| Identidades en la historia: el moreliano visto por un autor decimonónico | 
         
        
          | Cintya Berenice Vargas Toledo | 
         
        
          Universidad Latina de  América  | 
         
        
          cbvargas@unla.edu.mx  | 
         
        
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          Para citar este    artículo: Rev. Arg. Hum. Cienc. Soc. 2020; 18(1). Disponible en    internet: 
                    http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v18_n1_01.htm   | 
         
        
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          Resumen | 
         
        
          La  construcción de las identidades se entreteje mediante múltiples elementos que,  al tratar de ser homogenizados en determinados contextos físicos y temporales,  despiertan múltiples cuestionamientos. Justo esto ocurrió con los elementos  identitarios del México del siglo XIX, que a través de los nuevos estudios  culturales se hace un llamado de atención para atender la importancia de los  regionalismos, que marcan encuentros, pero también algunos desencuentros, como se  muestra en la región occidente del país donde la gente de espacios como Morelia  poseen sus particularidades. 
                  Palabras clave: identidades regionales, sociedad moreliana, siglo XIX.  | 
         
        
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          Abstract | 
         
        
          The construction of identities is woven into multiple  elements that, in trying to be homogenized in certain physical and temporal  contexts, arouse multiple questions. This was the case with the identity  elements of Mexico of the nineteenth century, which through the new cultural  studies draws a wake-up call to address the importance of regionalisms, which mark  encounters, but also some dismemberers, as shown in the western region of the  country where people from spaces such as Morelia have their  particularities.. 
                  Key    words: regional identities, morelian society, 19th century .  | 
         
        
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          En  la sociedad contemporánea la globalización nos lleva a reflexionar lo  permeables que resultan algunos términos, tal es el caso de la palabra  identidad. Las reflexiones respecto a ésta pueden llevarnos por diversos  senderos interpretativos; uno de ellos ineludible, si lo visualizamos desde lo  social, es su directa relación con los procesos históricos, debido a que la  identidad se encuentra estrechamente relacionada con elementos que nos ligan al  pasado y al conjunto de construcciones culturales que la sociedad va generando  en búsqueda de encontrar un sentido de pertenencia.  
 
            El  siglo XIX es momento clave para entender la identidad del mexicano, ya que a  raíz de la independencia en el país se fue construyendo un discurso de identidad  nacional, en el cual se intentó homogenizar la diversidad cultural e  identitaria que existía dentro del mismo y que estaba entretejiéndose con  múltiples elementos. El principal reto en ese momento fue agrupar todos  aquellos componentes que le otorgaran a la sociedad un sentido de cohesión, que  permitieran amalgamar una pertenencia y que sentaran las bases de una nación en  desarrollo. Bajo esta premisa, la religión católica, la moral, el mestizaje, la  familia, los valores y la cultura del trabajo jugaron un papel muy importante. 
               
            Pero  ¿qué tan factible resultó encuadrar las imágenes identitarias en un molde,  cuando en pleno siglo XIX, estábamos ante una sociedad multicultural y de la  cual se desconocían muchos aspectos? En términos prácticos, sus propios  gobernantes no eran conscientes de la riqueza de ese México desconocido en el  norte y el sur; así que en los discursos legitimadores aparecen claras las  características y rasgos culturales de algunos de los elementos distintivos del  centro del país. 
            En la actualidad diversos estudios niegan  rotundamente las interpretaciones homogeneizadoras y buscan conocer la  complejidad de México, partiendo del análisis de los regionalismos, que a su  vez tienen un conjunto de construcciones que dialogan con su historicidad y van  cambiado junto con sus propias sociedades. Basándonos en lo señalado, en el  presente escrito se pretende bosquejar algunas de las representaciones del  moreliano, que desde la pluma y el pincel de Mariano de Jesús Torres [1], prolífico  autor del siglo XIX, que en sus obras esbozó los elementos de identidad de la  sociedad moreliana, ubicada en la región occidente del país. | 
         
        
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           Una ventana a la sociedad moreliana | 
         
        
          Cuando  el país nació a la vida independiente se fueron recuperando un conjunto de  elementos, símbolos, creencia, valores y tradiciones que dotaran de identidad a  México y lo mexicano; en este sentido la pintura se convirtió en un instrumento  mediante el cual se esbozaron algunas de dichas representaciones. Bajo esa  directriz, los artistas se convirtieron en agentes que reprodujeron los  elementos característicos de una época; que, para el caso del siglo XIX  bosquejó una sociedad que intentaban encuadrar en los esquemas de un país  moderno, culto, con un anhelo progresista y con tintes de la libertad recién  conseguida. Pero a su vez, se encontraba la tradición católica española, con un  pasado de trecientos años de valores, costumbres y tradiciones que eran  imposible borrar. 
                          En  la pintura de la época encontramos los artistas formados en la Academia de  Bellas Artes de San Carlos y los que realizaban “pintura independiente” [2]. En  este último género surgieron muchos pintores provincianos, de los cuales no  todas sus obras han sido estudiadas. Para el caso de Morelia se encuentra  Mariano de Jesús Torres, cuyas pinturas reconocidas son nueve cuadros, que  forman parte de la colección permanente del Museo Regional Michoacano [3]. Cada  una de sus representaciones pictóricas son un testimonio de los imaginarios  conectados con los elementos identitarios de la sociedad moreliana de la segunda  mitad del siglo XIX. 
            En esta oportunidad retomaremos el cuadro de  Mariano de Jesús conocido como “Vista exterior de la catedral de Morelia”  pintado en 1874 (fig. 1). Mediante este trataremos de estudiar la visión que  este polifacético personaje tenía respecto de la vida cotidiana en Morelia  durante la segunda mitad del siglo XIX. Asimismo, prestaremos mayor atención a  la representación que el autor realizó acerca de la sociedad, los hombres y las  mujeres que la conformaban, y el papel que le asignó a cada uno ellos. | 
         
        
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           “Vista exterior de la catedral”, óleo sobre tela, Mariano de Jesús Torres,1874 (Museo Regional Michoacano).   | 
         
        
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          Tomando  estas imágenes como documento histórico, intento encontrar algunas claves que  permitan entender la visión que de la sociedad moreliana tuvo un hombre  destacado de su época, el cual, por su participación política, social y  cultural, puede darnos la pauta para tratar de mirar a través de su pluma y pincel  a los morelianos de la segunda mitad del siglo XIX. Siendo consciente de que  este autor cuenta con un centenar de escritos, para la realización de esta  investigación, me apoyaré principalmente de tres de ellos: Diccionario histórico, La  mujer marido y La mujer mexicana.  
 
            Ubicándonos  en el cuadro, a pesar de que en el momento en que fue pintado se estaba  viviendo el proceso más radical de la secularización, para el pintor fue  importante dejar testimonios de la sociedad moreliana que giraba alrededor de  los rituales religiosos. Claro, sin dejar de mostrar otras actividades que la  población realizaba fuera de la iglesia, en el espacio público [4]. Pero a su  vez, en el podemos ver un nacionalismo. La bandera mexicana que corona la vista  exterior de la catedral alude a la patria independiente. Los personajes que le  dan vida a sus pinturas representaron la diversidad racial y cultural de la  sociedad de Morelia. De esta manera, cada uno de los elementos establecidos se  enmarcan en los cánones del romanticismo [5].  
               
            La afición de Torres por representar  los espacios urbanos lo ubicó dentro de los artistas que en sus obras dejaron  testimonios del aspecto de las ciudades de su época. En este grupo se  encuentran las obras de Juan Antonio del Prado y Octaviano D'Alvimar; quienes  en sus obras intentaron plasmar un entorno que iba más allá de la realidad  física, “lo que pretendían era captar la esencia o el alma de la ciudad, los  valores morales concretos que ennoblecían a una ciudad y le otorgaban un lugar  en la historia, tanto humano como divino”. Esta caracterización la encontramos  en la obra de Torres, quien a través de sus pinturas capturó todos aquellos  elementos que le daban esencia a la ciudad de Morelia en la segunda mitad del  siglo XIX.  
               
            Son  varios los componentes que le imprimen un sello muy particular a la obra de Torres.  En primer término, su concepción de la ciudad de Morelia y la cotidianidad de  su gente en el ámbito público, ofrecen elementos que aportan su particular  visión respecto a la sociedad. En su descripción urbanística, el cuadro “Vista  exterior de la catedral” está proyectada de oriente a poniente de la Calle Real,  dejando ver al fondo algunas casas de las familias principales de la época.  Enmarcados por los majestuosos edificios, en medio de la calle aparecen hombres  y mujeres. Entre las damas hay varias que siguen el rumbo hacia la iglesia y  otras parece que van paseando. Esto nos traslada a las construcciones del deber  ser de una época, en las cuales las señoritas de la clase acomodada salían de  casa prioritariamente para ir a misa. Como señala Monserrat Galí, las mujeres  del siglo XIX, tuvieron mayores restricciones para salir con facilidad a los  lugares públicos, pero aun así su vida cotidiana estaba marcada por su vida  religiosa. Las devociones, las fiestas religiosas y las visitas domiciliarias  fueron algunas de las principales actividades públicas de las morelianas.  
               
            Como  podemos observar, para entender la sociedad del siglo XIX, es necesario  concebir a la religión como elemento fundamental de la cultura de la época [6].  Esto a pesar de que el sector radical de los liberales juzgaba que la Iglesia  católica era uno de los principales obstáculos para que la sociedad moderna  lograra el progreso. Como señala Ricardo Pérez Monfort, los gobiernos basándose  en el nacionalismo, realizaron acciones para restringir las esferas del poder  de la Iglesia católica, ello sin pretender en momento alguno terminar con las  “dimensiones espirituales” y religiosas del pueblo. A pesar ello, se generaron  múltiples conflictos durante los siglos XIX y XX. 
               
            En  la época que Torres pintó sus cuadros, esta lucha entre Iglesia y Estado aún  estaba en un punto crítico. Pero a pesar de ello, las imágenes que nos muestra  de la ciudad corresponden a un momento de aparente paz y tranquilidad de la  sociedad, que está viviendo en el período nombrado por los historiadores como “República  Restaurada” [7] y la bandera mexicana que esta coronando la catedral simboliza  la entronización del poder del Estado. 
               
            En  sus nueve cuadros, Torres centró la atención en el trascurrir de la vida  cotidiana de los morelianos alrededor de los recintos religiosos. Semejante  situación la encontramos plasmada en sus obras literarias, en las que aludió a  la vida y costumbres religiosas. Esto nos demuestra que el espíritu liberal del  autor, al igual que el de muchos mexicanos, nunca se contrapuso a sus valores  religiosos, pues como él mismo decía: 
            
              “Somos liberales y amamos  el sistema republicano y somos sus más ardientes partidarios, pero al mismo  tiempo profesamos la religión de Jesús Cristo porque creemos que el hombre no  puede vivir sin religión y que la establecida por el mártir Galileo es la más  pura y diremos la más democrática”.  
                           
            Respecto  a la religión, encontramos que poco antes de que Torres ejecutara sus cuadros,  las autoridades habían señalado la prohibición de realizar el “culto divino”,  fuera de los templos. De esta manera se decretó que sería delito toda adoración  fuera de la casa o templo, así como el uso de indumentaria religiosa fuera de  la iglesia, entre otras cosas. Lo curioso es que, en el cuadro del exterior de  la catedral, Torres pintó varios religiosos caminando en la calle con su  atuendo eclesiástico. 
            En  el cuadro del interior de catedral el autor pintó a varios hombres que estaba  orando en la iglesia, pero el grupo que predominó fue el de las mujeres. En  cuanto a las señoras que aparecen en las imágenes del cuadro de la catedral,  ellas eran damas apacibles, devotas, que acudían a misa y de ferviente  religiosidad. Que pueden ser la representación de las señoritas morelianas que  años atrás protestaron en el foro público contra la libertad de culto.  | 
         
        
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          Imágenes decimonónicas del hombre y la mujer | 
         
        
          Las  representaciones culturales en cada época establecen el soporte fundamental de  la construcción social de la identidad. Estas dotan a cada sujeto de la  sociedad de nociones de comportamiento. Es por lo que, en las diversas imágenes  encontramos referencia al hombre y a la mujer, las cuales se diferencian en  relación con el otro. Estos son referentes que nos permiten comprender una de  las múltiples representaciones de lo masculino y lo femenino. 
 
            En  sus obras escritas Torres dejó varias referencias sobre la mujer de la época.  En una sección de rubro costumbrista titulada “Las Michoacanas pintadas por un  Michoacano”, el autor describió varios tipos de mujeres. Aunque esta quedó  inconclusa podemos tener referencia de ella en el periódico La mujer mexicana, donde realizó la  biografía de varias mujeres destacadas en la historia, pero también señaló  algunos casos sobre la vida de las mujeres comunes del pueblo. 
              Como  podemos apreciar en la obra de Torres, las mujeres que muestra el autor entran  en el plano de lo “idílico”; donde sobresalen las damas que se dedican a ir a  misa, al rezo y al paseo, pero que al final no son un referente de todas las  mujeres de la época. Esto en la medida, de que en el cuadro no se contempló la  contraparte, compuesta por las mujeres que realizaban diversos oficios para poder  sobrevivir. Por los escritos del propio autor, él estaba consciente de la  necesidad que tenían muchas mujeres de trabajar y así lo expuso: “una mujer que  no trabaja, sobre todo si pertenece a una familia pobre, está continuamente  expuesta a inminentes peligros propios del estado de miseria en que se agita,  debido sencillamente a que siempre consume algo que no produce nada”. 
               
            Con  lo anterior, no debemos creer que el autor era un profeminista adelantado a su  época; por lo contrario, él pensaba que la mujer debía instruirse para manejar  adecuadamente su hogar, sin ser presuntuosa por sus conocimientos, ya que este  saber le debía servir para alejar “la ignorancia, los fanatismos religiosos y  todas las mala pasiones”. Pero no por ello, las mujeres debían dejar de cumplir  con el rol que les fue asignado. 
               
            Aludiendo  a las representaciones femeninas, en el cuadro “Vista exterior de la catedral  de Morelia” podemos observar dos jóvenes muy ataviadas que pasean por la calle  Real, justo frente a catedral. La lectura de la imagen tiene elementos muy  semejantes a los presentados en la obra del escritor mexicano Antonio García  Cubas. En su narración romántica decimonónica, él señaló “vienen dos lindas  jóvenes, llenando la calzada con sus vestidos de excesiva anchura, según la  moda. Una de ellas no cesa de mirar hacia atrás y es que sin duda la sigue su  novio […] una lleva un traje de color rosa con tres olanes guarnecidos de  listón y fleco”. 
               
            Pero  en otro fragmento se plasma la contracara de la mujer idealizada por el autor.  Ejemplificada por una señora que surge en el primer plano con vestimenta muy  humilde, que carga con una mano a una niña y con la otra toma a su otro hijo. A  espaldas de la mujer aparecen tres militares que llevan preso con una soga a un  hombre que es conducido a la prisión. Esta parte de la escena es interesante,  ya que a pesar de que la madre y el prisionero parecen estar en situaciones  penosas, sus actitudes expresan el estereotipo del deber ser masculino y  femenino. La proyección de la mujer cariñosa y abnegada, así como la actitud de  valor y altivez del hombre en cualquier situación desarrollada en lo público,  todo esto sustenta una imagen idílica de la época. 
               
            El  ser hombre o mujer lleva implícito connotaciones de carácter tanto biológico  como cultural. En el caso de la masculinidad, debemos entender que existen  diferentes tipos, algunos más idealizados que otros. Pero en general los  hombres de distintas épocas a través de la virilidad mostraban su ser  masculino, siempre en contraposición a la identidad femenina. Tal como Torres  pintó a los hombres que aparecen en sus cuadros, dichos varones fueron la  contraposición de “Cándido”, el marido afeminado de la comedia La mujer marido”. Este hombre del cual  Torres hizo una mofa debido a que realizaba actividades “mujeriles”,  invirtiendo con ello los roles de género. En distintos trabajos, el autor  mostró su desaprobación por las parejas que no cumplían con “el rol asignado”,  pues como señaló: “Dios mismo ha mandado que ha de estar la mujer de su esposo  bajo el mando. Jamás usurpar pretenda ese poder soberano”. 
               
            Estas  representaciones alrededor de la figura del varón aparecen en distintos  momentos en las obras del autor. En lo concerniente al cuadro, en el extremo  derecho se pintó a un caballero vestido de blanco. A este, se le puede ubicar  como un “dandi”, por el dominio de su masculinidad un tanto sofisticada en su  ropa y su postura. Por “masculinidad dominante” entendemos un tipo de identidad  que se fabrica en cuanto a aprobación homosocial de los otros hombres. En la  mayoría de los cuadros del pintor, se muestra la hombría para diferenciarse de  la mujer, del homosexual, del niño. Es decir, su identidad se construye en  contraposición del otro.  
               
            Varios  de los hombres que aparecen en los cuadros de Torres, están vestidos con traje negro,  que representa a la clase alta; además, su vestimenta habla de los cambios en  el atuendo masculino, que se produjo durante la segunda mitad del siglo XIX. En  esta representación decimonónica los varones usan un bigote el cual se  convirtió en un “símbolo de su virilidad”.  
              Asimismo,  enfatizando en la masculinidad decimonónica, no podía faltar la representación  del militar, como una actividad masculina por excelencia, la cual ha sido proyectada  en distintas culturas como la encarnación máxima de la virilidad. Pues si bien  recordemos que el prestar servicio en las armas, además de representar hombría,  también era considerado como honroso y noble para el ciudadano. 
             
            También  en sus cuadros el autor fue sensible a la representación de los esposos que  desde el Neoclásico tuvieron un lugar importante en las representaciones  pictóricas. El estado civil de los hombre o mujer casados les asignaba a ambas  partes un respeto social. Tan sólo por citar un ejemplo, en esa época para  poder acceder a algunos cargos públicos se les pedía como requisito a los  varones ser casado.  | 
         
        
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          Otras  proyecciones | 
         
        
        
          La  sociedad del siglo XIX estuvo en constante inestabilidad social y económica  como efectos de la guerra de independencia y los posteriores acontecimientos  militares en que tuvo participación el estado. Con ese telón de fondo, podemos  contemplar cómo se fue construyendo un discurso en el cual se elogió la cultura  del trabajo y se criminalizaron algunas prácticas que se acercaran a la  improductividad. Como podemos comprender, bajo esos ordenamientos, la vida de  la sociedad moreliana transcurría en medio de una confluencia de población  tanto rural como urbana, que diversificaba sus actividades laborales. Dichas  condiciones, llevaron a que muchos de los trabajadores no lograr adaptarse o  fueran despojados de sus medios de subsistencia, dando origen a problemas de  pobreza, desempleo, discriminación, movilidad social, vagancia, mendicidad y  bandolerismo. 
                          En  este contexto encontramos a la vagancia y mendicidad como un problema social,  cuya respuesta por parte de las autoridades fue elaborar una copiosa legislación  que intento erradicar dicho “mal”. Así, a partir de 1827 en todo el estado de  Michoacán se fue generando una amplia normativa que no cesó en el transcurso  del siglo. En dichos cuerpos jurídicos se calificó de vago, enfocado, aunque no  del todo a los estratos más bajos, encaminado a catalogar a los individuos  carentes de oficio, a los que su vida transcurría en medio del ocio, a los  desocupados y a aquellos que mostraban diversos comportamientos considerados  como dañinos a la moral y buenas costumbres, así como inclinarse hacia algunas  actividades ilícitas como lo eran los juegos prohibidos y los vicios. A este  término se le fueron agregando más adjetivaciones y castigos en las leyes  posteriores. 
               
            En  el cuadro de Torres aparece el vago, que es la representación opuesta al modelo  de buen ciudadano; caracterizado por su honestidad, dedicación, buenas  costumbres, honorabilidad y útil a la sociedad. Como jurista, Torres debió  estar bien informado sobre esta reglamentación acerca de la vagancia, la cual  era considerada como un mal social. Por ello, en su cuadro “Vista exterior de  la catedral” se pinta a varios hombres con el prototipo de vagos, los primeros  los colocó en el primer plano del cuadro sentados a un costado de una obra  escultórica; dichos personajes con vestidura humilde estaban charlando. A los  otros se les ubica recargados en el enrejado de la catedral, uno sentado en el  piso y el otro con una postura en la cual aparenta estar borracho. Estos  hombres ilustran la situación en que se encontraban muchos individuos de la  ciudad, quienes en tiempo en que deberían estar dedicados en su jornada  laboral, lo desperdiciaban y tenían un constante desapego a su trabajo. 
               
            Junto  a la primera pareja de vagos, el autor también pintó a un mendigo, que pide socorro  a un religioso que pasaba junto a él. El mendigo fue definido por Joaquín  Escriche como el pobre que va pidiendo limosna de puerta en puerta; así como  aquellos individuos que en lugar de trabajar preferían llevar una vida de ocio  [8]. Las condiciones de decrepitud física como obstáculo para poder ejercer un  oficio que presenta el mendigo son un referente mediante el cual el autor buscó  representar a un mendigo forzado de acuerdo con la diferenciación introducida  por el concepto vigente en la época.  
             
            Respecto  de la cultura del trabajo, que representaba el lado opuesto al ocio, el autor  pintó dos oficios relacionados con la clase humilde en ellos encontramos al  cargador y al mercero o vendedor. La imagen de estos dos personajes es muy  similar a la presentada en la obra Los  mexicanos pintados por sí mismos [9]. En esta publicación de 1855 se dejó testimonio de algunas de las  principales actividades u oficios realizados por el pueblo. De igual manera el  prototipo del ranchero que aparece en su caballo dando información fuera de la  catedral, la vestimenta es similar a la de dichas ilustraciones.  | 
         
        
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          Reflexión final | 
         
        
          A través del pincel y la pluma de Mariano de Jesús  Torres se fueron esbozando las proyecciones de la vida cotidiana en la ciudad  de Morelia. Mediante estas representaciones pictóricas podemos rescatar los  imaginarios de una sociedad forjada por su historia que tiene un profundo  arraigo religioso, en el que las tradiciones y costumbres de un pueblo mestizo  están presentes. Así mismo, en cada una de las imágenes es posible establecer  los principales roles desempeñados y los modelos de comportamiento imperantes  en la época, así como una parte de los problemas que afectaban a la sociedad. 
 
            Cada  uno de sus personajes encarnó una parte de los elementos distintivos de las  proyecciones identitarias de la época; enmarcadas en un conjunto de referentes  y elementos simbólicos que dan forma a las identidades de la época. En las  cuales los roles de género, creencias, valores, la cultura del trabajo, entre  otros elementos, dotaron de identidad al moreliano. Aunque es preciso aclarar,  que las imágenes proyectadas no fueron opuestas al modelo ofrecido por la  cultura dominante, que intento homogenizar los componentes identitarios; pero  no sería adecuado señalar que fue igual en todas las regiones. Así que, para no  establecer conclusiones parciales, el reto consiste en hacer un arduo estudio  de las distintas regiones del país para así poder cotejar sus diversas  realidades.  
             
            Pero  aún bajo ese supuesto, debemos de tener muy claro que mediante estas y otras  representaciones podemos constatar que nada se mantiene estático, con el correr  del tiempo las construcciones culturales van transmutando y en pleno siglo XXI  son claras las nuevas imágenes que dotaron de identidad al mexicano.  | 
         
        
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          Notas | 
         
        
          [1] Mariano  de Jesús Torres (1838-1921), a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas  del XX tuvo una destacada participación política, cultural y social en Morelia.  Su máximo reconocimiento lo alcanzó a través de sus obras periodísticas. Este  multifacético personaje apodado “el pingo Torres”, una vez concluido su  aprendizaje básico ingresó al colegio donde estudió literatura de 1848 a 1855. Así mismo,  desde 1854 fue alumno de la   Academia de Dibujo establecida por el gobierno en el inmueble  de la antigua Compañía de Jesús. En 1856 inició los estudios de jurisprudencia  en el Colegio Seminario, y además emprendió los preparatorios de Medicina en  San Nicolás, donde cursó las cátedras de Botánica y Química, asistiendo al  mismo tiempo a clases de francés y dibujo. Durante el mismo año y estando en  periodo de vacaciones le dio por aprender el arte de la imprenta en el taller  tipográfico del señor don Octaviano Ortiz. A lo largo de su carrera profesional  como abogado, fue juez de letras en Ario en 1862, juez en La Piedad en 1863 y 1864, y en  Pátzcuaro en 1864. Entre 1879 y 1885 fue redactor del Periódico Oficial de  Michoacán. De pensamiento liberal “el pingo Torres” fue crítico del gobierno de Porfirio Díaz y de los  políticos conservadores del régimen en Michoacán entre ellos del gobernador  Aristeo Mercado.  | 
         
        
          [2] Término  propuesto por Justo Fernández en 1937. La obra de Mariano de Jesús puede  ubicarse en el rubro denominado “pintura regional”. Este género se gestó entre  1810 y 1910, y las características que lo describieron son: su carácter popular  e independiente del arte oficial preconizado en la Academia de San Carlos. A  este tipo de arte popular Justino Fernández le llamó “pintura independiente de  la Academia.” Por su parte Xavier Moyseen estableció que era “pintura popular  todo aquello que no se sujetó al canon de la belleza que desde la academia se  imponía”. Ana Ortiz señaló que Torres se encontraba dentro del grupo de autores  “independientes” del siglo XIX. ORTIZ, La pintura mexicana independiente, pp.  12- 19.  | 
         
        
          [3] Unos  años antes de convertirse en el redactor del Periódico Oficial, pintó entre  1874 y 1876 los únicos nueve óleos que se le conocen. Estas obras son: “Vista  exterior de la catedral de Morelia (1874)” y “Vista del interior de la catedral  (1874)”, “Calle cerrada de San Agustín, Plaza de Armas y Catedral (1874)”,  “Vista del Templo y Colegio de Las Rosas (1876)”, “Vista del Templo de la Compañía  (1876)”, “Templo de San Francisco (1876)”, “Vista del Templo de San Diego  (1876)”, “Vista del Templo y Plaza de San Agustín (1876)”, “Vista del Templo de  San Diego (s/f)”. Dichos cuadros han sido mencionados en algunos artículos por  historiadores, los cuales sólo han recurrido a ellos para ilustrar sus  escritos. Algunos de estos investigadores han señalado que las obras de Torres  carecen de una adecuada técnica y que “están lejos de los conceptos de la  estética”. Diferimos de estos comentarios, pues como señala Erwin Panofsky “una  obra de arte siempre tiene una significación estética (que no debe de  confundirse con el valor estético)”. Estas obras resultan ser una valiosa  fuente histórica. PANOFSKY, El significado de las artes visuales, pp. 26- 27  | 
         
        
          | [4] Entendemos  por “espacio público” al espacio en abstracto e inmanente, donde confluyen todo  tipo de relaciones. La esfera de lo público se opone implícita o explícitamente  al campo de lo privado a la esfera de lo individual. GUERRA, Los espacios  públicos en Iberoamérica, pp. 7-10. | 
         
        
          | [5] 
            Montserrat Galí señala que el renacimiento romántico coincide con la  posición reivindicadora del nacionalismo, así como con una recuperación de la  religión. GALÍ, Historia del bello sexo, p. 19. | 
         
        
          | [6] Émile  Durkheim estableció 12 elementos esenciales de la religión: 1. Implica división  entre lo sagrado y lo profano. 2. es un patrón de interacción cultural en el  cual se postula culturalmente la existencia de seres supremos. 3. Creencia e  institución que se le presenta al hombre como poder externo que lo controla. 4.  La construcción de un cosmos sagrado que sirve para mantener la realidad del  modo socialmente constituido. 5. Una realidad que se vive como externa y luego  se internaliza. 6. Es una salida al temor y es una fuerza de temor. 7. Arte  humano como fuerza social. 8. Fuerza capaz de agrupar amplios conjuntos  humanos. 9. Instrumentos de manipulación. 10. Instrumento para superar la  violencia y luego inducirla. 11. Códigos y símbolos que por su abstracción son  capaces de integrar situaciones totalmente distintas. 12. Conjunto de creencias  a partir de las cuales se pueden integrar instituciones. PATIÑO, Religión y  vida cotidiana, pp. 23-25. | 
         
        
          | [7]  La República Restaurada es el periodo de la historia de México que inicia con  el triunfo del liberalismo encabezada por Benito Juárez hasta 1867 con el fin  del gobierno de Lerdo de Tejada. | 
         
        
          | [8]  Existían 2 tipos de mendigos. El mendigo forzado, que era aquel que a causa de  su pobreza o incapacidad física se le permitió por medio de una licencia pedir  limosna. Por su parte el mendigo voluntario era el robusto, sano y en edad  productiva, que en lugar de ejercer una ocupación honesta se mantenía de pedir  limosna. ESCRICHE, Diccionario razonado, pp. 432. | 
         
        
          | [9]  Para ver las imágenes consúltese Los  mexicanos pintados por sí mismos. | 
         
        
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