Horadar el cuerpo: diálogos sobre escritura, imágenes y recorridos académicos precarios 
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        por  
        María Laura Gutiérrez | 
    
     
      CONICET- IIGG – UBA - Micropolíticas de la  desobediencia sexual - IPEAL – UNLP 
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      | mlgutierrezpica@gmail.com  | 
    
    
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      Resumen | 
    
    
      El  texto indaga desde la experiencia vital, un recorrido académico y activista que  recorre los saberes institucionales y el activismo lésbico, sus desbordes, la  búsqueda de enunciaciones para re-pensarse y encarnarse en la reflexión de éste  (mi) cuerpo lésbico, como investigadora, docente y estudiante lesbiana  feminista. La experiencia no como un mero anecdotario de situaciones sino como  plataformas de pensar los modos de poner el cuerpo. Allí donde la escritura, la  reflexión crítica y el análisis de las imágenes devuelven preguntas en la  intensidad de la escucha. El escrito se piensa como dispositivo (auto)reflexivo  y dialógico con otras que comparten las mismas preguntas, aunque no los mismos  recorridos, las imágenes que resuenan, las historias compartidas que se agitan  a las sombras y los márgenes del saber más institucionalizado de la  programación académica. Aquí no hay una instancia como transparencia de  enunciación de un yo que se autoafirma en el anecdotario de su experiencia, sino  una recuperación de un cuerpo vivo, atravesado por sus contradicciones y sus  resonancias y construcciones colectivas, sus luchas, sus búsquedas, sus  desilusiones que, siempre, son colectivas. ¿Cómo recuperar un cuerpo en la  academia? ¿Cuáles son sus límites de enunciación precaria, sus ilusiones de  trasformación teórica y política como cuerpo lésbico? Son algunas de las  preguntas que atravesaron, y atraviesan, esta escritura.        | 
    
    
      | Palabras clave | 
    
    
      | Cuerpo  lésbico, experiencias encarnadas, arte y educación. | 
    
    
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      Abstract | 
    
    
      This  text investigates from the vital experience, an academic and activist route  that crosses the institutional knowledge and the lesbian activism, their overflows, the  search for enunciations to re-think  and incarnate in the reflection of this (my) lesbian body, as a researcher, teacher and lesbian feminist  student. The experience not as a mere anecdotary of  situations but as platforms to think the ways of putting the body. Where writing, critical reflection and analysis of  images return questions in the intensity of listening. The writing is thought as a (self) reflexive and dialogical device with  others who share the same questions, although not the same journeys, the images that resonate, the shared  stories that are shaken to the shadows and the margins of the more  institutionalized knowledge of academic programming. Here there is no instance as transparency of enunciation of a self that  affirms itself in the anecdote of its experience, but a recovery of a living  body, pierced by its contradictions and its resonances  and collective constructions, its struggles, its searches, its disappointments  that are always collective. How to recover a body in the academy? What are its limits of precarious  enunciation, its illusions of theoretical and political transformation as a  lesbian body? These are some of the questions that went through,  and crossed, this writing.  | 
    
    
      | Keywords | 
    
    
      | Lesbian  body, embodied experiences, art and education. | 
    
    
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      Para citar este artículo: Rev. Arg. Hum. Cienc. Soc. 2016; 14(1). Disponible en internet:  
      http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v14_n2_02.htm  | 
    
    
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      Despojémonos de todo cuanto 
            nos conformó a imagen y semejanza 
            nuestra 
            Susana Thenon          | 
    
    
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      Remover la quietud (de la academia) en la escritura | 
    
     
      La idea de materiales de trabajo que surge como  disparador inicial de este diálogo lésbico, vital, de escritura y trama  colectiva a varias manos, podría resumirse, para mí, en un remover(me) la  quietud: escarbar agitando el silencio, lo conocido, lo cómodo del saber, en  este caso, institucionalizado.  
         
Imaginar que estos trazos, antes que como materiales —objetos dispuestos para su circulación—,  son plataformas del pensar,  escenarios  para compartir los modos en que la escritura acompaña, tensa, torsiona el  camino académico. Los modos en que podemos construirnos en y con otras en este  recorrido, acompañando sobre todo dudas, certezas precarias, afirmaciones  forjadas por lo bajo contra las normas vigentes que sistematizan la producción  de conocimiento: transparencia, legibilidad y comunicabilidad.  
 
Activar nuestros escritos para que puedan ser  compartidos. Desactivar el mito de la palabra precisa y agitar aquello que  siempre se conforma como bruma, antes que certezas preconcebidas, como  recorridos vitales espinosos antes que transitables, como apertura al diálogo,  como posibilidad de pensamiento-acción antes que como trasmisión de información  clara y distinta. 
 
En este sentido no puedo sino pensar y escribir como  parte de mi trabajo de formación y enseñanza académica. Como feminista,  lesbiana que estudia los cruces entre el arte, la política y los feminismos.  Como alumna, ayudante, becaria, docente e investigadora, como cuerpo que lleva  en sí más del 80% de su existencia en los pasillos de la formación educativa.  
Entonces reconocerme en-desde la escritura resulta, a  veces un arduo y lento trabajo placentero y, otras, en la mayoría de los casos,  un debate insistente conmigo misma. Una puesta en voz y cuerpo de conocimientos  y saber situados y encarnados que, a la par que nos los apropiamos, nos  expropian de nuestro organismo conocido. Remover la quietud de lo ya aprendido  como modo de re-escribir los tonos en que vibra el cuerpo presente, individual  y colectivo. Reescribir las metodologías con que trabajamos para abrir  preguntas, muchas veces sin respuesta. Escribir  desde el escepticismo y la curiosidad, decía Miguel Ángel Hernández  Navarro, y aquí estamos, abriendo esas líneas de fuga. 
 
La escritura y también las imágenes son entonces no sólo  una constelación de trabajo académico de investigación y docencia, sino una  manera de acercarme a la vida, de trazar teorías y cuerpos para que se  entrelacen, se rocen, se susurren para decirme algo que muchas veces no  pude/puedo escucharme. Tonos que me   ayuden a modificar, infectar, trastocar, producir, otra manera de  escribir, es decir de trabajar, es decir, de vivir. No tengo otra manera de  hacer política del pensamiento sino con la escritura, si no es con la puesta en  cuerpo de esas imágenes, de esos modos del saber. 
… 
Proponés este juego de escritura como diálogo colectivo, a  cada una de sus preguntas de abordaje le llamás zonas de colores. Las hay  verdes, rojas, naranjas, negras. Cada una con sus matices, nuestros matices.  ¿Será que vemos colores al escribir? ¿Qué pasa cuando alguien ve diferente? ¿Qué pasa cuando no vemos? Los mismos interrogantes  podríamos formular para la escucha, sin embargo creo que podríamos metaforizar  a contrapelo de esta época que todo lo ve, que todo lo descubre y construye  para ser visto (aun nuestros más íntimos deseos).  
 
Sentir y escucharme(nos) me resulta más movilizador que  representarnos —traernos  a la imaginación. Dejar de contemplarnos, escuchar el cuerpo de las otras, la  vida, el deseo, tiene otro tempo y otro ritmo. Que, aun imperceptible, siempre  teje rumores debajo de la piedra.        | 
    
     
      
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      Escenarios  vitales I. (Tras)pasos por la academia       | 
    
    
      Entonces, la pregunta inicial es ¿qué hace un cuerpo en  “La Academia”? y aquí La Academia es un significado imaginario que se forma  rápidamente y que da por sentado aquello que imaginamos negativamente como los  enunciados más o menos conocidos, más o menos generalizados en el sentido  común: abstracción, isla, conveniencia, individualidad, soberbia, lobby, etc.,  etc., y tantos etcéteras sobre lo que hacemos que sería una lista interminable  de adjetivos y adjetivaciones.  
         
Comparto, y comprendo, parte de ese imaginario que se  construye y conforma alrededor de ese signo: academia. 
 
Sin embargo, en un primer momento, la academia no fue  para este cuerpo aquello que tanto criticamos sobre sus procesos de  universalización, abstracción, utilización y mercantilización de nuestros  cuerpos y saberes.  
 
El transitar académico en una ciudad del Litoral fue, en  mi caso, una primera comprensión: se podía transformar la vida. Un insistente  rumiar para buscar las maneras de hacer  algo con aquello que la historia había hecho de mí (una paráfrasis clave  que atravesó toda mi formación académica: el cuerpo horadado por un rayo que  evitó las victimizaciones comunes, las melancolías innecesarias). Claro que si  la frase sartreana se hacía eco, las preguntas no demoraron en llegar y  trasformar el cielo estrellado del Litoral en el caos de preguntas y meteoritos  directo a las certezas (teóricas). Pero también corporales y del deseo, es  decir, el núcleo de la vida, de la política. 
 
Decía Susana Thénon en uno de sus poemas: creer  que entendí lo que hay que creer para saber y creer que estoy en la India  porque creo saber  lo que hay que creer  creer que sigo en la India para profundizar este saber sin permitirme creer que  me ilusiona.  
 
El runrún de la repetición “creo lo que creo que creo que  hay que saber” fue mi lema durante años, a lo largo de una formación académica  que me impulsaba a creer(me) que había algo de lo que tenía que dar cuenta, no  importaban los modos en que eso se hiciera eco en mi experiencia, si eso era  parte de mí o mi cuerpo, sino el saber que había que saber.  
 
Años creyendo que sabía 
el cuerpo gritando por lo bajo, un rumor inaudible que  tenía más que ver con el deseo que con esas letras de conocimiento que tan bien  pretendía que sabía. 
 
        Entonces, la pregunta en la escritura es aquella que  atraviesa el cuerpo, una y otra vez, ¿qué, cómo y para qué escribir en/desde la  academia?  
         
        Y esto no es parte de un ejercicio clásico sobre cómo  escribir las preguntas importantes que nos enseñaron que hay que responder para  “hablar de algo”. Mi formación en el lenguaje, en la comunicación, forjó una  doble capa en las palabras que siempre eran otra cosa. Imposibilidad de  enunciación: todo aquello que debíamos saber, todo aquello que creíamos saber,  se trasformó en borroso, nada era transparente. Esa nebulosa también fue una  parálisis. 
         
        Decirse, decirme, entre la humedad del río, de las  provincias, esas que duermen siestas y hacen silencio y hablan por lo bajo y  murmuran y averiguan y silencian y coercionan. Esas donde la vida se hace, a  veces irrespirable, pero donde tan bien nos acostumbramos porque para qué, sino  qué, sino dónde, sino cómo, sino, silencio, sino 
          silencio 
          silencio 
          pero el cuerpo 
          pero el cuerpo 
          los saberes sobre el cuerpo 
          yo que sé 
          lo que debería ser 
          y saber 
          y sentir 
          y ustedes y saber 
          pero el cuerpo 
          cuerpo 
          el cuerpo 
          detrás del saber 
          el cuerpo en el deseo 
      shhhh…  | 
    
    
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      Escenas Vitales II. Fugarse del desierto. Los  feminismos como vibración utópica | 
    
    
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      Fugitivas  porque nuestros itinerarios son inciertos, 
            y a la vez  situados 
          Fugitivas del desierto        | 
    
    
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      La fuga del desierto donde encontrarse con otras no vino de  otro lado que del feminismo: el feminismo me reinventó la vida, la transformó  como ese martillo nietzscheano, como esa fugitiva wittigiana. Un fugarse  incierto pero situado, como decían las FD. Preguntas siempre en descomposición  de una misma y de las respuestas que sosteníamos. 
         
Si bien la ciudad donde me crié funciona de manera diferente  a ese imaginario desértico del sur que habitaron las fugitivas, la humedad, el  tiempo que no circula, que condensa y atrapa en el barro la desidia del día a  día; ese pantano que no deja huir, mientras se te atraganta la serialización de  la existencia bajo los influjos de lo que debe ser. De aquello que no lográs  asir en tu piel y se te escapa a cada minuto, una vida que no te pertenece, un  cuerpo que no desea, un silencio que se te atraganta. 
La fuga es más bien un pasaje, muchos pasajes, de esta  lesbiana, mujer, feminista que soy y aquella chonguita de lugares comunes que  pudo desmarcar algunos adoquines del camino: la que se escondía y no quería  jugar, la que trepaba, la que corría, la que le debe gran parte de juegos de  infancia al hermano varón, la adolescencia olvidada en un cuerpo bajo la  disciplina, la posibilidad de huir para escucharse a una misma mientras nos creíamos  fuertes, nadando a contracorriente. La búsqueda cómplice con otras, con otros,  la construcción desde el silencio.          
        Soy este oxímoron que, contra Wittig, aún se  reconoce mujer, a destiempo, a desechos, mientras se construye otra, se espeja  (en) muchas. | 
    
    
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      Escenarios  vitales III. Cuerpos de(en) la academia | 
    
    
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      Hay que tener una invención ética, política, estética, de la vida  cotidiana.  
             inventemos, inventemos más 
          G. Didi-Huberman        | 
    
    
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      Mientras trazo estas líneas, se está llevando adelante a  nivel nacional un reclamo colectivo contra el ajuste en los presupuestos  destinados a ciencia y técnica, es decir en gran parte al CONICET, organismo  que financia, por ejemplo, mi propia beca de estudio, y la de la gran cantidad  de estudiantes de posgrado que conozco. Allí, much*s colegas reclaman mejores  condiciones salariales y de presupuesto colectivo, mientras enuncian sus  objetos de estudio y trabajo. Hasta aquí nada que objetar. 
         
        Guardapolvos blancos, laboratorios y análisis de diferentes  objetos “útiles” para la vida, el cuidado y el futuro colectivo. En este  imaginario no vimos much*s académic*s de las ciencias sociales o humanas  levantando ese cartel. Quizá por prejuicio colectivo que me atrevo a enunciar  cómo: ¿Hacemos algo que salve [a la] gente?, ¿útil?, cuál sería ese saber  realmente útil? 
        Preguntas que, claramente y a pesar de que inventamos  estrategias para su desmantelamiento, funcionan como interrogante colectivo,  social y como paraguas de (auto)defensa.  
         
        Somos menos que nada, menos que algo, menos que todo.  
         
        Dispare y justifiquémonos. 
         
        Entonces la pregunta se basa en recuperar los conocimientos  situados y encarnados: ¿Qué podemos decir sobre este presente que habitamos?  ¿Qué pudimos y qué trasformamos en este decir y hacer? ¿Para qué y cómo hablar  de las imágenes en este contexto? ¿Cómo y qué trasmiten nuestros objetos de  estudio? 
         
        No sé si alguna vez pensé, o al menos no hasta hace muy  poco, que mi pensamiento, mi escritura, mi recorrido vital era/es disidente. No  se sí podría llamarlo así tampoco. No sólo porque quiero ahuyentar la  arrogancia sobre mi propio recorrido en el saber sino porque, además, la  imposibilidad del reconocimiento propio, justamente impropio, hizo el camino  más espinoso. 
         
        Si la escritura hace referencia a la encarnación de las  experiencias y a la convicción de que el conocimiento se produce, siempre,  generizado, racializado, en condiciones de posibilidades económicas  particulares, en geografías particulares, que permiten o no circulaciones  específicas, ampliadas o reducidas, de ese conocimiento que se(nos)  produce(imos), ¿cómo escuchar su rumor colectivo?  
         
        No somos sólo una geografía y una voz individual que produce  conocimiento desde su experiencia situada. Sino experiencias que se encarnan,  que nos hacen vivir y morir, en nuestras historias, aquellas que vivimos, que  contamos, que asumimos como búsquedas propias en y a través de experiencias  colectivas que nos precedieron y nos exceden. Por ahí se asoma, para mí, el  conocimiento situado 
        escuchar(nos) 
        reconocer(nos) 
        callar(nos) 
        escribir(nos) 
      construir(nos)  | 
    
    
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      Escenarios  vitales IV. Decirse lesbiana en la academia | 
    
    
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      Hay que evitar  las formas de autoengaño: ésa es mi posición política. 
      Lucrecia Martel        | 
    
    
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      Este recorrido que venimos balbuceando tampoco ha sido tan  trasparente. ¿Qué encarnábamos cuando hablábamos por otros y en otr*s? Entonces,  la pregunta es ¿cómo se escribe una historia de un cuerpo y su deseo en la  academia? A veces indeleble, otras, inaudible.  
         
        Como podría no escribirse desde el cuerpo  (im)propio a pesar de la desarticulación que sostenemos como “académicxs”.   
         
        Cuerpos y experiencias abstractas y universales, cuerpo que no es nuestro, que  ni siquiera está llamado a ingresar como experiencia posible del saber. Hacer  carne la presunción de un cuerpo que no puede enunciarse por fuera de quien lo  porta, cala, también, la academia.  
         
        Insistir para dislocar(me), insistir como modos de  agrietarse a una misma en ese lenguaje que parece siempre sin marcas, sin  deseos, sin cuerpo. Escribir para escuchar(me) el cuerpo.  
         
        Escribir bajos los miedos de las singularidades. Escribir  lesbiana como aprendizaje de autoescucha, de lectura de una misma. 
         
        Hay acaso alguna otra manera (¿de escribir?) 
         
        Ahora bien, ¿cómo evitar que este reconocimiento de los  atravesamientos que nos inducen a escribir e investigar no se vuelva una máxima  personalista, individual, de lucha de egos para saber quién encarna mejor esa  diferencia y esa experiencia situada? El riesgo de la individualidad liberal, a  veces reclamada como universal, pero a veces reclamada como “experiencia”, por  tanto real, singular y válida per se,  siempre nos acecha. 
         
        Zigzaguear estas universalidades abstractas así como su  contraparte del punto que se reclama para sí, es un desafío constante en la  escritura, en la lectura de las imágenes, así como en la puesta en voz de la  experiencia y el cuerpo, ese cuerpo colectivo. Escribir desde la experiencia y  el cuerpo situado no es la singularidad puesta a hablar por una sino buscar en  esa experiencia los trazos de aquello que nos constituyó, aquello que creemos que  puede ser posible de pensarse colectivamente. Aquello que habita el presente o  habitó el pasado y hace des-tiempo en nuestra lectura.  
         
        Entonces, cuando pensamos y decimos que  hablamos de la escritura como ese movimiento vital, que rasguña lo aprendido,  que se deslizan más allá de nuestros límites seguros, que nos transportan hacia  otros mundos posibles, nos referimos a la escritura como búsqueda. Una búsqueda  que tiene más que ver con el trabajo artesanal de pieza sobre pieza que con la  supuesta naturalidad de su fluir paper. 
         
        Cuando pienso en un recorrido propio a través de la  escritura suele sucederme que algunas veces no puedo reconocerme en aquello que  escribí hace unos años. Y cuando digo reconocerme no me refiero a sentir  dificultades en compartir teórica o académicamente esas palabras sino no  reconocer ese pulso, el deseo que la movilizó, la búsqueda que atravesaba. ¿Qué  Laura estaba escribiendo esas letras donde no puede sentirse, bajo que  abstractos quedó la pulsión erótica de vida?  
        El enojo como primera sensación frente al texto, nuestra  frialdad expresada en objetividad, más serias, más inteligentes, menos  deseantes, menos nosotras. Cuerpos puestos al servicio de una transparencia del  decir y del hacer. Transparencia que además pretende falsamente dar cuenta de  quienes somos: ésta, de una vez y sin fisuras. Un cuerpo de pequeños hilos de  desgarros, un cuerpo con pequeños lapsos de memoria.   
         
        Hacer de esa impersonal académica,   algo que vibre en la escritura.  
         
        Leer a otras y pensarme, leerme en otras y buscarme, que  otras me leyeran y buscar en esos ojos algún eco donde habitarnos.  Reverberación que se fue haciendo imprescindible como práctica política de la  amistad: amigas que acompañaran el pensamiento, la búsqueda de la escritura, un  remover con otras, a tientas, escapes de la soledad teórica, política,  imaginativa, inventiva, vital. 
         
        La perplejidad del cuerpo sobre ese proceso de búsqueda y el  asombro cuando el sentir vuelve a susurrarnos que no estuvo nunca escindido de  la poesía ni de las imágenes. Contra el silencio que se apodera de la  posibilidad de sí, la poesía, la literatura, la música y la imaginación  inventiva se construyen como horizontes posibles. Bailar (el cuerpo), en esa  numeración sigue siendo un desafío.  
         
        Así leer con otras, a través de otras manos, cuerpos,  historias, memorias, personales y colectivas, búsquedas, grandes hazañas e  imperceptibles actos cotidianos, a veces ni siquiera dichos. Las fugas del  pensamiento como posibilidad de reinvención de una misma.  
         
        Hay en este acompañamiento un giro vital, que se aferra a la  búsqueda teórica: la lectura de “grandes poetas, grandes teóricos, grandes  clásicos”, fue dando paso a pequeñas voces de mujeres. Mujeres pensadoras,  activistas, poetas, artistas. Mujeres. Mujeres que dejaban entreabrir ese deseo  que se iba haciendo cada vez más agudo: no mujeres, lesbianas guerreras,  lesbianas que decían, que escribían, que amaban, lesbianas que existían. 
         
        En una ciudad conservadora con más crucifijos que mujeres,  la respiración y la existencia eran, muchas veces, el horizonte a soñar. Había  un pulso vital en esas mujeres, en esas historias, en esos deseos. Escucharlas  hizo, hace, que podamos construir horizontes políticos diferentes. Entonces, la  pregunta es ¿si los deseos son políticos, transformar nuestros deseos  programados cambia la vida? Transformarlos en nuestra lucha política diaria.  | 
    
    
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      Escenarios vitales V. Disposición colectiva al  conocimiento. Los tiempos compartidos de la escritura | 
    
    
      Si, como dije, sentir un pulso vital en/desde la escritura  fue previamente un encuentro con otras, no puedo sino no compartir la división  producción/trasmisión. No sólo porque semejante división en áreas, como si de  partes de una mesa de disección se tratara, funciona como eje de trasparencia  de conocimiento que se presupone probable, igual para tod*s, sin matices ni  pliegues que lo hagan vibrar. Sino porque esa división justifica jerarquías,  económicas, de acceso y de conocimiento en la escala de la ciencia y técnica. 
         
Decir “no”, cuando violentamente se apropian de nuestros  saberes construidos al pulso vital de los modos en que vibran nuestras vidas  para higienizarlos y hacerlos legibles en aquellos mismos espacios que nos  expulsaron.  
No, porque la disposición al/en el conocimiento es parte de  una escucha atenta, construida en la supuesta y devaluada “transmisión”.  Aquello desvalorizado por los altos organismos de ciencia y técnica: Trasmisión  de conocimiento / construcción, justamente, colectiva del saber.  
 
No, porque justamente fue esa trasmisión la que cambió mi horizonte  de existencia. La que aspiro a producir cuando coordino un espacio, un taller,  una clase. 
 
No, porque, creo que, más bien, enmascara la potencia viva  del conocimiento, su posibilidad de habilitar mundos, como si en el encuentro  con otr*s no escribiéramos trazos vitales sino que recepcionáramos sin pulso  aquellos que se (nos) dice.  
No, cuando minimiza los aprendizajes en las calles, en y con  las amigas.  
 
Aún vibran esas pulsaciones conjuntas en las amigas, en las  “maestras”, en las personas que marcaron mi recorrido vital y académico y  profesional y de escritura, entre tantos otros caminos. Así entiendo “la  transmisión de conocimiento”: interrogarse y construirse, como procedimiento de  sí, no como una línea de ensamblaje que produce series de vida, no un bloque  sobre bloque, sino grietas dispuestas a modificar sus visiones de vivir, del  hacer, del contruir-se. 
 
Interrogar los cimientos de la vida. Interrogar el  conocimiento aprehendido. 
 
Interrogarse las desventuras, el aprendizaje, los poros de  la piel que nos resbalan y se agitan en un cuerpo que no pudo haber sido  posible sino en/con otras. 
 
La idea de política de la amistad es bastante conocida ya, y  no dejo de activarla, repensarla, cada vez que puedo. Mi patria son mis amigas, decía Emily Dickinson, más allá del  patriotismo, las amigas, ese afecto construido a base de años y años de escucha  y tránsito compartido, o mejor aún, la amistad como alianza en el silencio,  gravitando temores a medida que una se construye. 
 
En esta idea se esconde la escritura como montaje que se  hace cuerpo: operaciones que reúnen momentos, golpes, textos, citas ajenas y  propias, frases, imágenes. Una cadena delirante de montaje que hace que la  escritura se transforme en un ensamblaje precario de situaciones, de  encuentros, de desventuras, de amores y desamores que se juegan en cada letra  que no sólo se escribe para contarse sino que me inventa. 
        Y en ese recorrido hay algunas amigas que  aparecen indefectiblemente, sin dudas, como la presencia viva que agita la  construcción de otro tiempo y con otro cuerpo. Con otra. Exige una pausa, el  salirse de sí como práctica y ejercicio constante de búsqueda política. Si las  emociones y los afectos tienen potencia para construir otros mundos posibles,  cuando siento que construyo en ese otro tiempo con amigas, es cuando se  encarnan. | 
    
    
    
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      Bibliografía | 
    
    
      Cano, Virginia (2015). Ética  tortillera: ensayos en torno al êthos y la lengua de las amantes. Buenos  Aires: Madreselva 
        Dickinson, Emily ([s/d] 2013) Poesía completa. Madrid: Visor. 
         
        Didi-Huberman, Georges. (2008). Ante el tiempo: historia del arte y  anacronismo de las imágenes. Buenos Aires: Adriana Hidalgo. 
         
        Didi-Huberman, Georges (2016). El pesimismo no puede tener la última palabra. En Radio web MACBA. Recuperado  de http://es.rfi.fr/francia/20161020-georges-didi-huberman-el-pesimismo-no-puede-tener-la-ultima-palabra. 
         
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        Fugitivas  del Desierto (2004). Fugitivas del  desierto: lesbianas feministas. Cedido por las autoras.  
         
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      Sobre la  autora: 
Laura Gutiérrez es licenciada en  Comunicación Social por la Universidad Nacional de Entre Ríos y magíster en  Women’s and Gender Studies por las universidades de Granada (España) y Bologna  (Italia). 
Actualmente concluye  su beca doctoral financiada por el CONICET sobre Intervenciones  estéticas y visibilidades políticas feministas en las prácticas artísticas  contemporáneas de Argentina (1983-2010), que lleva adelante en el Instituto  de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Es integrante del  Grupo de investigación Micropolíticas de las desobediencias sexuales,  perteneciente al Laboratorio de Investigación y documentación en prácticas  artísticas contemporáneas y modos de acción política en América Latina de la  Facultad de Bellas Artes, UNLP  
Su campo de interés y estudio son las prácticas artístico  culturales contemporáneas en sus cruces con las teorías feministas; y la teoría  política y el movimiento feminista y de la desobediencia sexual.        | 
    
    
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