Introducción 
        La familia ampliada es aquella que se constituye después de un  divorcio, separación o viudez, cuando uno o ambos integrantes de la pareja  tienen hijos de la unión anterior. Es una configuración integrada por vínculos  de filiación y consanguinidad que son producto de la alianza y por otros que  son efecto de la alianza. 
        Tienen funciones propias de cualquier familia: socialización,  transmisión de afectos, sostén económico y protección. Se trata de una  estructura vincular compleja, caracterizada por la ambigüedad de los roles,  particularmente en la relación de un cónyuge con los hijos del otro. 
        En el inicio de su constitución aparecen vivencias de desarraigo y  extranjería, por lo que es necesaria la construcción de un sentimiento de apego  entre sus miembros que haga viable la convivencia. 
        Tratándose de un constructo colectivo que reúne sujetos con  diferencias etarias, de género y roles, entre otras, su constitución sufrirá  los avatares propios de un colectivo vivo, lo que implica la aparición de  situaciones conflictivas en diferentes niveles de la subjetividad y de  intersubjetividad, así como en el eje espaciotemporal, lo que le dará una  especificidad frente a la que sus miembros que deberán encontrar formas  particulares de resolución. Las funciones familiares tales como el sostén, la  pertenencia, la fijación de normas y su dinámica, así como la adjudicación de  roles deberán ser diseñadas por el conjunto. 
        En la organización de la grupalidad, suele establecerse con  frecuencia una forma específica de circulación de la autoridad en la cual cada  hijo responde a su padre biológico (eje vertical), aunque también se desarrolla  la horizontalidad,  respondiendo a lazos  afectivos nacidos de la aceptación mutua tras la elección y la decisión de  mutuo involucramiento.  
        Definimos decisión como la resolución o determinación que se adopta  ante algo dudoso y la elección se refiere a la libertad para obrar, haciendo  una opción entre varias. 
   
  Vínculos 
        Abordamos esta investigación, desde la conceptualización que corresponde  al Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares, definiendo como vínculo a  aquella relación entre dos o más elementos de un conjunto humano, entre los que  se produce aquello que en psicoanálisis llamamos investidura. Si bien este  concepto freudiano fue aplicado a las representaciones, a un grupo de ellas o a  partes del cuerpo propio, hacemos extensiva la aplicación de la misma a los  vínculos, en los que los conceptos de decisión y elección revisten importancia  porque la vincularidad entre los miembros que se ensamblan responde a una  necesidad de adopción mutua para lo que, cada cual deberá elegir y decidir un  posible lugar para albergar al otro. 
        Así como en la familia tradicional se establece natural y  espontáneamente una forma de circulación en las relaciones y los intercambios  de la vida cotidiana, en las que describimos, ello conlleva un acto de elección  y decisión, algo similar a lo que Moguillansky y Seiguer llaman nuevo  "nuevo acto psíquico" que es vincularmente instituyente. 
        En las familias tradicionales la decisión está en la pareja  matrimonial, tienen lugares preestablecidos y desde ahí circula la autoridad. Es un  establecimiento de lazos verticales perteneciente a la sociedad patriarcal  donde el hombre queda en el lugar del poder y de dictamen de normas y la mujer  se centra en el cuidado de su familia. Esto se conserva en el imaginario social  aunque haya hombres o mujeres innovadores que cambian sus formas de intercambio  y regulación familiar. 
        La relación entre hermanos también está designada a través de los  hermanos que son hijos de esos padres, siendo la línea directriz el eje  paterno-filial. 
        En las familias ampliadas es necesario: 
        
          - habitar el vinculo 
 
          - ligazón afectiva para la  cohesión 
 
          - decisión en un querer hacer,  y  haciendo  se constituye la familia 
 
         
        Si bien se parte de la pareja instauradora también se necesita de la  aceptación de los hijos existentes, aunque sean pequeños. Se convierte en una  decisión de habitar esta nueva realidad de acompañamiento mutuo. Recién desde  ahí se puede establecer el intercambio. Este no es posible si no hay  reconocimiento singular de cada uno de sus integrantes, respetando la alteridad  al no poderse implementar la obligatoriedad. La circulación de los  intercambios se va dando en un hacer con y se constituye haciendo (Janine  Puget, 2000). 
          Se va armando lazo en producción conjunta. Recién después los  integrantes se hacen responsables de su posición subjetiva con un fondo de  incertidumbre, surgida de la necesidad de darle hospitalidad al otro albergando  las diferencias, para, a partir de ahí, construir lo común. El pasaje anterior  por la familia tradicional y por la monoparentalidad implica duelos inherentes  que podrán estar más o menos elaborados. 
          Todos los integrantes han perdido una relación primaria. Niños y adultos  sufren ante los cambios y las pérdidas. El tiempo de elaboración del duelo es  distinto para cada uno de los integrantes de la nueva familia y muchas veces el  dolor ha sido elaborado por uno o algunos pero no por todos los implicados. 
          Los adultos deben recuperarse, de haber perdido un compañero, un  proyecto común, la ilusión de ser los primeros con su primera pareja y de los  otros cambios que advienen con un divorcio, como cambio de casa, separación de  bienes materiales, conflictos por la tenencia de los hijos, la manutención,  etc., así como admitir, aceptar y hacer frente, alojar a la vivencia de  frustración de un proyecto. Asimismo, los hijos sufren la pérdida de la  cotidianeidad parental con uno de sus progenitores por lo menos, y deben  renunciar a la fantasía de reunir en un todo armónico a sus padres. Esta  fantasía, nunca renunciada por el niño, suele ser fuente de rechazo de los  integrantes de la nueva familia a la que debe advenir, por lo que resulta  facilitador el establecimiento del vínculo con un cierto grado de resignación,  con su  puesta en acto en la realidad. 
          Al establecerse la nueva familia se reedita el duelo por la anterior  pérdida y la salida del mismo predispondrá a todos a la aceptación del  intercambio y a la puesta en circulación de las normas. Sólo el espacio vacío  da lugar a la construcción del nuevo conjunto, desalojándose las pertenencias e  identificaciones previas, para dar posibilidad a la nueva pertenencia y a  nuevas identificaciones. 
          Los lazos verticales, más aún si son de imposición, no sirven a los  fines constitucionales del nuevo grupo porque el padre/madre afín o ensamblado  puede sentir que no tiene derechos, y la línea de la autoridad impuesta se  torna inoperante por falta de convicción, de un lado, y de aceptación y por ende  de sumisión, del otro: por lo que sólo queda como viable el camino de la  paridad, el cariño y los pactos concientes y explícitos. Estos pactos se arman  y desarman, varían continuamente. Los ejes verticales de autoridad entonces no  funcionan y sólo queda establecer pactos temporales que lubriquen la  convivencia por tiempo limitado para luego volver a pactar.  
          Recordemos que estos nuevos lazos nacen sin el soporte biológico. En  la familia tradicional predomina la circulación de autoridad en el eje vertical,  de arriba para abajo, de padres a hijos. 
          La horizontalidad, en cambio, se refiere a los vínculos entre  miembros de una misma generación o coetáneos, pero aplicamos este concepto de  manera ampliada al producto de la mutua implicación vincular, relacionada con  el proceso de elección y la decisión de estar juntos, sustentada en un lazo  afectivo que no incluye obligatoriamente diferencias puramente generacionales y  de rol. 
          Se van dando lazos horizontales que son vínculos de paridad,  cualquiera sea la edad o el lugar ocupado en la familia; circula el saber no  importando la edad y circula el sostén no importando el lugar asignado. La  función materna/paterna se transforma cambiándose el eje de autoridad del padre  por otro eje que es de igualdad y que permite salvar diferencias. Si se  conservan normas claras, puede evitarse la transgresión como expresión del  malentendido o el malestar y la norma puede ser salvada, conservando su poder  organizador, ordenador y armonizador del conjunto. Si bien el liderazgo grupal puede  ser conservado, desde los pactos inconscientes se inviste al conjunto,  pudiéndose conservar un lugar para cada uno. 
          Con este pacto se sella la organización y se valida la pertenencia. 
          No hay posibilidad de tener lugares externamente preestablecidos, sólo  existe un lugar para cada uno desde la aceptación del otro a partir del afecto  surgido en las relaciones y desde ahí puede establecerse la circulación de  autoridad y el establecimiento de normas. 
          Los sostenes son intercambiables, aunque la satisfacción de las  necesidades primarias siga a cargo de los adultos de la familia. Porque  pensar que sólo las relaciones basadas en criterios jerárquicos pueden producir  sostén, proviene de la lógica del patriarcado, donde el padre protege y las  relaciones se sustentan fuertemente en la asimetría. En  situaciones traumáticas de cualquier índole se pueden ver diferentes  estrategias de contención en las líneas de las fraternidades que avalan nuestro  planteo.  
          Los sostenes recíprocos son los que los sujetos tienen entre sí, en  ellos el que apoya también sostiene, diferenciándose de la gemelitud y la  complementariedad (S: Moscona 2003). 
   
  Autoridad 
          Para definir autoridad, es necesario plantear el tema del poder, en  cuyo nombre la misma se ejerce y que incluye la imposición al otro. La Ley es  una regla que establece la diferencia entre lo permitido y lo prohibido, siendo  éste el principio ordenador que funda lo social. 
          El poder en la actualidad ha perdido legitimidad, la autoridad en la  sociedad se desdibuja. Esta es ejercida por aquél que por mérito, crédito o fe  está revestido de poder para dictar la norma y garantizarla y por lo tanto es  quien dirige, guía o conduce en el marco de una estructura normativa. El  ejercicio de la autoridad requiere una posición o actitud de obediencia desde  aquellos sobre quienes se la   detenta. La obediencia se basa en el principio de jerarquía o  en el temor, que, siendo fundamentales en la organización de la sociedad  tradicional, actualmente transita importantes cambios que se reflejan en el  interior de las configuraciones familiares ya sean éstas ensambladas o no.  
          La autoridad en  las familias cumple con una función de corte, de  interdicción que organiza, prohíbe el  incesto, como escena fundadora. 
          La función  normativa  representa algo del orden instituido.  Lo prohibido acota la desmesura, pone un límite a lo terrorífico, da lugar a  las reglas. 
          En las familias que nos ocupan cuando el "otro afín"  legitima su autoridad en un contexto de afecto y contención, alejándose de la  imposición tradicional, se le reconoce autoridad y se obedecen las normas que  propone. 
           
          Conclusión 
          Esta especulación es aplicable a familias en las que hay vínculo y  escucha, no a aquellas, tradicionales o no en las que se encuentran marcadas  las asimetrías en el ejercicio del abuso de poder. El principio de autoridad  está siendo cuestionado en la sociedad; la posibilidad de lograr un proceso de  construcción de consensos como forma de resolución de conflictos, amplía la  prevalencia del eje horizontal, que se centra en relaciones de paridad y de  igualdad y permite integrar las diferencias. Lo fraterno es modalidad de  gestión de conflictos, pero también es más transitorio, como lo son los lazos  epocales de la contemporaneidad, por lo que producen organizaciones inestables.  Esto se ve estimulado por una sociedad donde la precariedad laboral junto con  las vivencias de familias no permanentes produce alta fragilidad en los  individuos. 
          Asistimos a la evaporación de las funciones normativas tal como nos  son conocidas, y suponemos que estas familias deberán entrenarse en el diálogo  y en la mediación, para la resolución de conflictos como para el  establecimiento de las normas que puedan hacer posible una convivencia  razonable. 
        Resumen post escritura 
        Planteamos que en las familias ensambladas, las  que definimos, se genera una nueva forma de circulación de la autoridad y la  normatividad, que se centra ya no sólo en un eje asimétrico y vertical como en  el modelo del patriarcado, sino en un eje que llamamos horizontal y que borra  las diferencias tradicionales, para dar lugar a un estilo de mayor simetría que  depende del trabajo de mutua elección al interior del nuevo constructo. Nuevas  configuraciones se efectivizan, que responden a un nuevo estilo vincular en el  mundo, que se caracteriza por la creación y mayor aceptación de nuevos  colectivos y grupalidades homogéneos con una época marcada por la fluidez.        | 
    
     
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