  Kúbler-Ross, famosa tanatóloga, tuvo el mérito de haber trascripto el registro  de las entrevistas con sus pacientes. Tenemos esos relatos extractados en su  libro Sobre la muerte y los moribundos,  un texto clásico que, más allá de posturas teóricas de cada quien, se trata de su libro clínico.  
           
Es conocida,  y aún hoy sigue siendo referencia teórica para muchos, la descripción de las  fases por las que pasa el paciente próximo a morir, según la doctora Ross: Ira,  Negación, Negociación, Depresión, Aceptación.  
 
La autora  no presenta dichas fases con ingenuidad. Afirma en diferentes oportunidades que  puede alterarse el orden de las mismas o aún que el proceso psicológico puede  quedar detenido en alguna de ellas, antes de la estación final, la aceptación.  Sin embargo, no deja de plantearlas como un tránsito ideal.  
        
          
            Si un paciente ha tenido  bastante tiempo (esto es, no una muerte repentina e inesperada)  
              y se le ha  ayudado a pasar por las fases antes descritas,  
              llegará a una fase en la que su  “destino” no le deprimirá ni le enojará. […]  
              Deberíamos ser concientes  del inmenso esfuerzo que se requiere  
              para alcanzar esta fase de aceptación, que  lleva hacia una separación gradual (decatexis)  
              en la que ya no hay comunicación  en dos direcciones. 
              Hemos encontrado dos  maneras de conseguir este objetivo más fácilmente.  
              Una clase de paciente lo  conseguirá sin casi ayuda ambiental,  
            excepto una comprensión silenciosa y la  ausencia de interferencias. (Kübler-Ross: 2009, p. 147.) 
           
         
        Se refiere  al paciente anciano, tal vez algo ingenuamente al volver a ubicar la cosa en un  plano ideal, asociando vejez a sabiduría y a un abandono sosegado de la  existencia… 
        
          
            Otros, menos afortunados,  pueden alcanzar un estado físico y psicológico similar cuando tienen bastante  tiempo para prepararse para la muerte. […] Hemos visto morir a la mayoría de  nuestros pacientes en la fase de aceptación, sin miedo ni desesperación.  
           
         
        Sin miedo  ni desesperación… 
          Es una  casuística que invita a algunos a la envidia, para otros a la sospecha. 
           
          Jean  Allouch, psicoanalista francés, dice que la práctica de la afamada psiquiatra  no se basaba en otra cosa que en la sugestión. Para este autor, el eje de  la crítica es qué se entiende por realidad y las relaciones que se fomentan del  sujeto en función de la misma. Sugestión, lo sabemos desde temprano en la teoría,  implica la posición de alguien en lugar del ideal, de Otro imaginario sin  tacha, manipulando los hilos subjetivos del paciente.  
           
          A  propósito, es un ejercicio interesante leer las entrevistas de la doctora.  
          Es verdad  que en algunas de ellas puede encontrarse un posicionamiento de la  entrevistadora en la que busca un acuerdo con relación al sentido de la cosas y  al sentido de los dichos del sujeto (“es evidente que lo que usted está  queriéndome decir es x”, “coincidiríamos en que su real problema es y”).  
          Y se nota  también el interés por asfaltar el camino que lleve a la aceptación… 
          Llegados a  este punto, y en tren de ayudar, no parece menor preguntarnos qué noción  aplicamos nosotros mismos en nuestro quehacer clínico acerca de la realidad y  qué pretendemos de nuestros pacientes con relación a ella. Para el caso, que  idea de aceptación manejamos y bajo qué constructo teórico. 
          Es una  pregunta por la abstinencia en juego 
        A  determinada altura de su texto Kúbler-Ross cita a Bettelheim. Quiere apoyarse  en esta cita para ubicar cierta cuestión con relación al narcisismo. Dice  Bettelheim sobre la primera infancia: “En realidad era una edad en la que no se  nos pedía nada y se nos daba todo lo que queríamos. El psicoanálisis considera  a la primera infancia una época de pasividad, una edad de narcisismo primario  en la que el yo lo es todo”. 
          Para la  doctora se trata de un retorno. Cito: “Así que, quizás al final de nuestros  días, cuando hemos trabajado y dado, disfrutado y sufrido, volvemos a la fase  en la que empezamos, cerrando el círculo de la vida.” 
        Que la  vida sea simétrica y/o circular no sé si es un pensamiento clínico. Pero la  referencia al narcisismo no puede dejar de interrogarnos.  
          Ya sea con  el aporte que nos dio el texto freudiano, ya sea al modo de las intervenciones  ¿yoicas? ¿sugestivas? propuestas por Kübler-Ross, lo cierto es que estamos en  el centro de una problemática que nos obliga a articular y dar respuesta  clínica a la cuestión de la muerte y su enlace/desenlace con el narcisismo.  
          En otro  texto mencionaba que, en mi opinión, la clínica con pacientes terminales podía  describirse de cuatro modos: como una clínica de la urgencia, una clínica de la  renegación, una clínica del desamparo y una clínica de lo originario. 
          Por  clínica de lo originario me refería sobre todo a estos rodeos por la cuestión  del narcisismo. Qué noción de narcisismo manejamos y que técnica en función de  esto aplicamos en la cotidianeidad de nuestra práctica. Narcisismo, superyó,  ideal del yo… realidad. 
        Al menos  dos preguntas, para poder ayudar a nuestros pacientes:  
        
          - ¿Qué y  cómo, de la constitución psíquica originaria, se está jugando al final de la  existencia?
 
          - Frente al horror  narcisista ante la muerte, ¿con qué tipo de palabra se acompaña?
 
         
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