| El trabajo invisibilizado: del trabajo doméstico a la organización social del cuidado | 
         
        
          | Lic. Olga María Morano | 
         
        
        
          | Sociología del  Litoral Asociación Civil (SLAC) | 
         
        
          gringamorano@yahoo.com.ar  | 
         
        
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          Para citar este    artículo: Rev. Arg. Hum. Cienc. Soc. 2022; 20(2). Disponible en    internet: 
                    http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v20_n2_02.htm   | 
         
        
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          Resumen | 
         
        
          En un marco de  creciente incertidumbre, donde la desigualdad se profundiza y se extiende a  diversos ámbitos, aparecen nuevas miradas para interpretar desde la economía  este nuevo escenario. Surge una economía crítica y heterodoxa, entre ellas la  economía feminista,  que centra  su análisis en  la desigualdad en su más amplio sentido y su  contribución consiste en explicar las raíces económicas que subyacen en la  desigualdad de género, poniendo la mirada  en el modo en que  las sociedades resuelven la reproducción  cotidiana de las personas y su impacto en el funcionamiento económico y  en los factores que determinan la desigualdad,  utilizando  para ello el concepto de  “economía del cuidado” y el rol sistémico del trabajo de cuidado. Si bien día a  día se avanza en hacer visible estas problemáticas es necesario pensar en modos  de difundir y esclarecer sobre este nuevo paradigma que implica desarrollar una  mirada más amplia y abarcativa. 
            Palabras clave: fuerza de trabajo,  trabajo doméstico, organización social del cuidado.              | 
         
        
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          Abstract | 
         
        
          In a framework of growing uncertainty, where inequality deepens and  extends to various areas, new economical perspectives appear to interpret this  new scenario. A critical and heterodox economics emerges, including feminist  economics, which focuses its analysis into inequality and its contribution  consists of explaining the economic roots that underlie gender inequality,  looking at the way in which Societies resolve the daily reproduction of people  and its impact on economic functioning and on the factors that determine  inequality, using the concept of "care economy" and the systemic role  of care work. Although daily progress is made in making these problems visible,  it is necessary to think of ways to disseminate and clarify this new paradigm  that implies developing a broader and more comprehensive perspective.  
              Keywords: labor force, domestic  work, social organization of care. 
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          Introducción             | 
         
        
        
          Con el advenimiento de la Modernidad, la  generalización de las relaciones de producción capitalista y el proceso de  separación y especialización de los espacios publico/laboral y  privado/doméstico jerarquizaron  al  trabajo en la economía de mercado y   colocaron las restantes formas del mismo en un lugar subordinado. Esto  condujo a que los procesos de producción que se realizan en cada esfera lleguen  a ser completamente extraños unos a otros, aunque se encuentren integrados  constituyendo dos aspectos de un único proceso. (Carrasco, 1995). 
 
            La esfera industrial necesita fuerza de  trabajo, esencial para el funcionamiento del capitalismo, que por otra parte es  reproducida al margen de este sistema, en el ámbito de lo doméstico. A la  inversa, la esfera doméstica necesita para reproducir a los individuos y  reproducirse a sí misma de la producción industrial. Como señalan Delfino et  al., “Son justamente estas interacciones las que permiten plantear que las  reestructuraciones en curso en los mercados de trabajo y en los sistemas de  bienestar acarrean una creciente tensión entre los recursos distribuidos y los  niveles de vida sedimentados en las costumbres, gustos y convenciones sociales,  conllevando un incremento del trabajo no remunerado realizado en los hogares” (Delfino et al., 2018, p. 1). Estos autores también enfocan su análisis en el  encuentro teórico entre los estudios de trabajo y la perspectiva de género, que  posibilitaron a partir de los año 80` del siglo pasado, la ruptura conceptual  de la noción de trabajo, ampliando la mirada a formas de trabajo sin  remuneración que se realizan en ámbitos diferentes a los del mercado: el  doméstico y el voluntario, que desempeñan un rol sistémico contribuyendo al  bienestar social.  
               
            En un marco de creciente incertidumbre, donde  la desigualdad se profundiza y se extiende a diversos ámbitos, aparecen nuevas  miradas para interpretar desde la economía este nuevo escenario. Tal como  señala Corina Rodríguez Enríquez, la economía ortodoxa centra su análisis en el  funcionamiento de los mercados, en tanto hay una economía crítica y heterodoxa  cuya preocupación es la desigualdad en su más amplio sentido. En este grupo se  ubica la economía feminista y su contribución consiste en explicar las raíces  económicas que subyacen en la desigualdad de género. Pone el foco, en primer  lugar, en el modo en que las sociedades resuelven la reproducción cotidiana de  las personas y su impacto en el funcionamiento económico y además en los factores  que determinan la desigualdad, utilizando   para ello el concepto de “economía del cuidado” y el rol sistémico del  trabajo de cuidado. (2015). 
            La visibilización de estas problemáticas quedan  circunscriptas a grupos que se interesan por poner luz sobre las mismas, y si  bien es cierto que día a día se van expandiendo es necesario pensar en modos de  difundir y esclarecer sobre este nuevo paradigma que implica desarrollar una  mirada más amplia y abarcativa. | 
         
        
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          La economía feminista | 
         
        
          La economía feminista, al poner   énfasis en la incorporación de las  relaciones de género como una categoría de análisis relevante para explicar el  funcionamiento de la economía, hace un aporte teórico significativo del  feminismo contemporáneo, para explicar la desigualdad entre mujeres y varones y  para   dar cuenta de que la noción de lo  femenino y lo masculino se construye histórica y culturalmente a partir de una  relación mutua. 
 
            La teoría neoclásica es el paradigma  dominante en la disciplina económica y a partir de la idea de homus  economicus deja claramente expuesto su sesgo androcéntrico, otorgándole  características universales para la especie humana. La racionalidad de este  sujeto, esencial para explicar la toma de decisiones, no tiene en cuenta los  innumerables obstáculos que implica el cotidiano vivir en un mundo racista,  xenófobo, homofóbico y sexista. En tanto la economía feminista, al poner en el  centro del análisis la sostenibilidad de la vida, desplaza al mercado de ese  lugar. Para esta corriente de pensamiento el objetivo del funcionamiento  económico no es la reproducción del capital sino la reproducción de la vida.  “La reproducción no está en la perfecta asignación, sino en la mejor provisión  para sostener y reproducir la vida y en particular se concentra en reconocer,  identificar analizar y proponer como modificar la desigualdad de género como  elemento necesario para lograr la equidad económica.” (Rodríguez Enríquez,  2015, p. 32). Señala que, lo que pretende este nuevo enfoque, es ir más allá de  una mera descripción de la realidad, con el   objetivo político de transformarla en un sentido más igualitario. “Por  ello sus contribuciones buscan fortalecer el desarrollo de la economía como una  ciencia social y un abordaje multidisciplinar, en dialogo con otras corrientes  de pensamiento, con otras disciplinas y con otros movimientos políticos” (2015,  p. 32) 
               
            En este sentido es que incorpora nuevas  dimensiones de análisis, a partir de poner en el centro el eje  producción/reproducción y para ello incorpora y desarrolla distintos conceptos:  división sexual del trabajo, organización del cuidado y economía del cuidado.  Para ello hace una contribución al estudio de la participación económica de las  mujeres poniendo al descubierto la discriminación que existe en el mercado  laboral (menor y peor participación laboral de las mujeres, brechas de género  en los ingresos, segregación horizontal y vertical, concentración de mujeres en  espacios de precariedad laboral, desprotección social, entre otros). También ha  aportado a los debates sobre la cuestión de la pobreza, no solo haciendo  referencia a lo monetario sino extendiéndola a otras dimensiones,  particularmente a la pobreza de tiempo. Rodríguez Enríquez incorpora las voces  de Antonopoulos, Masterson y Zacharias, respecto a la interrelación entre los  déficits de tiempo y de ingresos.  
               
            Finalmente, señala Rodríguez Enríquez, la  economía feminista también se ha ocupado de los sesgos de genero de la  macroeconomía y las políticas económicas, y en este sentido la autora rotula  esto como un aspecto fundamental ya que las políticas económicas, según como  estén diseñadas y a qué dinámica favorezcan, no son neutrales, pudiendo  contribuir a la profundización de las desigualdades o en sentido contrario  contribuir a morigeración.  
            En definitiva, la economía feminista expone  dimensiones de la realidad invisibilizadas y no solo reclama sino que propone  estrategias para tender, desde la dinámica económica, hacia un horizonte más  igualitario. | 
         
        
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          La economía del cuidado y el rol sistémico  del trabajo de cuidado             | 
         
        
          En primer lugar la economía feminista retoma  un viejo debate dentro del feminismo que refiere al rol del trabajo doméstico  no remunerado, aspecto ligado a la teoría marxista respecto a la reproducción  de las condiciones materiales de existencia, argumentando sobre la necesidad de  visibilizar el rol de este tipo de trabajo en el proceso de acumulación  capitalista y las implicancias en términos de doble explotación de las mujeres.  Tal como señala Rodríguez Enríquez la actualización de este debate dio lugar al  surgimiento del concepto de economía de cuidado, que hace referencia a “todas  las actividades y prácticas necesarias para la supervivencia de la vida  cotidiana de las personas en la sociedad en que viven. Incluye el autocuidado, el cuidado directo de otras personas, la  provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado y la gestión del  cuidado.” (2015, p. 36). 
 
            Por otra parte, como señala Carrasco el  concepto de tiempo y de trabajo ha estado construido por una cultura patriarcal  que ha mantenido oculto el trabajo que desarrollan las mujeres, valorando solo  el trabajo de mercado, socialmente asignado a los hombres, y por otra parte se  ha identificado trabajo con empleo. En este sentido, agrega, hubo una ceguera  desde la academia y la política que no permitió visibilizar esta actividad  fundamental no solo para la reproducción de la fuerza de trabajo sino para la  reproducción social; y ligado a la posterior idea de trabajo de cuidados, se  acuña el concepto más abarcativo de sostenibilidad de la vida. (2009). 
            “Deseo traer aquí una vivencia personal, mi  madre, que tiene 93 años y una lucidez envidiable, es para mí una guía en mi  construcción como feminista. La recuerdo muy joven trabajando en el tambo,  ordeñando con los peones y dirigiendo el trabajo, luego preparándome para ir a  la escuela, para después continuar con la huerta, el gallinero, cuidar a su  otra hija, atender a mi padre que estaba enfermo y en ese tiempo no podía trabajar,  ocuparse de su suegra, que vivía en la casa con su hijo mayor y tantas otras  cosas más y cuando alguien le pregunta si alguna vez trabajó, ella decía que  no. Y lo digo en tiempo pasado porque un día me senté con ella y lo fuimos  conversando y si bien todavía guarda en su cabeza algunas cuestiones del  pasado, le hice ver que sí trabajó, sin descanso, sin vacaciones, sin  remuneración alguna por las actividades económicas (porque lo producido del  emprendimiento rural lo cobraba mi padre que era el propietario en forma  conjunta con mi abuela), sin reconocimiento… Muchas horas más para satisfacer  las necesidades del grupo, su supervivencia y su reproducción.”  
            El relato que antecede corrobora lo que  señala Carrasco cuando afirma que en la historia de la humanidad se han  desarrollado distintos tipos de trabajo, pero el que históricamente ha ocupado  más cantidad de tiempo y ha acompañado siempre al resto de los trabajos es el  que tiene que ver con la subsistencia y hoy llamamos “doméstico y de  cuidados”.  Ahora bien, desde los  procesos de industrialización, el concepto de trabajo ha sido cooptado y se  establece una identificación entre trabajo y empleo, asociando simbólicamente  trabajo con trabajo asalariado. Así, una actividad que constituye un fenómeno  minoritario –tanto en tiempo histórico, menos de tres siglos- como en el tiempo  que ocupa en relación a otros trabajos hoy se nos presenta como la única que  respondería al termino de trabajo. (Carrasco, 2009) 
              De este modo, la ciencia económica clásica y  sus nuevas versiones, al excluir de sus análisis los procesos de reproducción  social y los trabajos para sostener la vida humana y la cohesión social se han  centrado en el mercado y el empleo ha sido concebido como la actividad central  de la vida.  
               
            Ahora bien, ¿por qué asociar la idea de  cuidado a la economía? Simplemente para poner en la mira aspectos del cuidado  que directamente producen o contribuyen a producir valor económico. En este  sentido la economía feminista pretende dos objetivos: Visibilizar el rol  sistémico del trabajo de cuidado en la dinámica económica en las sociedades  capitalistas,  esto es  la reproducción de la fuerza de trabajo, la  disposición diaria de trabajadoras y trabajadores, sin la cual el sistema no  podría reproducirse  y  también dar cuenta del significado que tienen  para la vida económica  de las mujeres el  modo de la organización del cuidado, por ejemplo, restándole posibilidades de  incorporarse formalmente al mundo del trabajo. En el análisis económico  convencional, este trabajo se encuentra visibilizado y la oferta laboral se  entiende como resultado de una elección racional de las personas que deciden  entre trabajo y no trabajo, en función de las preferencias y las condiciones  del mercado laboral.  De este modo no se  tiene en cuenta que esa fuerza de trabajo está cuidada, alimentada, descansada  y también eximida de responsabilidades de cuidar a otros con quienes convive.  En este punto, es pertinente recordar lo que se manifestó con anterioridad, la  economía feminista incorpora las relaciones de género, iluminando este trabajo  no visible y no remunerado en las mujeres, lo que luego impacta en una  menor  participación en el mercado formal  de trabajo o que sean relegadas a la informalidad y en este punto es pertinente  la incorporación del concepto de división sexual del trabajo.  Ahora bien, ¿cómo contribuye conceptual y  metodológicamente la economía feminista en la visibilización del rol de este  trabajo de cuidado en el funcionamiento de la economía? Lo hace porque  “ubica el proceso de reproducción social de la población trabajadora en  relación con el proceso de producción de recursos, un tema central en el  análisis dinámico de los economistas clásicos”. (Rodríguez Enríquez, p. 37) 
               
            La propuesta de la autora es incorporar al  clásico análisis circular de la renta, donde convergen el flujo monetario y de  bienes y servicios entre hogares y empresas, un espacio al que denomina “de reproducción”, mediante el cual  hace visible la masa de trabajo de cuidado no remunerado y la relaciona con los  agentes económicos y con el sistema de producción y también adiciona el  bienestar efectivo de las personas. De este modo se suma la reproducción a la  esfera del intercambio mercantil, no solo porque se reproduce la fuerza de  trabajo sino porque el trabajo de cuidado transforma las condiciones de vida en  bienestar, por ocuparse no solo de los que trabajan en el mercado sino de todos  los que componen ese hogar. Esto hace que al interior de esas unidades se deban  armonizar y negociar las divisiones del trabajo entre sus miembros y que sólo  una parte de esa fuerza laboral se ofrezca al mercado, aspecto vinculado a la  división sexual del trabajo, asunto estrechamente relacionado con pautas  culturales y racionalidades económicas. Así lo señala Rodriguez Enríquez “la  oferta de trabajo remunerado se regula gracias a la negociación dentro de los  hogares destinada a distribuir el trabajo no remunerado para la reproducción” (2015,  p. 39). 
             
            Finalmente, cuando se integra el trabajo de  cuidado no remunerado (realizado mayoritariamente por mujeres)  al análisis de las relaciones capitalistas de  producción queda claro que existe una transferencia desde el ámbito doméstico a  través a la tasa de ganancia y acumulación de capital.  | 
         
        
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          La organización  social del cuidado y la reproducción de las desigualdades             | 
         
        
        
          Cuando se habla de organización social del  cuidado se hace referencia al modo en que, en forma interrelacionado, las familias, el estado, el mercado y las  organizaciones comunitarias producen y distribuyen cuidados. Son cuatro  actores y las relaciones que se producen entre ellos, es un continuo donde  ocurren actividades, trabajos y responsabilidades.  
Corina Rodriguez Enríquez sugiere hablar de  “redes de cuidado”, y alude a “encadenamientos múltiples y no lineales que se  dan entre los actores que participan del cuidado, los escenarios en los cuales  esto sucede y las intermediaciones que establecen entre sí y que en  consecuencia, inciden en lo densa o débil que resulta la red de cuidados”  (2015, 41). Estas redes de cuidado las conforman no solo personas que cuidan o  son cuidadas, sino también instituciones, marcos normativos y regulaciones, la  participación mercantil y también la comunitaria.  Agrega, además, que la Organización social de  cuidado, tanto en América Latina como en Argentina, es injusta porque las  responsabilidades están distribuidas en forma desigual tanto entre hogares,  Estado, mercado y organizaciones comunitarias, como también entre varones y  mujeres. Los hechos demuestran que son los hogares quienes asumen mayor responsabilidad  y al interior de ellos son las mujeres, dado que existe una construcción social  basada en relaciones patriarcales de género, sostenidas en valoraciones  culturales reproducidas que las sindican como quienes tienen que hacerse cargo  de este trabajo de cuidados. En esta misma dirección, los recorridos históricos  de los regímenes de bienestar le han asignado a los hogares las mayores  responsabilidades quedando la participación del estado a aspectos específicos  (como la educación escolar y algunos aspectos de la salud) o como complemento  del hogar en casos de extrema vulnerabilidad.  
            Para concluir, también la organización del  cuidado guarda relación con la pertenencia a distintos estratos económicos, que  tienen diversos grados de libertad para decidir cómo encarar los mismos, y en  muchos casos resulta también un elemento de reproducción y profundización de la  desigualdad | 
         
        
        
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          El trabajo no  remunerado: aspectos teórico-metodológicos | 
         
        
          Para comenzar, en el estudio de Margaret Reid  de la década de 1930, se definía a la producción dentro del hogar como aquellas  actividades no remuneradas que son llevadas a cabo por y para sus miembros,  actividades que podrían ser reemplazadas por bienes de mercado o servicios  pagados. Es lo que se denominó “criterio de la tercera persona”. No obstante,  algunos autores que señalan Delfino et al., la consideran una definición  restringida de cuidados, ya que se ciñe a la prestación concreta y activa de  cuidados personales y desconoce otros aspectos para entender el trabajo de los  responsables del hogar, que tienen que ver con la dirección, gestión y  disponibilidad, muy complejos para traducir en términos de esfuerzo, intensidad  o tiempo. Señalan también que según Carrasco estas actividades tienen un objetivo  distinto a los del mercado, vinculados al cuidado de la vida y no al beneficio  privado; tienen lugar bajo relaciones diferentes a las relaciones capitalistas  y muchas de ellas tienen una difícil o mala sustitución de mercado, en la  medida que implican aspectos afectivos y emocionales (2016). 
             
            El concepto de trabajo no remunerado es más  abarcativo y viene a reemplazar al de trabajo reproductivo, dado que parte de  este, aunque se realice en el ámbito doméstico, se transforma en remunerado  cuando las sociedades se mercantilizan. Así mismo, el trabajo doméstico tiene  componentes que no se pueden considerar en sentido estricto como reproductivos  (como el trabajo de reparaciones del hogar), aunque contribuyan a la  reproducción de la fuerza de trabajo y también el trabajo comunitario, así lo expresa  la perspectiva de Benería (2005).  
               
            Por otra parte, según la mirada de Picchio  (2001) el contenido del trabajo de reproducción social no remunerado es el  cuidado del mantenimiento de los espacios y bienes domésticos, así como el  cuidado de los cuerpos, la educación la formación, el mantenimiento de  relaciones sociales y el apoyo psicológico a los miembros de la familia. Este  trabajo, necesario tanto para quien lo recibe como para quien lo asigna, forma  parte de la organización profunda de las condiciones de vida, sedimentada en  prácticas históricas de relaciones entre hombres y mujeres, clases y  generaciones. 
              La autora hace un análisis similar al de Rodriguez  Enríquez cuando propone la ampliación del esquema circular de la renta  incorporando un espacio al que denomina “de reproducción”, mediante el cual  hace visible la masa de trabajo de cuidado no remunerado. En un sentido similar  afirma Picchio que las grandes funciones del trabajo de reproducción social no  remunerado son las siguientes: 
            
              - Ampliación  de la renta monetaria en forma de nivel de vida ampliado, que también incluye  la transformación de bienes y servicios por medio del trabajo de reproducción  social no remunerado, teniendo en cuenta los aspectos cuantitativos del mismo y  permite sumarlo a la renta monetaria, lo cual define el nivel de vida en  términos de bienes y servicios bajo la forma en la que efectivamente se  utilizan.
 
              - Expansiona  del nivel de vida “ampliado” en forma de una condición de bienestar efectiva,  que consiste en el disfrute de niveles específicos, convencionalmente  adecuados, de educación, salud y vida social. Aquí tiene en cuenta los aspectos  cualitativos del trabajo de reproducción social, y en particular la inversión  de sentido inherente al trabajo de cuidado de las personas. 
 
              - Reducción  cualitativa y cuantitativa de la población trabajadora a los trabajadores y  trabajadoras efectivamente empleados. Así, el trabajo desarrollado en el ámbito  doméstico y familiar sirve de apoyo para la selección realizada en el mercado  de trabajo. 
 
             
            Concluye la autora señalando que el trabajo  de reproducción social realizado al interior de los hogares, al estar ausente  del mercado, hace invisible una contribución fundamental a la riqueza social y  también ha permitido ocultar parte importante de los costos de la reproducción. 
             
            Rodríguez Enríquez, cuando propone el  concepto de organización social de cuidados y establece que lo realizan cuatro actores y las relaciones que se  producen entre ellos, y lo plantea como   un continuo donde ocurren actividades, trabajos y responsabilidades es  similar al planteo de Barrhayany (2009) a quien citan Delfino, Herzfeld y  Arrillaga, cuando señala que las actividades de cuidado pueden hacerse de  manera honoraria o benéfica en el marco de la familia pero también pueden  realizarla de manera remunerada en el entorno familiar o fuera de él. Entonces,  este concepto más amplio comprende el trabajo no remunerado realizado en el  hogar y la oferta de servicios de cuidados extra doméstico tanto emanado de  instituciones públicas como del servicio privado mercantil. En este sentido  dicen en su artículo Delfino et al., recuperando a Durán (1997) que los  cuidados en el ámbito público o remunerado se convierten en servicios y  entablan una relación constante de complementariedad y sustitución con los  trabajos de cuidados no pagos.   | 
         
        
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          En cuanto al trabajo doméstico no remunerado | 
         
        
          La noción de reproducción social no solo hace  referencia a reproducción biológica y a su posterior transformación en fuerza  de trabajo sino también a la reproducción de las condiciones ideológicas y  materiales de existencia del sistema social   y en este sentido los quehaceres domésticos y el trabajo de cuidado que  se realiza al interior de los hogares es el núcleo de este proceso antes  descripto.  
             
            Este trabajo es el resultado entre la oferta  y la demanda de trabajo del mismo. Si hablamos con el  lenguaje del mercado,  quienes lo demandan son por un lado  los niños,  los enfermos, los ancianos, que son quienes en general no pueden  llevarlo a cabo  y otros tienen que ocuparse de hacerlos por  ellos (el Estado, las familias, los amigos, u otros), luego  los sobreocupados  en la producción para los mercados , que pueden comprarlo  y finalmente   los autoconsumidores, en  general la mayor parte de la población con rentas medias y bajas, especialmente  mujeres, porque o por ingresos o por cuestiones culturales o por ambos, no  pueden adquirir trabajo para su propia atención. Por otro lado, la oferta de  trabajo no remunerado está constituida principalmente por mujeres (Delfino et  al., 2018). 
               
            Dado que es necesario visibilizar la  dimensión de estas tareas, las encuestas del uso del tiempo, desde la década del  70 del siglo XX se han constituido en el instrumento más apropiado para  evidenciar y mostrar su importancia y también para recoger mayor información  adecuada para ampliar los conocimientos sobre este tipo de tareas. Al respecto  es pertinente señalar que, como señala Rodríguez Enríquez, tanto el trabajo  doméstico como el de cuidados carecen de horarios definidos y la cantidad de  tiempo destinada a ellos se determina en base a las necesidades de cada familia  y también se extiende a los fines de semana y feriados. Asimismo, algunas de  ellas se realizan en forma simultánea, lo que hace más denso el ritmo de  trabajo. Esta variabilidad en la ejecución de las tareas es una de las mayores  dificultades para medir el trabajo doméstico no remunerado, como también que  los encuestados no registran esta forma concurrente de tareas. 
               
            En cuanto al trabajo de cuidado, dado que  depende en gran medida de relaciones interpersonales no es fácilmente  visualizado por quienes lo realizan, lo que lleva a los encuestados e  informantes a subestimar su participación y el tiempo medio empleado. Quienes  han analizado este tema lo atribuyen a dos razones, una que es una tarea difusa  (porque se presenta en múltiples variantes   que van desde el trabajo propiamente dicho al ocio) y típicamente  secundaria (porque no se realiza en forma segregada, sino simultánea con otras  y además subordinadas a ellas) (Delfino et al. 2018) y la segunda es lo  que se denominó “domesticidad”, lo que supone plena disposición para el otro,  que oculta una serie de servicios traducibles en términos productivos, pero  intencionalmente diluidos en la valoración de lo femenino, en un ritual más  cercano al don, al regalo, conforme a la regla social que otorga el significado  “hogar” : una calidez desprovista de trabajo   y obligaciones (Murillo, 2000).  
             
            Estas consideraciones metodológicas ponen en  evidencia la necesidad de reconocer que es factible medir con mayor o menor  precisión el tiempo dedicado a las tareas domésticas típicas, pero “que esta  posibilidad de captación está, generalmente, ceñida a las transformaciones más  frecuentes del entorno físico del hogar y a la prestación concreta y activa de  los cuidados. Sin embargo, resulta difícil captar la llamada “carga mental”  (Aguirre, 2005) que conlleva la gestión, disponibilidad, dirección y  armonización de estas actividades en el tiempo y en el espacio. Este tipo de actividades  relacionadas con los dominios simbólicos están próximas a tareas de dirección y  a condiciones de disponibilidad, y son por ello mucho más difíciles de captar  por observadores externos y de conceptuar y percibir por los propios sujetos  que la realizan”. (Delfino et al., 2018)  | 
         
        
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          Conclusiones | 
         
        
          La visibilización del trabajo doméstico  comienza en los años 70, tomando categorías marxistas que se construyeron para  analizar el trabajo asalariado, de ese modo se puso de manifiesto que ese tipo  de labores   requería tiempo y energía,  que formaba parte de la división del trabajo y producía bienes y servicios,  separable de las personas que lo realizaban, pero no se definía al trabajo  doméstico como tal sino se lo vinculaba al trabajo mercantil. Con el  transcurrir del tiempo el término fue sustituido por otras palabras para  nombrarlo: trabajo de producción, trabajo familiar doméstico, trabajo no  remunerado, pero esto solo reafirmaba que ninguno de ellos expresaba cabalmente  lo que significaba la tarea desarrollada en el seno del hogar. A esta situación  se le adicionaba otro debate latente, la valoración de este tipo de labores. En  este contexto, el análisis cada vez más pormenorizado del contenido de las  actividades allí desarrolladas desemboca en la certeza de que existían algunas  características propias de estas actividades que no podían evaluarse con las  reglas del mercado. “Emergen, por una parte, cualificaciones y capacidades  específicas de las mujeres desarrolladas en el interior del hogar (no  reconocidas oficialmente) y, por otra, formas de organizar y estructurar la vida  y el trabajo que otorgan a las mujeres una identidad distinta a la masculina”.  Es un trabajo diferente cuyo objetivo es el cuidado de la vida y el bienestar  de las personas del hogar, no es solo preparar alimentos, coser, planchar… Desde  esta nueva perspectiva las mujeres no son ya personas secundarias y  dependientes sino personas activas, actoras de su propia historia, creadoras de  culturas y valores del trabajo distintos a los del modelo masculino (Carrasco, 2009).  De este modo, la identificación de los  aspectos subjetivos del trabajo doméstico, como un conjunto de requerimientos  que hay que satisfacer, se plantea la necesidad de valorar esta actividad por  sí misma, de reconocerla como trabajo fundamental para el buen desarrollo de la  vida humana. Esta nueva perspectiva que ubica al trabajo doméstico y de cuidados  está cuestionando los fundamentos del análisis social y económico habitual que  se centra en el mercado. También queda claro otro aspecto del cuidado y es su  carácter universal, todos necesitamos de cuidados, somos vulnerables y dependientes,  aunque habitualmente se le asigne estas características a determinadas  personas. Ahora bien, estas tareas han sido llevadas al ámbito privado de los  hogares, lugar donde las mujeres tienen un poder de negociación mucho más  frágil, lo que genera una fuerte desigualdad entre hombres y mujeres y una de  las razones de la pobreza específica de las mujeres.  
 
            Estos elementos marcan en forma clara que la  medición y contabilización del trabajo no remunerado, no puede constituir un  fin en sí mismo, sino que el objetivo es hacer comprender su importancia en la  reproducción social y la sostenibilidad de la vida cotidiana, suministrando  datos para el diseño de políticas públicas para la organización social del  cuidado que involucre no solo al Estado, sino también a los otros integrantes:  el mercado y las organizaciones de la   sociedad civil;  manteniendo el  eje de trabajo en la relación tiempo y trabajo, porque es la parte de la organización  de las sociedades que perjudica a las mujeres adultas por estar regulada en  clave productivista y masculina.  
               
            Los datos en nuestro país no casualmente no  son suficientes, aunque hay que reconocer que en los últimos años se ha  avanzado. Es esencial contar con  información relevante  para construir diagnósticos sobre la   verdadera situación respecto a  la  organización social de cuidados,   visibilizando el aporte del trabajo no remunerado, no solo para  el diseño de políticas públicas,  sino también para  transmitir  a la sociedad el significado económico, social y cultural de las tareas de  cuidado, contribuyendo de ese modo a la construcción de demanda social  para que esas políticas públicas de cuidado redistribuyan las responsabilidades  entre los distintos actores y también entre hombres y mujeres. Estas políticas  públicas deberán ser integradas   ampliando las posibilidades de las personas de elegir cómo organizar el  cuidado y de ese modo favorecer la armonización entre la vida laboral y  familiar de las personas (incluyendo regulaciones laborales, ampliación de  licencias paternales, extensión de servicios públicos de cuidado,  fortalecimiento de las condiciones de trabajo de las personas empleadas en  actividades de cuidado, incorporación real de otros actores de la sociedad  civil) y produciendo transformaciones en los estereotipos de género en torno al  cuidado  quitándole la fuerte impronta de  su feminización. 
             
            Este trabajo de lectura y reflexión es para mí  solo el inicio del abordaje de esta problemática, es un compromiso conmigo  misma y con el resto de las mujeres   poner en cuestión y en agenda lo que ocurre en el ámbito  doméstico/privado.  | 
         
        
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          Bibliografía | 
         
        
          Carrasco, Cristina, “Tiempos y trabajos  desde la experiencia femenina” en PAPELES de relaciones ecosociales y cambio  global, N° 108, 2009, pp. 45-54  
Delfino, A, Herzfeld, C y Arrillaga H,  Trabajo no remunerado y uso del tiempo en la Argentina de principios del siglo  XXI”, Revista Sociedad y Economía, n° 34, 2018, pp.  167-184 
Picchio, A. Un  enfoque macroeconómico “ampliado” de las condiciones de vida. Conferencia  inaugural de las Jornadas Tiempos, trabajo y género, Facultad de Ciencias  Económicas de la Universidad de Barcelona, reproducidas en “Genero, equidad y  reforma de la salud en Chile. Apuntes desde el Genero para una economía de la  salud”. Santiago de Chile: OPS/OMS. 2001 
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