Revista Argentina de Humanidades y Ciencias Sociales
ISSN 1669-1555
Volumen 20, nº 2 (2022)

El trabajo invisibilizado: del trabajo doméstico a la organización social del cuidado
Lic. Olga María Morano
Sociología del Litoral Asociación Civil (SLAC)

gringamorano@yahoo.com.ar

 

 

Para citar este artículo: Rev. Arg. Hum. Cienc. Soc. 2022; 20(2). Disponible en internet:
http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v20_n2_02.htm

 

Resumen

En un marco de creciente incertidumbre, donde la desigualdad se profundiza y se extiende a diversos ámbitos, aparecen nuevas miradas para interpretar desde la economía este nuevo escenario. Surge una economía crítica y heterodoxa, entre ellas la economía feminista,  que centra  su análisis en  la desigualdad en su más amplio sentido y su contribución consiste en explicar las raíces económicas que subyacen en la desigualdad de género, poniendo la mirada  en el modo en que  las sociedades resuelven la reproducción cotidiana de las personas y su impacto en el funcionamiento económico y  en los factores que determinan la desigualdad, utilizando  para ello el concepto de “economía del cuidado” y el rol sistémico del trabajo de cuidado. Si bien día a día se avanza en hacer visible estas problemáticas es necesario pensar en modos de difundir y esclarecer sobre este nuevo paradigma que implica desarrollar una mirada más amplia y abarcativa.
Palabras clave: fuerza de trabajo, trabajo doméstico, organización social del cuidado.

 

Abstract

In a framework of growing uncertainty, where inequality deepens and extends to various areas, new economical perspectives appear to interpret this new scenario. A critical and heterodox economics emerges, including feminist economics, which focuses its analysis into inequality and its contribution consists of explaining the economic roots that underlie gender inequality, looking at the way in which Societies resolve the daily reproduction of people and its impact on economic functioning and on the factors that determine inequality, using the concept of "care economy" and the systemic role of care work. Although daily progress is made in making these problems visible, it is necessary to think of ways to disseminate and clarify this new paradigm that implies developing a broader and more comprehensive perspective.
Keywords: labor force, domestic work, social organization of care.

 

Introducción

Con el advenimiento de la Modernidad, la generalización de las relaciones de producción capitalista y el proceso de separación y especialización de los espacios publico/laboral y privado/doméstico jerarquizaron  al trabajo en la economía de mercado y  colocaron las restantes formas del mismo en un lugar subordinado. Esto condujo a que los procesos de producción que se realizan en cada esfera lleguen a ser completamente extraños unos a otros, aunque se encuentren integrados constituyendo dos aspectos de un único proceso. (Carrasco, 1995).

La esfera industrial necesita fuerza de trabajo, esencial para el funcionamiento del capitalismo, que por otra parte es reproducida al margen de este sistema, en el ámbito de lo doméstico. A la inversa, la esfera doméstica necesita para reproducir a los individuos y reproducirse a sí misma de la producción industrial. Como señalan Delfino et al., “Son justamente estas interacciones las que permiten plantear que las reestructuraciones en curso en los mercados de trabajo y en los sistemas de bienestar acarrean una creciente tensión entre los recursos distribuidos y los niveles de vida sedimentados en las costumbres, gustos y convenciones sociales, conllevando un incremento del trabajo no remunerado realizado en los hogares” (Delfino et al., 2018, p. 1). Estos autores también enfocan su análisis en el encuentro teórico entre los estudios de trabajo y la perspectiva de género, que posibilitaron a partir de los año 80` del siglo pasado, la ruptura conceptual de la noción de trabajo, ampliando la mirada a formas de trabajo sin remuneración que se realizan en ámbitos diferentes a los del mercado: el doméstico y el voluntario, que desempeñan un rol sistémico contribuyendo al bienestar social.

En un marco de creciente incertidumbre, donde la desigualdad se profundiza y se extiende a diversos ámbitos, aparecen nuevas miradas para interpretar desde la economía este nuevo escenario. Tal como señala Corina Rodríguez Enríquez, la economía ortodoxa centra su análisis en el funcionamiento de los mercados, en tanto hay una economía crítica y heterodoxa cuya preocupación es la desigualdad en su más amplio sentido. En este grupo se ubica la economía feminista y su contribución consiste en explicar las raíces económicas que subyacen en la desigualdad de género. Pone el foco, en primer lugar, en el modo en que las sociedades resuelven la reproducción cotidiana de las personas y su impacto en el funcionamiento económico y además en los factores que determinan la desigualdad, utilizando  para ello el concepto de “economía del cuidado” y el rol sistémico del trabajo de cuidado. (2015).

La visibilización de estas problemáticas quedan circunscriptas a grupos que se interesan por poner luz sobre las mismas, y si bien es cierto que día a día se van expandiendo es necesario pensar en modos de difundir y esclarecer sobre este nuevo paradigma que implica desarrollar una mirada más amplia y abarcativa.
 

La economía feminista

La economía feminista, al poner   énfasis en la incorporación de las relaciones de género como una categoría de análisis relevante para explicar el funcionamiento de la economía, hace un aporte teórico significativo del feminismo contemporáneo, para explicar la desigualdad entre mujeres y varones y para   dar cuenta de que la noción de lo femenino y lo masculino se construye histórica y culturalmente a partir de una relación mutua.

La teoría neoclásica es el paradigma dominante en la disciplina económica y a partir de la idea de homus economicus deja claramente expuesto su sesgo androcéntrico, otorgándole características universales para la especie humana. La racionalidad de este sujeto, esencial para explicar la toma de decisiones, no tiene en cuenta los innumerables obstáculos que implica el cotidiano vivir en un mundo racista, xenófobo, homofóbico y sexista. En tanto la economía feminista, al poner en el centro del análisis la sostenibilidad de la vida, desplaza al mercado de ese lugar. Para esta corriente de pensamiento el objetivo del funcionamiento económico no es la reproducción del capital sino la reproducción de la vida. “La reproducción no está en la perfecta asignación, sino en la mejor provisión para sostener y reproducir la vida y en particular se concentra en reconocer, identificar analizar y proponer como modificar la desigualdad de género como elemento necesario para lograr la equidad económica.” (Rodríguez Enríquez, 2015, p. 32). Señala que, lo que pretende este nuevo enfoque, es ir más allá de una mera descripción de la realidad, con el  objetivo político de transformarla en un sentido más igualitario. “Por ello sus contribuciones buscan fortalecer el desarrollo de la economía como una ciencia social y un abordaje multidisciplinar, en dialogo con otras corrientes de pensamiento, con otras disciplinas y con otros movimientos políticos” (2015, p. 32)

En este sentido es que incorpora nuevas dimensiones de análisis, a partir de poner en el centro el eje producción/reproducción y para ello incorpora y desarrolla distintos conceptos: división sexual del trabajo, organización del cuidado y economía del cuidado. Para ello hace una contribución al estudio de la participación económica de las mujeres poniendo al descubierto la discriminación que existe en el mercado laboral (menor y peor participación laboral de las mujeres, brechas de género en los ingresos, segregación horizontal y vertical, concentración de mujeres en espacios de precariedad laboral, desprotección social, entre otros). También ha aportado a los debates sobre la cuestión de la pobreza, no solo haciendo referencia a lo monetario sino extendiéndola a otras dimensiones, particularmente a la pobreza de tiempo. Rodríguez Enríquez incorpora las voces de Antonopoulos, Masterson y Zacharias, respecto a la interrelación entre los déficits de tiempo y de ingresos.

Finalmente, señala Rodríguez Enríquez, la economía feminista también se ha ocupado de los sesgos de genero de la macroeconomía y las políticas económicas, y en este sentido la autora rotula esto como un aspecto fundamental ya que las políticas económicas, según como estén diseñadas y a qué dinámica favorezcan, no son neutrales, pudiendo contribuir a la profundización de las desigualdades o en sentido contrario contribuir a morigeración.

En definitiva, la economía feminista expone dimensiones de la realidad invisibilizadas y no solo reclama sino que propone estrategias para tender, desde la dinámica económica, hacia un horizonte más igualitario.

 

La economía del cuidado y el rol sistémico del trabajo de cuidado

En primer lugar la economía feminista retoma un viejo debate dentro del feminismo que refiere al rol del trabajo doméstico no remunerado, aspecto ligado a la teoría marxista respecto a la reproducción de las condiciones materiales de existencia, argumentando sobre la necesidad de visibilizar el rol de este tipo de trabajo en el proceso de acumulación capitalista y las implicancias en términos de doble explotación de las mujeres. Tal como señala Rodríguez Enríquez la actualización de este debate dio lugar al surgimiento del concepto de economía de cuidado, que hace referencia a “todas las actividades y prácticas necesarias para la supervivencia de la vida cotidiana de las personas en la sociedad en que viven. Incluye el autocuidado, el cuidado directo de otras personas, la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado y la gestión del cuidado.” (2015, p. 36).

Por otra parte, como señala Carrasco el concepto de tiempo y de trabajo ha estado construido por una cultura patriarcal que ha mantenido oculto el trabajo que desarrollan las mujeres, valorando solo el trabajo de mercado, socialmente asignado a los hombres, y por otra parte se ha identificado trabajo con empleo. En este sentido, agrega, hubo una ceguera desde la academia y la política que no permitió visibilizar esta actividad fundamental no solo para la reproducción de la fuerza de trabajo sino para la reproducción social; y ligado a la posterior idea de trabajo de cuidados, se acuña el concepto más abarcativo de sostenibilidad de la vida. (2009).

“Deseo traer aquí una vivencia personal, mi madre, que tiene 93 años y una lucidez envidiable, es para mí una guía en mi construcción como feminista. La recuerdo muy joven trabajando en el tambo, ordeñando con los peones y dirigiendo el trabajo, luego preparándome para ir a la escuela, para después continuar con la huerta, el gallinero, cuidar a su otra hija, atender a mi padre que estaba enfermo y en ese tiempo no podía trabajar, ocuparse de su suegra, que vivía en la casa con su hijo mayor y tantas otras cosas más y cuando alguien le pregunta si alguna vez trabajó, ella decía que no. Y lo digo en tiempo pasado porque un día me senté con ella y lo fuimos conversando y si bien todavía guarda en su cabeza algunas cuestiones del pasado, le hice ver que sí trabajó, sin descanso, sin vacaciones, sin remuneración alguna por las actividades económicas (porque lo producido del emprendimiento rural lo cobraba mi padre que era el propietario en forma conjunta con mi abuela), sin reconocimiento… Muchas horas más para satisfacer las necesidades del grupo, su supervivencia y su reproducción.”

El relato que antecede corrobora lo que señala Carrasco cuando afirma que en la historia de la humanidad se han desarrollado distintos tipos de trabajo, pero el que históricamente ha ocupado más cantidad de tiempo y ha acompañado siempre al resto de los trabajos es el que tiene que ver con la subsistencia y hoy llamamos “doméstico y de cuidados”.  Ahora bien, desde los procesos de industrialización, el concepto de trabajo ha sido cooptado y se establece una identificación entre trabajo y empleo, asociando simbólicamente trabajo con trabajo asalariado. Así, una actividad que constituye un fenómeno minoritario –tanto en tiempo histórico, menos de tres siglos- como en el tiempo que ocupa en relación a otros trabajos hoy se nos presenta como la única que respondería al termino de trabajo. (Carrasco, 2009)
De este modo, la ciencia económica clásica y sus nuevas versiones, al excluir de sus análisis los procesos de reproducción social y los trabajos para sostener la vida humana y la cohesión social se han centrado en el mercado y el empleo ha sido concebido como la actividad central de la vida.

Ahora bien, ¿por qué asociar la idea de cuidado a la economía? Simplemente para poner en la mira aspectos del cuidado que directamente producen o contribuyen a producir valor económico. En este sentido la economía feminista pretende dos objetivos: Visibilizar el rol sistémico del trabajo de cuidado en la dinámica económica en las sociedades capitalistas,  esto es  la reproducción de la fuerza de trabajo, la disposición diaria de trabajadoras y trabajadores, sin la cual el sistema no podría reproducirse  y  también dar cuenta del significado que tienen para la vida económica  de las mujeres el modo de la organización del cuidado, por ejemplo, restándole posibilidades de incorporarse formalmente al mundo del trabajo. En el análisis económico convencional, este trabajo se encuentra visibilizado y la oferta laboral se entiende como resultado de una elección racional de las personas que deciden entre trabajo y no trabajo, en función de las preferencias y las condiciones del mercado laboral.  De este modo no se tiene en cuenta que esa fuerza de trabajo está cuidada, alimentada, descansada y también eximida de responsabilidades de cuidar a otros con quienes convive. En este punto, es pertinente recordar lo que se manifestó con anterioridad, la economía feminista incorpora las relaciones de género, iluminando este trabajo no visible y no remunerado en las mujeres, lo que luego impacta en una menor  participación en el mercado formal de trabajo o que sean relegadas a la informalidad y en este punto es pertinente la incorporación del concepto de división sexual del trabajo.  Ahora bien, ¿cómo contribuye conceptual y metodológicamente la economía feminista en la visibilización del rol de este trabajo de cuidado en el funcionamiento de la economía? Lo hace porque “ubica el proceso de reproducción social de la población trabajadora en relación con el proceso de producción de recursos, un tema central en el análisis dinámico de los economistas clásicos”. (Rodríguez Enríquez, p. 37)

La propuesta de la autora es incorporar al clásico análisis circular de la renta, donde convergen el flujo monetario y de bienes y servicios entre hogares y empresas, un espacio al que denomina “de reproducción”, mediante el cual hace visible la masa de trabajo de cuidado no remunerado y la relaciona con los agentes económicos y con el sistema de producción y también adiciona el bienestar efectivo de las personas. De este modo se suma la reproducción a la esfera del intercambio mercantil, no solo porque se reproduce la fuerza de trabajo sino porque el trabajo de cuidado transforma las condiciones de vida en bienestar, por ocuparse no solo de los que trabajan en el mercado sino de todos los que componen ese hogar. Esto hace que al interior de esas unidades se deban armonizar y negociar las divisiones del trabajo entre sus miembros y que sólo una parte de esa fuerza laboral se ofrezca al mercado, aspecto vinculado a la división sexual del trabajo, asunto estrechamente relacionado con pautas culturales y racionalidades económicas. Así lo señala Rodriguez Enríquez “la oferta de trabajo remunerado se regula gracias a la negociación dentro de los hogares destinada a distribuir el trabajo no remunerado para la reproducción” (2015, p. 39).

Finalmente, cuando se integra el trabajo de cuidado no remunerado (realizado mayoritariamente por mujeres)  al análisis de las relaciones capitalistas de producción queda claro que existe una transferencia desde el ámbito doméstico a través a la tasa de ganancia y acumulación de capital.

 

La organización social del cuidado y la reproducción de las desigualdades

Cuando se habla de organización social del cuidado se hace referencia al modo en que, en forma interrelacionado, las familias, el estado, el mercado y las organizaciones comunitarias producen y distribuyen cuidados. Son cuatro actores y las relaciones que se producen entre ellos, es un continuo donde ocurren actividades, trabajos y responsabilidades.
Corina Rodriguez Enríquez sugiere hablar de “redes de cuidado”, y alude a “encadenamientos múltiples y no lineales que se dan entre los actores que participan del cuidado, los escenarios en los cuales esto sucede y las intermediaciones que establecen entre sí y que en consecuencia, inciden en lo densa o débil que resulta la red de cuidados” (2015, 41). Estas redes de cuidado las conforman no solo personas que cuidan o son cuidadas, sino también instituciones, marcos normativos y regulaciones, la participación mercantil y también la comunitaria.  Agrega, además, que la Organización social de cuidado, tanto en América Latina como en Argentina, es injusta porque las responsabilidades están distribuidas en forma desigual tanto entre hogares, Estado, mercado y organizaciones comunitarias, como también entre varones y mujeres. Los hechos demuestran que son los hogares quienes asumen mayor responsabilidad y al interior de ellos son las mujeres, dado que existe una construcción social basada en relaciones patriarcales de género, sostenidas en valoraciones culturales reproducidas que las sindican como quienes tienen que hacerse cargo de este trabajo de cuidados. En esta misma dirección, los recorridos históricos de los regímenes de bienestar le han asignado a los hogares las mayores responsabilidades quedando la participación del estado a aspectos específicos (como la educación escolar y algunos aspectos de la salud) o como complemento del hogar en casos de extrema vulnerabilidad.

Para concluir, también la organización del cuidado guarda relación con la pertenencia a distintos estratos económicos, que tienen diversos grados de libertad para decidir cómo encarar los mismos, y en muchos casos resulta también un elemento de reproducción y profundización de la desigualdad
 

El trabajo no remunerado: aspectos teórico-metodológicos

Para comenzar, en el estudio de Margaret Reid de la década de 1930, se definía a la producción dentro del hogar como aquellas actividades no remuneradas que son llevadas a cabo por y para sus miembros, actividades que podrían ser reemplazadas por bienes de mercado o servicios pagados. Es lo que se denominó “criterio de la tercera persona”. No obstante, algunos autores que señalan Delfino et al., la consideran una definición restringida de cuidados, ya que se ciñe a la prestación concreta y activa de cuidados personales y desconoce otros aspectos para entender el trabajo de los responsables del hogar, que tienen que ver con la dirección, gestión y disponibilidad, muy complejos para traducir en términos de esfuerzo, intensidad o tiempo. Señalan también que según Carrasco estas actividades tienen un objetivo distinto a los del mercado, vinculados al cuidado de la vida y no al beneficio privado; tienen lugar bajo relaciones diferentes a las relaciones capitalistas y muchas de ellas tienen una difícil o mala sustitución de mercado, en la medida que implican aspectos afectivos y emocionales (2016).

El concepto de trabajo no remunerado es más abarcativo y viene a reemplazar al de trabajo reproductivo, dado que parte de este, aunque se realice en el ámbito doméstico, se transforma en remunerado cuando las sociedades se mercantilizan. Así mismo, el trabajo doméstico tiene componentes que no se pueden considerar en sentido estricto como reproductivos (como el trabajo de reparaciones del hogar), aunque contribuyan a la reproducción de la fuerza de trabajo y también el trabajo comunitario, así lo expresa la perspectiva de Benería (2005).

Por otra parte, según la mirada de Picchio (2001) el contenido del trabajo de reproducción social no remunerado es el cuidado del mantenimiento de los espacios y bienes domésticos, así como el cuidado de los cuerpos, la educación la formación, el mantenimiento de relaciones sociales y el apoyo psicológico a los miembros de la familia. Este trabajo, necesario tanto para quien lo recibe como para quien lo asigna, forma parte de la organización profunda de las condiciones de vida, sedimentada en prácticas históricas de relaciones entre hombres y mujeres, clases y generaciones.
La autora hace un análisis similar al de Rodriguez Enríquez cuando propone la ampliación del esquema circular de la renta incorporando un espacio al que denomina “de reproducción”, mediante el cual hace visible la masa de trabajo de cuidado no remunerado. En un sentido similar afirma Picchio que las grandes funciones del trabajo de reproducción social no remunerado son las siguientes:

  1. Ampliación de la renta monetaria en forma de nivel de vida ampliado, que también incluye la transformación de bienes y servicios por medio del trabajo de reproducción social no remunerado, teniendo en cuenta los aspectos cuantitativos del mismo y permite sumarlo a la renta monetaria, lo cual define el nivel de vida en términos de bienes y servicios bajo la forma en la que efectivamente se utilizan.
  2. Expansiona del nivel de vida “ampliado” en forma de una condición de bienestar efectiva, que consiste en el disfrute de niveles específicos, convencionalmente adecuados, de educación, salud y vida social. Aquí tiene en cuenta los aspectos cualitativos del trabajo de reproducción social, y en particular la inversión de sentido inherente al trabajo de cuidado de las personas.
  3. Reducción cualitativa y cuantitativa de la población trabajadora a los trabajadores y trabajadoras efectivamente empleados. Así, el trabajo desarrollado en el ámbito doméstico y familiar sirve de apoyo para la selección realizada en el mercado de trabajo.

Concluye la autora señalando que el trabajo de reproducción social realizado al interior de los hogares, al estar ausente del mercado, hace invisible una contribución fundamental a la riqueza social y también ha permitido ocultar parte importante de los costos de la reproducción.

Rodríguez Enríquez, cuando propone el concepto de organización social de cuidados y establece que lo realizan cuatro actores y las relaciones que se producen entre ellos, y lo plantea como  un continuo donde ocurren actividades, trabajos y responsabilidades es similar al planteo de Barrhayany (2009) a quien citan Delfino, Herzfeld y Arrillaga, cuando señala que las actividades de cuidado pueden hacerse de manera honoraria o benéfica en el marco de la familia pero también pueden realizarla de manera remunerada en el entorno familiar o fuera de él. Entonces, este concepto más amplio comprende el trabajo no remunerado realizado en el hogar y la oferta de servicios de cuidados extra doméstico tanto emanado de instituciones públicas como del servicio privado mercantil. En este sentido dicen en su artículo Delfino et al., recuperando a Durán (1997) que los cuidados en el ámbito público o remunerado se convierten en servicios y entablan una relación constante de complementariedad y sustitución con los trabajos de cuidados no pagos.

 

En cuanto al trabajo doméstico no remunerado

La noción de reproducción social no solo hace referencia a reproducción biológica y a su posterior transformación en fuerza de trabajo sino también a la reproducción de las condiciones ideológicas y materiales de existencia del sistema social  y en este sentido los quehaceres domésticos y el trabajo de cuidado que se realiza al interior de los hogares es el núcleo de este proceso antes descripto.

Este trabajo es el resultado entre la oferta y la demanda de trabajo del mismo. Si hablamos con el  lenguaje del mercado,  quienes lo demandan son por un lado  los niños, los enfermos, los ancianos, que son quienes en general no pueden  llevarlo a cabo  y otros tienen que ocuparse de hacerlos por ellos (el Estado, las familias, los amigos, u otros), luego  los sobreocupados en la producción para los mercados , que pueden comprarlo  y finalmente  los autoconsumidores, en general la mayor parte de la población con rentas medias y bajas, especialmente mujeres, porque o por ingresos o por cuestiones culturales o por ambos, no pueden adquirir trabajo para su propia atención. Por otro lado, la oferta de trabajo no remunerado está constituida principalmente por mujeres (Delfino et al., 2018).

Dado que es necesario visibilizar la dimensión de estas tareas, las encuestas del uso del tiempo, desde la década del 70 del siglo XX se han constituido en el instrumento más apropiado para evidenciar y mostrar su importancia y también para recoger mayor información adecuada para ampliar los conocimientos sobre este tipo de tareas. Al respecto es pertinente señalar que, como señala Rodríguez Enríquez, tanto el trabajo doméstico como el de cuidados carecen de horarios definidos y la cantidad de tiempo destinada a ellos se determina en base a las necesidades de cada familia y también se extiende a los fines de semana y feriados. Asimismo, algunas de ellas se realizan en forma simultánea, lo que hace más denso el ritmo de trabajo. Esta variabilidad en la ejecución de las tareas es una de las mayores dificultades para medir el trabajo doméstico no remunerado, como también que los encuestados no registran esta forma concurrente de tareas.

En cuanto al trabajo de cuidado, dado que depende en gran medida de relaciones interpersonales no es fácilmente visualizado por quienes lo realizan, lo que lleva a los encuestados e informantes a subestimar su participación y el tiempo medio empleado. Quienes han analizado este tema lo atribuyen a dos razones, una que es una tarea difusa (porque se presenta en múltiples variantes  que van desde el trabajo propiamente dicho al ocio) y típicamente secundaria (porque no se realiza en forma segregada, sino simultánea con otras y además subordinadas a ellas) (Delfino et al. 2018) y la segunda es lo que se denominó “domesticidad”, lo que supone plena disposición para el otro, que oculta una serie de servicios traducibles en términos productivos, pero intencionalmente diluidos en la valoración de lo femenino, en un ritual más cercano al don, al regalo, conforme a la regla social que otorga el significado “hogar” : una calidez desprovista de trabajo  y obligaciones (Murillo, 2000).

Estas consideraciones metodológicas ponen en evidencia la necesidad de reconocer que es factible medir con mayor o menor precisión el tiempo dedicado a las tareas domésticas típicas, pero “que esta posibilidad de captación está, generalmente, ceñida a las transformaciones más frecuentes del entorno físico del hogar y a la prestación concreta y activa de los cuidados. Sin embargo, resulta difícil captar la llamada “carga mental” (Aguirre, 2005) que conlleva la gestión, disponibilidad, dirección y armonización de estas actividades en el tiempo y en el espacio. Este tipo de actividades relacionadas con los dominios simbólicos están próximas a tareas de dirección y a condiciones de disponibilidad, y son por ello mucho más difíciles de captar por observadores externos y de conceptuar y percibir por los propios sujetos que la realizan”. (Delfino et al., 2018)

 

Conclusiones

La visibilización del trabajo doméstico comienza en los años 70, tomando categorías marxistas que se construyeron para analizar el trabajo asalariado, de ese modo se puso de manifiesto que ese tipo de labores   requería tiempo y energía, que formaba parte de la división del trabajo y producía bienes y servicios, separable de las personas que lo realizaban, pero no se definía al trabajo doméstico como tal sino se lo vinculaba al trabajo mercantil. Con el transcurrir del tiempo el término fue sustituido por otras palabras para nombrarlo: trabajo de producción, trabajo familiar doméstico, trabajo no remunerado, pero esto solo reafirmaba que ninguno de ellos expresaba cabalmente lo que significaba la tarea desarrollada en el seno del hogar. A esta situación se le adicionaba otro debate latente, la valoración de este tipo de labores. En este contexto, el análisis cada vez más pormenorizado del contenido de las actividades allí desarrolladas desemboca en la certeza de que existían algunas características propias de estas actividades que no podían evaluarse con las reglas del mercado. “Emergen, por una parte, cualificaciones y capacidades específicas de las mujeres desarrolladas en el interior del hogar (no reconocidas oficialmente) y, por otra, formas de organizar y estructurar la vida y el trabajo que otorgan a las mujeres una identidad distinta a la masculina”. Es un trabajo diferente cuyo objetivo es el cuidado de la vida y el bienestar de las personas del hogar, no es solo preparar alimentos, coser, planchar… Desde esta nueva perspectiva las mujeres no son ya personas secundarias y dependientes sino personas activas, actoras de su propia historia, creadoras de culturas y valores del trabajo distintos a los del modelo masculino (Carrasco, 2009).  De este modo, la identificación de los aspectos subjetivos del trabajo doméstico, como un conjunto de requerimientos que hay que satisfacer, se plantea la necesidad de valorar esta actividad por sí misma, de reconocerla como trabajo fundamental para el buen desarrollo de la vida humana. Esta nueva perspectiva que ubica al trabajo doméstico y de cuidados está cuestionando los fundamentos del análisis social y económico habitual que se centra en el mercado. También queda claro otro aspecto del cuidado y es su carácter universal, todos necesitamos de cuidados, somos vulnerables y dependientes, aunque habitualmente se le asigne estas características a determinadas personas. Ahora bien, estas tareas han sido llevadas al ámbito privado de los hogares, lugar donde las mujeres tienen un poder de negociación mucho más frágil, lo que genera una fuerte desigualdad entre hombres y mujeres y una de las razones de la pobreza específica de las mujeres.

Estos elementos marcan en forma clara que la medición y contabilización del trabajo no remunerado, no puede constituir un fin en sí mismo, sino que el objetivo es hacer comprender su importancia en la reproducción social y la sostenibilidad de la vida cotidiana, suministrando datos para el diseño de políticas públicas para la organización social del cuidado que involucre no solo al Estado, sino también a los otros integrantes: el mercado y las organizaciones de la  sociedad civil;  manteniendo el eje de trabajo en la relación tiempo y trabajo, porque es la parte de la organización de las sociedades que perjudica a las mujeres adultas por estar regulada en clave productivista y masculina.

Los datos en nuestro país no casualmente no son suficientes, aunque hay que reconocer que en los últimos años se ha avanzado. Es esencial contar con información relevante para construir diagnósticos sobre la  verdadera situación respecto a  la organización social de cuidados,  visibilizando el aporte del trabajo no remunerado, no solo para  el diseño de políticas públicas,  sino también para  transmitir a la sociedad el significado económico, social y cultural de las tareas de cuidado, contribuyendo de ese modo a la construcción de demanda social para que esas políticas públicas de cuidado redistribuyan las responsabilidades entre los distintos actores y también entre hombres y mujeres. Estas políticas públicas deberán ser integradas  ampliando las posibilidades de las personas de elegir cómo organizar el cuidado y de ese modo favorecer la armonización entre la vida laboral y familiar de las personas (incluyendo regulaciones laborales, ampliación de licencias paternales, extensión de servicios públicos de cuidado, fortalecimiento de las condiciones de trabajo de las personas empleadas en actividades de cuidado, incorporación real de otros actores de la sociedad civil) y produciendo transformaciones en los estereotipos de género en torno al cuidado  quitándole la fuerte impronta de su feminización.

Este trabajo de lectura y reflexión es para mí solo el inicio del abordaje de esta problemática, es un compromiso conmigo misma y con el resto de las mujeres  poner en cuestión y en agenda lo que ocurre en el ámbito doméstico/privado.

 

Bibliografía

Carrasco, Cristina, “Tiempos y trabajos desde la experiencia femenina” en PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global, N° 108, 2009, pp. 45-54
Delfino, A, Herzfeld, C y Arrillaga H, Trabajo no remunerado y uso del tiempo en la Argentina de principios del siglo XXI”, Revista Sociedad y Economía, n° 34, 2018, pp.  167-184
Picchio, A. Un enfoque macroeconómico “ampliado” de las condiciones de vida. Conferencia inaugural de las Jornadas Tiempos, trabajo y género, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona, reproducidas en “Genero, equidad y reforma de la salud en Chile. Apuntes desde el Genero para una economía de la salud”. Santiago de Chile: OPS/OMS. 2001
Rodríguez Enriquez, Corina, “Economía del cuidado, equidad de género y nuevo orden económico internacional. 2007. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/en/libros/sursur/giron_correa/22RodriguezE.pdf
Rodríguez Enríquez, Corina “Economía Feminista y economía de cuidado Aportes conceptuales para el estudio de la desigualdad” Revista Nueva Sociedad, n° 256, marzo –abril 2015, pp. 30 -44
Rodríguez Enríquez, Corina. El trabajo de cuidado no remunerado en Argentina: un análisis desde la evidencia del Módulo de Trabajo no Remunerado. Documentos de Trabajo “Políticas públicas y derecho al cuidado”.
Rodriguez Enriquez C.  y G.  Marzonetti, Organización social del cuidado y desigualdad: el déficit de políticas públicas de cuidado en Argentina, 2016, disponible en http://www.researchgate.net/publicacion/303507166
Plan Nacional de Cuidados (2016-2020), Sistemas de Cuidados, Uruguay,  Dic. 2015.

 
 
Volver a la tabla de contenido

© 2022 Sociedad Argentina de Información