Con los trabajos aquí  presentados de valeria flores y María Laura Gutiérrez nos hemos propuesto  abordar una serie de preguntas, recorridos y cuestiones que nos permitan  reflexionar sobre la escritura académica, la producción de conocimientos, y su  relación con los cuerpos, las subjetividades, las prácticas de  investigación-transmisión. 
           
          Nuestro intento es que  funcionen como herramientas de trabajo, de reflexión en los espacios de  investigación y docencia. Nos interesa que sean materiales de trabajo en un sentido bastante literal: escrituras  que aborden el problema de la materialidad, de los cuerpos y de la producción,  que funcionen al modo en que los y las alquimistas conciben sus prácticas, en  relación a la transformación material de la vida.  
           
          ¿Por qué hemos  partido desde aquí? Muchas veces los artículos en revistas académicas circulan  sólo como lecturas específicas y especializadas, rellenan los índices de  revistas indexadas, se pierden y desaparecen entre los millones de resultados  de búsqueda que arroja Google y, en definitiva, se escriben para acreditar. 
           
          Sería  interesante usar estos textos efectivamente en las prácticas docentes, en los  talleres y espacios de formación y pensamiento, en los intercambios con las  amistades y afinidades de reflexión. Esto se nos ha presentado, entre otros,  como un horizonte de las escrituras. 
           
          La sociología y la  microhistoria, la antropología y el psicoanálisis, así como tantas otras  disciplinas, nos han mostrado que no hay “temas sin importancia” para las  ciencias sociales y las humanidades: todo acontecimiento humano,  socio-cultural, es pasible de ser interrogado por nuestras insistencias.  
           
          En las  últimas décadas las reflexiones feministas, unas ciertas epistemologías que  podemos llamar queer (1), las  investigaciones desde las disidencias sexuales y de género han abierto estas  reflexiones ya no sólo respecto de los temas y los contenidos, sino también en  torno a las formas de producir y escribir esos conocimientos, y  fundamentalmente a cuáles son los cuerpos y los discursos legitimados para  producirlos.  
           
          Las  epistemologías y las metodologías producidas desde los feminismos y desde las  prácticas descoloniales, arroja como resultado preguntas, problemas y  respuestas radicalmente diferentes a las que brinda el canon epistemológico y  metodológico que podemos llamar euro-falo-logo-centrado. Un ejemplo en la línea  sobre la que reflexionara la investigadora Linda Nochlin (2001) nos podría mostrar  que el llamado problema de la pobreza, tan remanido en los medios de  comunicación de hoy en día en nuestro país, podría perfectamente ser pensado  igualmente como el grave problema de la  riqueza, por quienes nos vemos afectadxs por las salvajes concentraciones  de capital, la apropiación de la naturaleza considerada como recurso y su  expoliación. ¿Podríamos preguntarnos cuál sería, por tomar otro ejemplo, la  historia de la brujería contada desde la perspectiva de las brujas? ¿Qué  podrían decirnos estas historias acerca de otros modos de producir y transmitir  saberes? Para todo esto es necesario reflexionar sobre quien o quienes están  planteando las preguntas y problemas que se naturalizan y legitiman, y a qué  propósitos sirven estos planteamientos.  
           
          No se  trata entonces de producir simplemente una especificidad para los estudios e  investigaciones feministas, “sobre el cuerpo”, o descoloniales. Se trata de  interpelar e interrumpir la matriz epistemológica que produce saberes y  subjetividades sometidas, a los intereses institucionales en detrimento de los  intereses afectivos, a los intereses del capital en detrimento de los intereses  vitales.  
           
          Hemos asumido aquí que el conocimiento y sus modos de producción no son  ni universales, ni abstractos, sino que se encuentran siempre racializados,  generizados, sexualizados y “clasificados”. Se articulan en instituciones  históricas, sociales, y por tanto en modos políticos de hacerse, sostenerse,  perpetuarse y/o transformarse.  
           
          Se ha naturalizado una producción de conocimiento pretendidamente  objetiva, despersonalizada y descorporizada. Con cierta comodidad e insistencia habitamos y sostenemos dispositivos que  nos desanclan de la sensación, la escucha y el saber del cuerpo. Efectivamente  se continúa produciendo discursos y saberes desmarcados, desodorizados,  desencantados, a temperatura-ambiente-shopping.  
           
          Pero a pesar de todo el dispositivo cultural que tiende a ocultar este  simple hecho, no hay conocimiento que no se escriba desde un cuerpo situado.  ¿Cómo podría escribirse desde otro lugar? El problema es de qué modo ese cuerpo  se hace presente en la escritura: tal vez negado, tal vez silenciado,  desaparecido, o tal vez, asumiendo los riesgos, deseoso, deseante, presente y  escuchado. Algo de esto acontece en las escrituras aquí presentadas, no por el  contenido de sus reflexiones solamente, sino por la apuesta poética de estos  cuerpos que escriben. 
           
          Si pensamos aún que el cuerpo, su escucha y su saber, se oponen a la  razón y al pensar, es quizás porque continuamos herederxs de un dualismo  cartesiano, esa gran partición colonial que organiza por ejes, correspondientes  y jerarquizados, a las clasificaciones mente/cuerpo, pensar/sentir,  razón/sin-razón. En esta episteme colonial, “mente, pensar y razón” forman  sistema, así como lo hacen también “cuerpo, sentir, sin-razón”. Pero el sistema  falla, algo se infiltra, todo se mezcla, cuando el cuerpo tiene, busca y  esncuentra su propia razón, sin oposiciones, y el pensar se concibe como una  práctica corporal. ¿Y qué otra cosa podría ser, dado que nos involucra por  enterxs? 
           
          Fundamentalmente, y aunque parezca de más aclararlo, desde estas  perspectivas el cuerpo nunca coincide con el yo, ni con la identidad, ni con lo  subjetivo. En los términos que nos interesa, no coincide tampoco con algo que  podemos reivindicar como una propiedad, no coincide con una mónada individual.  El cuerpo es un territorio de ensayos y de disputas, es fundamentalmente  colectivo, poblado de multitudes, y es un territorio a ser creado. Toda  investigación porta sus tensiones, su cartografía antagónica, sus  contradicciones, y pretender superarlas, a la manera dialéctica, es pretender  silenciar las multitudes que habitan el cuerpo, y nos dicen diferentes cosas,  incluso y por momentos, contrapuestas. Explicitar antes que superar, evidenciar  la trama política de nuestras preguntas, eso sea tal vez prestar escucha al  cuerpo en la producción de conocimientos.  
           
          Por todo esto el cuerpo no se cierra en un sujeto, sino que es el borde  por el cual el sujeto, seguro y cerrado sobre sí mismo, se deshace. El cuerpo  puede ser una caja de resonancias en donde las preguntas floten, cuajen,  emerjan… ¿qué sentido tiene? ¿qué sentidos tienen las investigaciones que  llevamos adelante y sostenemos? ¿Para qué y de qué manera sostenerlas? Estas  preguntas, entre muchas otras, se hacen lugar en los cuerpos y desde allí  pueden ensayar, a condición de no pretender responderlas inmediatamente. Las  preguntas necesitan un tiempo de gestación que no son los de la respuesta in  situ, la argumentación y la discusión. Más bien un tiempo otro, un escondite,  un rincón, un rato. Un hechizo de protección.  
           
          Las preguntas, cuando laten, son  vulnerables como los cuerpos (2). Corren el riesgo de ser acalladas por  respuestas, tranquilizadas por verdades, o atropelladas sin más, conjuradas por  los poderes. Perseguidas y quemadas en la hogera inquisitorial. Necesitan del  espacio y el cuidado de nuestras brujerías, son lo vulnerable y lo vulnerado en  estos sistemas de vulneración que se ha dado en llamar las “sociedades del  conocimiento”, sociedades que conocen mucho y preguntan poco, sociedades que  acumulan, infinitos gigabites y terabites de información. 
           
          La filosofía de Spinoza (1983), vía Deleuze (2004; 2008), es tal vez,  como pocas en la tradición occidental que nos ha llegado hasta el siglo XXI, la  que ha sellado una alianza estratégica con la escucha del cuerpo. Frente a una  matriz metafísica que ha concebido la oposición entre cuerpo y alma como  radical y fundante, platónica y cristiana, Spinoza le opone un destino común a  partir del presupuesto axiomático de que lo que le pasa al cuerpo le pasa al  alma, y lo que le pasa al alma le pasa al cuerpo. Aquí no se trata de dominar  el cuerpo y las pasiones, aquí no se trata de silenciarlo para liberar el alma.  Aquí no se trata de espíritus bellos. La tormenta se ha desatado. Se trata de  fuerzas en tensión, afectantes y afectadas por los encuentros. Se trata de un  conocimiento de las relaciones, y no de las escencias. ¿Cómo se componen y se  descomponen estas máquinas cuerpos-almas? ¿Es la naturaleza otra cosa que  juegos de fuerzas en tensión, en transformación continua? ¿Existe realmente  “otro” mundo, más perfecto que éste, con el cual la vida debería ser medida? ¿O  se trata de conocer aquí las composiciones y descomposiciones que hagan posible  una vida más potente? El cuerpo así pensado es una incógnica, porque no es comparado  ni medido con una trascendencia, sino sólo puesto a prueba en el entorno de las  relaciones que establece, jugado en esas relaciones. No se sabe a priori lo que  un cuerpo puede, porque un cuerpo es la condensación de relaciones en  movimiento.  
           
          Y desde aquí resulta interesante hablar de los saberes y de la escucha  del cuerpo. Para quienes nos dedicamos a las prácticas de docencia, a la  creación de saberes, muchas veces la escucha del cuerpo se nos presenta en la  forma de temas y problemas “muy personales”, en escrituras en primera persona  (del singular o como en este caso, del plural) y poniendo en juego las  experiencias de una o muchas vidas. Suena entonces de fondo, como un eco, el lema  feminista “lo personal es político” (3). La sensación de incomodidad frente al  registro “personal”, como la primera persona del singular, frente a la  presencia de la propia experiencia, todavía persiste cuando se trata de  trabajos académicos, aún para algunxs de nosotrxs, en nuestras propias  escrituras. Así de profundo ha calado en las llamadas ciencias sociales y  humanas el mandato de objetividad, distancia y borramiento del sujeto productor  de conocimientos.  
           
          Pero  no interesa que se trate tampoco, como una nueva moda académica, de un “mandato  del yo”, una exigencia de narrar, a como dé lugar, la experiencia personal en  el medio de la escritura. Se trata exactamente de lo contrario. Más bien el  deseo es escapar al yo para abrir un lugar al cuerpo, a nuevos modos de saber y  de pensar en la escritura y en la academia, a una práctica vital y, por tanto,  política. No es el “giro autobiográfico” en el discurso académico lo que  buscamos (4). Este giro no sería nada más que la contracara exacta del objetivismo  cientificista. Allí en donde el discurso del Saber con mayúsculas se legitimaba  por pretensión universal, allí el sujeto del conocimiento realmente nunca  desapareció, siempre se erigió como sujeto de razón, como sujeto moderno y  occidental, y por supuesto, como hombre, portador, no sólo de un saber, sino de  un método para arribar a cualquier saber verdadero. De este otro lado, un  cierto “giro autobiográfico de la escritura científica” pretendería legitimar  todo y cualquier discurso desde un yo individual que, de ahora en más, será  tomado como fundamento incuestionable so pena de horadar el respeto a la  “diversidad”, noción vapuleada que esconde cada vez más sus relaciones de  poder, sus tensiones de fuerzas, y se presenta como el nuevo bastión de un relativismo  craso y ramplón.  
Ni  universalismo ni relativismo. Ni objetivismo ni subjetivismo. Perspectivismo como estrategia de  producción de saberes (5). El perspectivismo asume que las tensiones existen y  cambian, asume que una experiencia personal puede no ser “fundamento de  conocimiento” pero sí una oportunidad para pensar y producir nuevos saberes y  se hace cargo de esa oportunidad. El perspectivismo que nos interesa considera  a las subjetividades como emergentes de las prácticas epistémicas-políticas y no  como preexistentes a ellas. Por esta razón la escritura de investigación, como  puede ser cualquier otra escritura, tiene la capacidad de ser una práctica de  desmantelamiento del yo, una práctica de transformación del sí mismo, y no una  afirmación del yo. El sí mismo no coincide con el yo, el sí mismo es una zona  de problemas que emerge de las relaciones que lo constituyen, una concentración  tensa de vectores, que por momentos coincide, pero la mayor parte del tiempo  no, con eso que llamamos identidad: práctica alquímica de las transformaciones,  brujería de alto impacto. Pensadas así, las singularidades puestas en juego en  las escrituras e investigaciones, no remiten a la propia vida como si la vida  fuera una propiedad, sino que remiten a la im-propia vida como una fuerza en  transformación, configurada y desconfigurada en los encuentros con otrxs, con  las diferencias: hetero-bio-grafías,  escrituras de nuestras transformaciones, de nuestras tensiones, allí en donde  no coincidimos con nosotrxs mismxs, allí en donde estamos amorosamente  incómodxs con nosotrxs mismxs (6).  
 
A la  escucha del cuerpo y de los encuentros, se producen prácticas de saber que no  son recuperables por el capital, y muchas veces ni siquiera por las  instituciones. Sigue habiendo una peligrosidad en el cultivo de estos modos y  eso se evidencia en el recrudecimiento de las demandas de productividad y  productivización de la investigación en todo el mundo, pero muy especialmente  en nuestras latitudes latinoamericanas en la actualidad: investigación  aplicada, desarrollos técnicos para la producción, transferencia excesivamente  reglada y orientada hacia los países llamados centrales o desarrollados (7).  
 
Los  saberes que se desmarcan de esta lógica son efectivamente saberes “vagos”, que  se niegan a trabajar al servicio de la producción, que se resisten a la  cuantificación y numeración para ser medidos, y reciben entonces, como  contrapartida, desfinanciamiento, pero sobre todo y más peligrosamente,  inmensas campañas de desprestigio y humillación en el campo social, por parte  tanto de los medios de comunicación como de los gobiernos y muchas de las  autoridades dirigentes de las instituciones educativas. ¿Qué utilidad y rédito  pueden tener los saberes de campos indisciplinados como las historias feministas,  las prácticas educativas cuir, la  escritura poética? 
 
Las prácticas que han sostenido la escucha del cuerpo han sido llamadas  y pueden seguir llamándose “menores” en muchos sentidos: porque son las  prácticas que histórica y culturalmente en Occidente han sido minorizadas,  silenciadas, desaparecidas, ocultadas. Pero también pueden seguir llamandose  así porque no aspiran a la totalidad, ni siquiera a alcanzar una mayoría.  Reniegan de una pretensión absolutizante, de una instauración e  institucionalización definitiva.  
Me interesa llamar a éstas, saberes y prácticas brujas, por el  silenciamiento al que han sido sometidas, y por la vocación de silencio que  portan, por fuera de los furiosos reflectores del espectáculo académico. En  términos muy resumidos, la brujería es el arte de un cierto dominio de las  fuerzas impersonales, el trabajo de dichas fuerzas, su utilización en función  de la experiencia vital, y su captación en tanto que proceso. El poder de la brujería consiste en ver la transformación,  la mutación, el devenir, allí en donde el Conocimiento establecido observa los  seres, los objetos y la realidad.  
 
Algo tan poderoso como las tradiciones de saberes sobre magia y brujería  no podía quedar excento del control social, y escapar a la productivización  capitalista (8). El capitalismo extrae y acumula las fuerzas, rompe los  sistemas de distribución, concentra y explota dichas potencias. No es casual  que el término utilizado por Marx (2007) para explicar estos procesos en donde  las subjetividades devienen arrasadas y desligadas de sus propias fuerzas hayan  sido los de fetichización y alienación. El término “fetiche”, del portuguez feitiço, y del latín facticius, da cuenta de un hacer, de un  “hechizo” que recae sobre las fuerzas. Pero el problema aquí no es el artificio  mágico, que efectivamente condensa fuerzas, sino su captura y su inoperatividad  vital, su puesta en funcionamiento en el marco de un campo social masificado.  Mientras que el fetiche se presenta como un objeto que condensa fuerzas, la  mercancía se transforma en el vector que las captura y las extrae: el  capitalismo es también y fundamentalmente un vector de magia y hechicería. La  mercancía nos hechiza, el mundo del capital se presenta como fantasía única  posible, como horizonte indefectible y como captura total de la posibilidad de  imaginar otros mundos.  
 
Mientras los diagnósticos de Marx nos resultan exactos, las  prescripciones del marxismo más tradicional continúan herederas de la matriz  iluminista y racional: deberíamos pues desubjetivar los objetos,  desobjetualizar los sujetos, reencauzar el deseo por fuerza de una razón que  nos despertaría del hechizo: toma de conciencia. Y en estas prescripciones es  cuando nos quedamos carentes de herramientas. El proceso de desencantamiento  del mundo que el iluminismo lleva adelante como método de conocimiento se  corresponde al mismo proceso de desencantamiento de la naturaleza que el  capitalismo opera en la producción de mercancía.  
 
Pero dado que conocer no es contemplar, sino un hacer, ¿cómo articular  una factura encantada de nuestras  propias producciones, como reencontrar el “hacer”, el hechizo, de nuestras prácticas vitales, de lo que nos ha sido  expropiado como potencias de creación, y fundamentalmente como saberes del  cuerpo? 
 
La historia de la brujería y de su persecución es la contracara de la  historia de la instauración del régimen capitalista colonial. Debe entenderse,  estudiarse e investigarse el desarrollo de los saberes médicos hegemónicos  modernos en relación también con la persecución y destrucción de los saberes  corporales populares, fundamentalmente detentados por mujeres (9). Y con la  misma urgencia: debe comprenderse el arrasamiento ecológico, colectivo y  subjetivo que los grandes laboratorios farmacológicos producen hoy en día como  la contracara de la expropiación de la farmacopedia, los saberes químicos y  botánicos de las sociedades no-occidentales pasadas y presentes (10).  
 
Cuando de brujas se ha tratado, la razón iluminista y el oscurantismo  religioso de la Inquisición, tan opuestos que nos han contado que se ubicaban  en la historia, no han dudado en aliar sus fuerzas: la bruja es lo que hay que  destruir, y junto con ella el saber del cuerpo, toda una epistemología que es  capaz de vincularse con una ontología no dualista y no jerarquizada. Un mundo  de las fuerzas, de las entidades, de las transformaciones y las mutaciones, que  pasa lentamente a constituir el llamado de manera despectiva “pensamiento  mágico”.  
 
Si la política en la modernidad es, como la teoría y el sentido común  europeo ha definido, la continuación de la guerra por otros medios, la episteme  productivista se presenta, de la misma manera como la continuación de la  Inquisición por otros medios. Se libran en nuestro tiempo nuevas persecuciones, nuevas  cazas de brujas. La historia es vieja, pero se repite. La tecnocracia arremete  contra la producción de saberes ligados al saber del cuerpo, a la pregunta, a  la inquietud del cuerpo. El modo de arremeter es la humillación, vieja práctica  inquisitorial que desprestigia primero, y luego persigue modos diversos de  conocer y pensar, haciendo detener el pensamiento y la creación, encerrando a  la subjetividad en la vergüenza. De la inquisición a los terrorismos de estado,  y de ellos a los terrorismos de mercado, lo que no puede ser expropiado y capitalizado  es humillado y puesto en vergüenza (11).  
 
Cuando  la humillación acontece nosotrxs también comenzamos a descreer de lo que  hacemos, de nuestras preguntas, de nuestras investigaciones, de nuestras  pequeñas certezas, se desrealiza la sensación, se clausura el cuestionamiento.  Somos demandadxs a justificar cada una de nuestras producciones y a demostrar  que producimos “conocimiento útil”.  
Frente  al autoritarismo de la Inquisición toda respuesta es inculpante: si la bruja  admite haber tenido contacto con el demonio es quemada por diabólica. Si lo  niega, es quemada por mentirosa. Siempre, en el juego en el que nos obligan a  justificarnos, saldremos perdiendo. La inquisición es una política  epistemológica que sobrevive en los modos de legitimación de los conocimientos  demandados por los organismos internacionales y las grandes lógicas de  acreditación. 
 
Sin  embargo, y a pesar de este diagnóstico, continuamos moviéndonos por el borde de  muchos mundos. Para conjurar estas lógicas es que nos buscamos, nos amontonamos,  producimos ciertos cruces y luego volamos hacia otras fronteras envalentonadxs  por el encuentro, por la complicidad, por la confianza una y mil veces  reinventada en lxs amigxs en el trabajo amoroso del pensar y de investigar los  mundos. 
 
Y nos  preguntamos, qué de nuestro hacer, qué de nuestras escrituras son capaces de  interferir dichas lógicas. Exploramos nuestras propias tensiones respecto de  las prácticas y los espacios, y así lo hacen las autoras aquí, que han sido  invitadas a reflexionar desde sus experiencias feministas sobre los modos de  creación de saberes, y las implicancias políticas y filosóficas de estos modos.  
 
María  Laura Gutiérrez nos invita en su escritura a atravesar con ella el río (río  Paraná, Río de la Plata, pero tantos otros) que la llevan y la traen de la  poesía a la escritura académica y de vuelta. En su reflexión sobre el trabajo  académico problematiza allí la presencia de los cuerpos, tantas veces  silenciados, y aún más cuando se trata de cuerpos que no se atienen a la heteronorma.  Pero una de las tensiones exploradas en este texto es justamente aquella que no  se resuelve simplemente en una crítica a la academia, porque para muchxs que  provenimos de otras latitudes distantes a la gran ciudad de Buenos Aires,  formadxs en las aulas de otras universidades, la academia ha sido de manera muy  primordial una apertura de horizontes, o como la autora expresa, la comprensión  de que es posible transformar la vida. ¿Cómo escribir entonces en esa tensión,  en esa brecha abierta, en ese hueco? ¿Y cómo escribir sin pretender tapar, o  llenar ese vacío, incómodo a la vez que generador (o tal vez generador porque  incómodo…)? Estos problemas se hacen lugar allí en el texto de María Laura, en  la carnadura de la experiencia del pensar con otrxs. 
 
A su  vez, valeria flores ensaya aquí también una escritura excéntrica, de la academia y de las instituciones escolares,  logrando exponer desde allí la disciplinariedad de los dispositivos educativos  en los que nos hemos formado, perforando sus paredes con boquetes, explosivos  de palabras y performances. Esta escritura excéntrica toma forma de desvíos en  el propio texto, afectado por los bordes, por las voces que irrumpen, por las  citas que se corren del “cuerpo principal” del texto: desvío de la atención, dislocación  del cuerpo textual, extraña amalgama de voces convidadas, hilvanadas, que no  pretenden coherencia ni unificación del registro escrito, y, sin embargo,  funcionan. Y tal vez por eso funcionan. La polifonía de valeria nos llevará por  una reflexión sobre los cuerpos presentes en la escuela y el trabajo docente  desde las experiencias feministas, hacia una crónica de prácticas performáticas  que ha sostenido en los últimos años transformando la práctica docente en una  experimentación estética-política.  
 
Escrituras  con vocación de heterogénesis, de variación de los propios relatos, de  transformación de las instituciones habitadas, así se tejen estos textos aquí.  Escrituras que han renunciado a la pureza, y por lo tanto no la pretenden ni  para la vida ni para las instituciones habitadas. Se saben así, híbridas,  complejas, paradójicas, oponiendo resistencias a sus líneas sedimentadas y  aplastantes, a fuerza de aquelarre y de poesía.        
      Aquí entonces, las brujas amorosas, María Laura Gutiérrez y valeria  flores, con sus textos y conjuros se han prestado a esta publicación. Sin más  preámbulos les damos paso. |