Revista Argentina de Humanidades y Ciencias Sociales |
Volumen 11, nº 2 (2013) |
El asombroso Gauss: procesos de apropiación del conocimiento científico en espacios escolares |
por Esteban Nicolás Medici |
Estudiante avanzado de la Licenciatura en Antropología Social de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (sede Olavarría) |
nicomedici@hotmail.com |
Resumen |
El presente trabajo fue elaborado a partir de los resultados obtenidos en el estudio titulado “Ciencia en y fuera de las escuelas. Sentidos y prácticas científicas en estudiantes de nivel medio”, llevado a cabo a partir de una beca “Estímulo a las Vocaciones Científicas 2012” del CIN. En este artículo se busca dar cuenta de los procesos de apropiación del conocimiento científico en espacios escolares; tomando a las clases que se desarrollan en el aula y los talleres orientados a la preparación de los estudiantes para las olimpíadas como los dos ámbitos privilegiados de observación y análisis. Se pretende, por otro lado, relacionar dichos procesos con las concepciones de ciencia que sostienen los alumnos del establecimiento en el que se llevó a cabo toda la investigación. El trabajo de campo etnográfico fue realizado en una escuela de educación media nacional dependiente de una universidad pública. |
Palabras clave |
Ciencia, escuela media, procesos de apropiación. |
Amazing Gauss: processes of appropriation of scientific knowledge in school spaces |
Abstract |
This paper was prepared from the results of the study entitled “Science in and out of school. Meanings and scientific practices of students in the middle level of teaching”, supported by a research grant “Estímulo a las Vocaciones Científicas 2012” of CIN. This article shows the processes of appropriation of scientific knowledge that are developed in different school contexts; observing classes taking place in the classroom and workshops aimed at preparing students for school competitions. It pretends to connect the mentioned processes with the representations about scientific knowledge of institution’s students. The ethnographic fieldwork was done in a middle level school dependent on a public university. |
Key words |
Science, middle level school, processes of appropriation. |
Para citar este artículo: Rev. Arg. Hum Cienc. Soc. 2013; 11(2). Disponible en internet: http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v11_n2_06.htm |
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Introducción |
El presente trabajo fue elaborado a partir de los resultados obtenidos en el estudio titulado “Ciencia en y fuera de las escuelas. Sentidos y prácticas científicas en estudiantes de nivel medio” (dirigido y codirigido por la Dr. Dora Luján Coria y el Mg. Gastón O. Marmissolle), llevado a cabo a partir de una beca “Estímulo a las Vocaciones Científicas 2012” del CIN. Las actividades de investigación necesarias para cumplir con dicho plan se inscriben en el Proyecto Estudios en Comunicación y Cultura en Olavarría (ECCO), radicado en la Facultad de Ciencias Sociales - Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. A partir de las preguntas y distinciones conceptuales antes expuestas, se decidió trabajar con las clases y talleres de matemáticas. Por otra parte, debido a que existen varias clases de matemática en el establecimiento (a cargo de distintos docentes, con distintos alumnos y en distintos años); se decidió privilegiar el abordaje de aquellos ámbitos en los que sea posible la observación de los mismos actores en situaciones diferentes. Las clases de matemática en Nacional Cada encuentro se corresponde con uno o más de uno de los momentos que se cristalizan en el anterior esquema. Dadas las explicaciones generales durante las primeras clases en las que empieza a desarrollarse cada unidad temática, la dinámica de los siguientes encuentros en el aula gira en torno a dos momentos. Por un lado, la resolución (de forma individual o grupal) de los ejercicios de la “práctica”; y, por otro, la corrección de los mismos. Cuando se menciona la “práctica”, se está haciendo referencia al material elaborado por la docente que reúne la serie de ejercicios con los que los estudiantes trabajan a lo largo de las clases. Ésta complementa a la “teoría”[1], documento que recopila aquellos conceptos vertidos por la docente en cada explicación. La mencionada resolución de los ejercicios suele realizarse grupalmente a pedido de la docente, quien marca qué puntos del práctico deben abordar los estudiantes. En general, la profesora da algunas sugerencias sobre cómo resolver y también orienta a los alumnos acerca de a qué prestarle atención (por ejemplo, la insistencia en “Quiero ver si ustedes pueden o podrían escribir las propiedades por ustedes mismos. La idea es ver si pueden identificar las propiedades”). Durante el paso de la docente por cada grupo que la solicita, la misma da explicaciones y aclaraciones sobre el tema y hace preguntas para que los estudiantes deduzcan las respuestas. “¿Cómo son las barras?”, “¿cómo son los números que están entre las barras? ¿Te das cuenta?”, “¿qué tipo de números nos da?”, por ejemplo. A su vez, insiste reiteradamente en la importancia de observar las propiedades e intentar “escribirlas” (es decir, enunciarlas). Sin embargo, a la hora de corregir los ejercicios, el protagonismo de la escena es acaparado por las “propiedades”. Como se afirmó anteriormente, la docente hace hincapié en todo momento en que los alumnos deben dar cuenta de las propiedades que les están permitiendo alcanzar la resolución del ejercicio. Y, a pesar de que las mismas están enunciadas en el apunte teórico (la “teoría”), ella insiste también en que los estudiantes intenten “ponerlas en palabras” y, además, que les quede escrita en sus carpetas. Esto último, también se repite con cada ejercicio corroborado en la socialización. El momento de la corrección es fundamental porque es cuando la docente va descartando ciertas formas de resolver los ejercicios. A este respecto, por ejemplo, en uno de los ejercicios, debe resolverse la ecuación: (x-3)2=4. Lo que la docente pretendía era que la misma fuese abordada a partir de los conocimientos vinculados al “valor absoluto de un número” (la unidad temática actual). Sin embargo, lo que uno de los alumnos planteaba era resolverla mediante la fórmula conocida como “bascara” (o fórmula de Bhaskara). De esta manera, la ecuación se iguala a 0 y se transforma en un polinomio de segundo grado plausible de ser resuelto con dicha fórmula. Éste era el “camino” conocido por los estudiantes. Pero no era el adecuado, debido a que se encontraba “fuera de contexto” (según la profesora). Esta vía “alternativa” puede ser, sin embargo, utilizada en la evaluación integradora porque ésta es, justamente, la instancia que “integra”, que “reúne” los contenidos del cuatrimestre. Sin embargo, si bien es un método lícito y válido, en el marco de la unidad correspondiente al “valor absoluto”; se espera que los alumnos resuelvan mediante los conceptos y los procedimientos a dicho tema asociados. Y son, en efecto, estos últimos los que se “consagran” a través de la escritura (para que les quede en el práctico). Puede decirse, hasta aquí, que la organización de cada unidad temática tiende a la fragmentación de los conceptos y los procedimientos de resolución. Fragmentación que se desprende y se potencia con la distribución de los “contenidos” a partir de los diseños curriculares; los cuales, según las docentes entrevistadas, son acordados entre los profesores de cada año de la misma área. Es decir, los contenidos se coordinan entre dichos actores. Y, durante las clases (como se ha dejado entrever más arriba), la organización de los contenidos también está presente en el discurso de la docente. Por otra parte, a diferencia de lo que ocurre en los talleres, la evaluación forma parte de la dinámica que se da en las clases. Ésta constituye el último momento que marcamos de dicha dinámica y, aún cuando no es próxima en el tiempo, representa una instancia que los estudiantes traen en todo momento a colación. Preguntan por cómo está siendo confeccionada, qué temas incluirá, si habrá ejercicios opcionales y demás interrogantes; los cuales la profesora no siempre contesta (porque aún no elaboró el examen o porque no “puede” hacerlo). Sin duda, las “evaluaciones integradoras” o simplemente “integradoras” (como le llaman en la escuela), constituyen el examen más desafiante para los alumnos; ya que se los pone a prueba respecto de todas las unidades temáticas “vistas” en el cuatrimestre. En el caso de las observadas, las mismas reúnen temas como sistemas de ecuaciones, resolución de ecuaciones cuadráticas y el valor absoluto. Un elemento, que consignaremos como un “objeto”, que forma parte de la dinámica de las evaluaciones son las “cajas de herramientas”. Así denominan los actores (la docente y los estudiantes) al compendio de elementos que los alumnos pueden tener “sobre la mesa” al momento de los exámenes. Básicamente, los mismos pueden utilizar todo aquello que consideren necesario, salvo ejercicios resueltos. Sin embargo, a pesar de la insistencia de la profesora para que los estudiantes “preparen” o “armen” sus respectivas “cajas”, registramos que la gran mayoría no las preparó al momento de la prueba. Uno de los problemas que muestran los estudiantes se vincula con las fórmulas y su utilización en la resolución de un ejercicio. A este respecto, reemplazan mal los datos o no saben hasta dónde deben resolver, por ejemplo. En muchos casos, los mismos se equivocan en los pasos subsiguientes en el proceso de resolución. Estos identifican que hay un error, pero no pueden dar cuenta de qué se trata o en qué paso se encuentra. En dichos casos, la docente marca el procedimiento en el que se no operaron correctamente o los errores que cometieron en las cuentas. Otra cuestión fundamental está en la aplicación de las propiedades. Los estudiantes saben que las mismas están ahí y sirven para resolver, pero no identifican en qué circunstancias utilizarlas o cuándo hacer simplemente un “despeje de x”. Esto se suma al hecho que también llegan a aplicar mal las propiedades. Otro problema fundamental para los alumnos se asocia a la respuesta que deben dar. En el caso de los sistemas de ecuaciones o las inecuaciones a partir del valor absoluto de un número, luego de hallar los posibles valores de “x”; estos deben presentarse en lo que se denomina “conjunto solución”. Sin embargo, durante la evaluación, los estudiantes parecen “olvidarse” de aquello o, directamente, no saber expresar de ese modo el “resultado” de sus procedimientos. Como se ha mostrado a lo largo de este apartado, la capacidad que se requiere a los estudiantes es la de relacionar el conjunto conformado por: ejercicios-enunciación algebraica-propiedades matemáticas. La división en temas específicos, que hacen a cada unidad temática, se vincula a la compartimentación de los objetos de conocimiento que se vierten en el aula. El desarrollo de dichas unidades comienza con explicaciones generales a nivel conceptual, mostrando cómo la dinámica de las clases tiende a jerarquizar los conceptos teóricos sobre las posibilidades de resolución de situaciones problemáticas. De hecho, la triple relación de la que se habló anteriormente se orienta, no a la posibilidad de encontrar la solución (o soluciones) a un problema, sino a alcanzar el resultado correcto en un ejercicio. Esta distinción, entre problema y ejercicio, será fundamental para comprender (más adelante) las diferencias en el modo en que se construye el conocimiento en los talleres y en el aula. Mientras que los problemas requieren una lectura minuciosa y atenta, ponen en juego la capacidad de los actores para traducir los enunciados del lenguaje coloquial al matemático y no poseen un método de resolución evidente u obvia; los ejercicios presentan en su propia enunciación aquello que debe hacerse para encontrar el resultado. La anterior diferenciación puede ilustrarse a partir de las consignas de la evaluación. En el caso de los ejercicios, por ejemplo, se lee: “Dada la ecuación x2+x-30=0 de raíces x1 y x2, calcular: x12-x22=” y “Resolver la ecuación y encontrar el conjunto solución: -2|x-5|+1=5-|-23|”. Para resolver estos ejercicios basta con identificar qué métodos utilizar: aplicar bascara, en el primero, y hacer la resta correspondiente con las raíces que arroja el cálculo; y, en el segundo, aplicar la propiedad multiplicativa y continuar luego resolviendo normalmente. Por otro lado, en la evaluación se presentan los siguientes problemas: “La siguiente función determina la cantidad de pacientes que ingresan en un hospital después de x días que empieza una epidemia de gripe: p(x)=-x2+60x+700. ¿Cuál es el día en el que ingresan más pacientes? ¿Cuál es la cantidad máxima de pacientes que ingresaron durante la epidemia? ¿Cuánto dura la epidemia?” y “El número de personas atacadas cada día por una determinada enfermedad viene dada por la función: p(x)=-x2+40+84, donde x representa el número de días transcurridos desde que se descubrió la enfermedad. (…) ¿Cuál es el número máximo de personas atacadas por la enfermedad? ¿Cuándo deja de crecer el número de personas afectadas por la enfermedad? ¿Después de cuántos días no quedarán personas enfermas?”. En los últimos ejemplos de problemas, en cambio, la solución no se desprende de la lectura superficial del enunciado. El estudiante que se posiciona frente a los mismos debe ser capaz de identificar qué es lo que tiene que hacer y, encontrados los posibles métodos de resolución, dar cuenta de qué significan los resultados obtenidos. No se agota, entonces, la cuestión aplicando una fórmula, utilizando las propiedades “vistas” o resolviendo analíticamente. Sin embargo, mientras que los ejercicios responden a la mayor parte de los elementos dados en la “práctica” y son obligatorios en la evaluación; los problemas corresponden a los elementos menos frecuentes en los trabajos prácticos y son de resolución opcional (para “levantar” la nota). Además, los mismos son los que, en clase, más les ha costado resolver a los estudiantes. Esta distinción entre ejercicios y problemas, sumada a la reconstrucción que se ha hecho hasta aquí de la dinámica de las clases y su relación con las capacidades que se jerarquizan en el aula; constituyen los rasgos centrales que hacen a los procesos de apropiación del conocimiento científico en las clases escolares. Reduciendo[2] el taller de matemáticas
Por otro lado, los estudiantes no realizan cualquier ejercicio dentro de todos los que contienen los cuadernos. Para el caso de R. y N., A. parece indicar de qué sección del libro deben extraer los enunciados sobre los cuales trabajar. A partir de esto, los alumnos tienen cierto margen de libertad para seleccionar qué hacen y qué no; aunque la docente presta atención a que los mismos realizan todos los tipos de ejercicios (de geometría, de conteo, etc.). En el segundo momento de la actividad, los estudiantes plantean dudas y hacen preguntas, las cuales son contestadas por las docentes a partir de las explicaciones correspondientes. Las mismas son siempre “prácticas”. Con esto nos referimos a que, en general, las profesoras intentan “dar pistas” a los estudiantes sobre cómo resolver los problemas abordados. Sólo se dedican a “explicar un tema” (conjunto de conceptos teóricos generales relacionados) en caso de ser necesario, pero siempre esta explicación está relacionada a la resolución de un enunciado. Por otra parte, el tercer momento remite a la corrección de los ejercicios; es decir, a la revisión de los resultados y, de ser necesario ante posibles errores, de las operaciones realizadas. Ambos momentos no siempre se dan de manera lineal (primero uno, luego el otro), sino que a menudo se superponen o hasta constituyen un mismo proceso dentro la resolución de los problemas. Una de las cuestiones más interesantes en este punto consiste en que, a la hora del planteamiento de dudas o la formulación de aclaraciones y explicaciones sobre los ejercicios, los roles típicos de los estudiantes y las docentes se conmutan. Esto es, en ocasiones los propios estudiantes explican a sus pares y los docentes requieren la opinión de los alumnos sobre tal o cual enunciado. O se convierte, en diferentes momentos del taller, en el foco de atención. Este estudiante, el de mayor edad y el más elogiado por las docentes, parece transformarse en una muestra del conjunto de facultades que se deberían alcanzar. Podría pensarse, incluso, en que O. se transforma en una suerte de “referente” para sus pares. Sin embargo, lo interesante aquí es preguntarse cómo se da esto, ¿se relaciona con una actitud propia del estudiante mayor o más bien remite al conjunto de afirmaciones y explicitaciones sobre este alumno que hacen las docentes? Claramente, la respuesta se orientaría hacia el segundo eje de este interrogante. Ahora bien, el cuarto momento del esquema con que hemos graficado (y, claro está, simplificado) la dinámica del taller se refiere a la “explicitación del razonamiento”. Con esto nos referimos al hecho de dar cuenta de cómo los estudiantes “pensaron” los ejercicios; es decir, de cómo llegaron a sus resultados. Este punto resulta nodal en el desarrollo del encuentro y parece constituirse como la piedra angular en el entrenamiento de los alumnos. El modo en que se piensan los ejercicios parece constituirse en la piedra angular del saber hacer del que se apropian los estudiantes. Sostenemos que la explicitación de los razonamientos es la pieza fundamental del entrenamiento de los estudiantes y, además, se constituye en la habilidad clave de la distinción de O. entre el “resto”. Es decir, este estudiante es “especial” (desde el punto de vista de los actores) porque poseería una facultad que otros no tienen, porque puede hacer las cosas de una manera que a otros “les cuesta más”. Y, lo que más parece asombrar a los participantes del taller, es que esta habilidad de O. aparece como “innata”; nadie le enseñó a pensar así, nadie le enseñó a resolver de esa manera los ejercicios. ¿Tiene O. un inherente don para las matemáticas? ¿Es un “prodigio”? No puede dejar de sorprender que un estudiante de primer año de secundaria realice ejercicios preparados para alumnos, al menos, un año mayores que él y que, además, comprenda con una inusitada rapidez temas “nuevos”. Aunque, de ahí a considerarlo poseedor de una facultad extraordinaria hay, en efecto, una distancia abismal. Entonces, evocando nuevamente los interrogantes antes mencionados, ¿tiene O. un inherente don para las matemáticas? ¿Es un prodigio? Nuestra respuesta no es necesariamente negativa (ya que no podríamos ni nos interesa evaluar la excepcionalidad intelectual de nadie); sino que se construye (y aquí sí, necesariamente) a partir de otros elementos. Anteriormente, identificamos a la capacidad para explicitar los razonamientos a partir de los cuales se llega a la resolución de un problema matemático (es decir, a la capacidad de poner esos razonamientos en palabras de manera fluida y de dar cuenta de ellos de manera escrita) como el centro de la diana al que apunta la formación o, si se quiere mencionar de otra manera, la preparación de estos estudiantes para su participación en las olimpíadas. Esta capacidad de explicitación del razonamiento no tiene que ver, al menos en este punto y al nivel en que lo estamos analizando, con el aprendizaje de conceptos teóricos o con el dominio de un tipo particular de método matemático. Casi por el contrario, se trata de un saber hacer. En otras palabras, puede hablarse aquí de un sentido práctico. “Sentido práctico” en un sentido muy similar al que se refiere Bourdieu en términos de aquellas racionalidades prácticas de los sujetos que se construyen en función de sus esquemas de acción y de percepción; y que, además, atienden a las condiciones específicas en que se elaboran (Bourdieu; 2007). La teoría de la práctica de Bourdieu nos habla de que los objetos de conocimiento son construidos a partir del sistema de disposiciones que se constituye en la práctica y que siempre están orientadas hacia la práctica. Este conjunto de disposiciones es, justamente, lo que el autor denomina habitus: “Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones” (Bourdieu; 2007:86). Por otro lado, el hecho de naturalizar la diferencia (por parte de las docentes) entre “todos los demás estudiantes” y “estos estudiantes” (los que tienen un interés y una habilidad “innata” para las matemáticas), y aún entre todos estos una suerte de “prodigio” entre los “ya aventajados”; forma parte del acto de institución (Bourdieu; 2007) de estas diferencias. Hasta aquí se dio cuenta de las instancias clave en el desarrollo de los talleres de matemática de Nacional. Por otro lado, se puso en evidencia, dentro de los cuatro momentos que diferenciamos, aquel que es considerado (desde la perspectiva de los actores) como el más importante: la explicitación del razonamiento a través del cual los alumnos llegan a las soluciones de los problemas. Ahora bien, ¿por qué esta instancia es tan importante? ¿Cómo son los problemas que propone la OMA? ¿Son utilizados en clase? ¿En qué aspectos se diferencia la actividad del taller con respecto al desarrollo de una clase de matemáticas en el marco del currículo escolar? ¿En qué marcos se construye ese saber hacer que distingue a los estudiantes que participan de las olimpíadas de matemáticas y, entre ellos, a O. en particular? ¿Qué operaciones por parte de qué actores permiten la construcción de un “genio”? En principio, como marcamos en anteriores apartados, el primer punto de inflexión en la distinción entre las clases y los talleres, consiste en el predominio en la utilización de ejercicios o problemas (respectivamente); atendiendo a la diferenciación que hicimos más arriba entre ellos. Además, según las docentes, la cantidad de estudiantes, la motivación de cada uno de ellos con respecto a la materia en cuestión y los contenidos en juego son las cuestiones centrales que pueden observarse como rupturas en la diferenciación entre la actividad áulica y aquella que se da en el taller. En este último espacio, el número de alumnos que concurre es notablemente menor que el de aquellos que asisten a clases. Esto permite, por otro lado, un trabajo personalizado que, según las docentes, no es posible sostener en las clases escolares. Sin embargo, el punto clave de ruptura parece ser la motivación de los estudiantes. “[...] el interés. Ya ahí es el punto de partida. [Los estudiantes que asisten al taller] Están más motivados. Ya eso es una cosa que para nosotros es el 50% ganado. Porque los chicos están motivados, les gusta hacer esto. Y en el aula vos tenés de todo”. Por otra parte, los contenidos en juego en los procesos de enseñanza-aprendizaje que se dan en el aula como aquellos que se dan en el espacio del taller, constituyen otro punto de ruptura entre el desarrollo de la actividad en una y otra instancia. Esto se relaciona con el hecho que los problemas con que se trabaja en las olimpíadas “[…] no entran en un único contenido de los que vos ves, de lo que desarrollás en clase”, según afirma una de las docentes. Los estudiantes deben aprehender conocimientos que muchas veces van más allá de lo “esperado” (según la lectura que se hace de los diseños curriculares); es decir, de lo que “deberían saber” según el año en el que están en la escuela. Incluso, los actores entrevistados dan cuenta que, directamente, muchos de los conocimientos que requieren los alumnos van más allá de lo que estos podrían aprender en la escuela. Además, puede observarse también que la progresión en el aprendizaje de los contenidos parece resultar mucho más veloz en el espacio del taller que en el del aula. ¿Por qué se dan estas diferencias entre la dinámica de uno y otro espacio? ¿Qué diferencia los procesos de apropiación de los conocimientos que se dan en el taller con respecto a aquellos se dan en el aula? ¿Por qué un estudiante puede, en el taller, aprender de manera más rápida que en la clase escolar? Para responder los interrogantes anteriores, es necesario volver a poner en escena a los problemas con que se trabaja en los talleres. Para su resolución, se requiere de la utilización de variados conocimientos, de la puesta en práctica de diferentes métodos y la aplicación de propiedades diversas. La clave se encuentra en el hecho que, si bien muchos de estos conocimientos, métodos y propiedades forman parte de los temas trabajados en el aula escolar; las prácticas que se desarrollan en el marco de las olimpíadas requieren su integración. Es decir, mientras que en la escuela los temas se dan “por separado”; en las olimpíadas se vuelve necesario combinar dichos temas. Aquí se encuentra el punto clave en la diferenciación entre el desarrollo de una clase escolar y el desarrollo de un taller en el marco de las olimpíadas de matemática. Mientras que la primera instancia el objetivo central consiste en que los estudiantes “aprendan” o “sepan” un determinado “tema”; el fin de la segunda se orienta a que los mismos sean capaces de “resolver” situaciones problemáticas. ¿Por qué se dan estas diferencias? ¿Por qué, a pesar de que en las clases escolares se pone en primer plano los conocimientos teóricos (propiedades de tal o cual operación, por ejemplo), los alumnos parecen no ser capaces de utilizar dichos conocimientos para resolver problemas? ¿Por qué los estudiantes que asisten al taller sí pueden hacerlo? La cuestión nodal reside en el desarrollo del taller. Aquí, los imperativos de los diseños se mantienen por fuera de la actividad. En su lugar, los cuadernos de OMA son los objetos (o cuasi-objetos) que organizan la actividad. Sin embargo, en vez de clasificar y ordenar “temas”, estos proponen problemas y legitiman ciertos modos de resolverlos[6]. Las situaciones problemáticas pasan al primer plano de la escena. Lo que se da, en realidad, es una inversión de la jerarquía construida al interior del aula. La pregunta cómo resuelvo adquiere aquí mayor preponderancia que la pregunta qué debo saber. Los conceptos teóricos son parte esencial en el desarrollo de las mencionadas situaciones problemáticas. Sin embargo, el modo de presentarlos en el espacio del taller, subordinados a la resolución del problema, permite entender por qué estos estudiantes logran lo que los alumnos en las clases no alcanzan. En el taller, los procesos de apropiación del conocimiento están atravesados por una tendencia hacia las formas de abordar problemas y encontrar las vías para resolverlos. Y, debido a la complejidad pero también a que desde su concepción dichos problemas poseen esta orientación eminentemente “práctica”, es que los alumnos que participan de las olimpíadas pueden “integrar” los conocimientos teóricos. Hasta aquí hemos puesto en tensión las relaciones entre la clase escolar y el taller de matemáticas; con el fin de mostrar cómo este último se constituye en el marco que permite, a los estudiantes que se preparan para participar de las olimpíadas de matemáticas, construir un saber hacer particular. “Saber hacer” enunciado en tanto sentido práctico; ya que el mismo consiste en el conocimiento de las reglas específicas de un juego también específico, de los modos de hacer y resolver ciertas situaciones, de las formas de desenvolverse en un determinado terreno. Hablamos de sentido práctico, justamente, porque se trata de la construcción de un conjunto de disposiciones que permiten que los actores entiendan cómo tienen que moverse y en qué dirección orientar sus estrategias de acción; en este caso en particular, dentro de las olimpíadas. Consideraciones finales |
Referencias |
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3. Olimpíada Matemática Argentina. Volver al texto |
4. Olimpíada Matemática Ñandú. Volver al texto |
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7. Ver Lahire, 2002. Volver al texto |
8. La traducción es nuestra. Volver al texto |
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Bibliografía citada |
Bourdieu, P. (2007). El sentido práctico. Buenos Aires: Siglo XXI. |
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