Introducción 
      A pesar de ser dos caras de la misma moneda,  migración y permanencia con frecuencia son abordadas como fenómenos del todo independientes.  Basta con hacer una revisión general de la literatura especializada en la  materia, para percatarse de que en buena parte de los casos se concibe a quienes  abandonan el lugar de origen como protagonistas exclusivos del fenómeno  migratorio; pese a que no hay duda sobre la relevancia del papel de dicho  actor, el presente trabajo parte de la premisa de que quienes se quedan  desempeñan un papel igualmente importante, coprotagónico. Como apunta Herrera(1),  parafraseando a Bourdieu y Wacquant, antes de ser inmigrante se es emigrante, y  resulta fundamental conectar el lugar de origen con el de destino; esto supone  cuestionarse cómo la migración modifica la vida tanto de los que se van como de  los que se quedan (además, por supuesto, de las sociedades de destino). 
         
        Sin duda, la dicotomía migración- permanencia  cobra relevancia dentro de un contexto que trasciende fronteras; como apunta  Ianni(2), la nueva división transnacional del trabajo y de la producción  transforma al mundo en una fábrica global; la mundialización de los mercados  provoca la búsqueda de fuerza de trabajo barata en todos los rincones del  planeta y promueve las migraciones en diversas direcciones. Es evidente que  este movimiento trae consigo cambios culturales, lingüísticos, raciales y  religiosos, al mismo tiempo que sociales, políticos, económicos y psicológicos.  Emergen xenofobias, racismos, fundamentalismos, radicalismos y violencia. 
         
        Resulta innegable entonces, que las  condiciones de vida y trabajo, a nivel mundial, están siendo modificadas por  los procesos que gobiernan la globalización; sin embargo, para autores como Ianni,  ésta no tiene nada que ver con homogeneización, sino con singularidades; la sociedad  global, al mismo tiempo que se constituye y mueve, impregna a unos y otros:  individuos, familias, grupos, clases, etnias y razas. 
         
Lo anterior nos remite a dos puntos  importantes, por un lado, a la pertinencia de realizar estudios en los que se  rescaten las singularidades señaladas, es decir, que impliquen un nivel de  análisis microsocial, en el cual se privilegie un acercamiento a la experiencia  de los actores sociales. Por el otro, pone en evidencia la importancia de la  espacialidad, pues es el lugar aquello que se vuelve más visible: lo local y lo nacional, la identidad y el  patriotismo, el provincialismo y el nacionalismo(2).  
 
Desde luego, México no se encuentra  al margen de la situación anterior, y un ejemplo emblemático lo constituye la emigración  de mexicanos a Estados Unidos(3). Este fenómeno inició desde finales del siglo  XIX y ha transitado por diversas etapas y coyunturas económicas y políticas,  durante las cuales ha asumido características particulares y representado  problemáticas diferentes(4). 
      Dentro de la enorme cantidad de temas de estudio  que la migración México- Estados Unidos ha suscitado, la investigación de la  que se desprende el presente trabajo, como se dejó ver con anterioridad, pone  el acento en aquellos que –paradójicamente- viven la migración sin migrar, es  decir, en familiares de migrantes que, debido a una u otra circunstancia, han permanecido  en su lugar de origen. 
      Nacionalidad, transnacionalidad y extranjería:  identidad y espacio 
      
        
                  Qué  lejos estoy del suelo 
                    donde  he nacido, 
                    inmensa  nostalgia invade 
                    mi  pensamiento; 
                    y al  verme tan solo y triste 
                    cual  hoja al viento, 
                    quisiera  llorar, 
                    quisiera  morir de sentimiento. 
                           
          Extracto de “Canción Mixteca”,  José López Alavés 
         
       
      No obstante que tanto la  temporalidad como la espacialidad se hallan en estrecha relación con la  migración y que, como se verá más adelante, resulta artificial pensarlas como  planos independientes, en el presente trabajo me abocaré de manera concreta a  un  análisis de la espacialidad. Esto se  debe a que el espacio suele ser un concepto invisible, un “aspecto” de la  realidad que se da por sentado o que es pensado como una condición de  existencia de los procesos sociales, y que por ello no amerita ser interrogado. 
         
        Lo anterior ocurre inclusive en  temas como la migración, fenómeno cuya definición es insostenible sin hacer  alusión directa a la coordenada espacial. Esto se aprecia claramente en las  diversas acepciones que desde la demografía, la economía, la sociología y otras  ciencias sociales se le han dado a la migración(5), así como en las que  aparecen en diccionarios no especializados(7). 
         
        El estudio del fenómeno migratorio  suele incluir una marcada diferenciación de espacios -lugar de origen, lugar de  destino, frontera, etc.-, pero, ¿qué concepción de la espacialidad supone esta  división y qué implicaciones tiene? ¿Hablar de un lugar de origen, otro de  destino y de una frontera que los divide no es hablar de entidades aisladas y  cerradas, sin contemplar que se encuentran conectadas entre sí de varias  maneras? ¿No supone hablar de la existencia de territorios al margen de quienes  los habitan?  
         
        Aunque pareciera que nociones como  la de “comunidad transnacional”(9) atentan contra la tajante diferenciación  entre lugar de origen y lugar de destino, habría también que cuestionarse si no  se trata simplemente de una entidad más que se encuentra en el medio de las  otras dos. Robins y Aksoy(10) señalan que los “transmigrantes” participan de  nuevas clases de movilidad y redes transnacionales, además de que desarrollan  “disposiciones transculturales” que desdibujan los viejos modelos nacionales de  integración de las minorías. Tras esta explicación, me parece que el  cuestionamiento persiste: ¿lo “trans” supone producción de algo nuevo, o  simplemente es una mezcla de las “disposiciones culturales” de los lugares de  origen y destino? Por otro lado, ¿qué sucede con quienes no migran, también  forman parte de la comunidad transnacional? Es una realidad que los que se  quedan, aunque no pisen el país de destino, se ponen en contacto con éste a través  de los relatos, bienes e imágenes que reciben de quienes sí han migrado. 
         
        De lo anterior se desprende que la  migración puede ser pensada como un flujo -un movimiento no sólo de personas,  sino también de mensajes, bienes e información- que supone lugares abiertos y  cambiantes, no cerrados y estáticos. Puede hablarse de dos modos de  circulación: uno centrado en la forma de los bienes simbólicos (por ejemplo,  los canales de televisión, los discos, revistas, etc.) que circulan entre el  público, y otro centrado en el entorno físico, “en el cual el público circula  entre los bienes simbólicos”(11). 
         
        Otro aspecto central para la  reflexión acerca del espacio y la migración, es lo que Massey(12) ha nombrado  la “geometría del poder de la espacialidad posmoderna”, en términos de quién  tiene control sobre su movilidad y sus condiciones de vida en general. Es  decir, no siempre las personas se desplazan o permanecen en el mismo lugar en  respuesta a un deseo o interés personal, en muchos casos se ven obligados –por  motivos económicos, políticos y sociales- a hacerlo(13). La situación de México  es un buen ejemplo de esto; es bien sabido que el desempleo y los bajos  salarios han orillado a los más desfavorecidos por el sistema económico  vigente, a emigrar a Estados Unidos en las peores condiciones. Por otro lado,  la misma falta de recursos, los riesgos inminentes que deben enfrentar al  cruzar la frontera o cuestiones de género(14), por mencionar sólo ciertos  factores, frenan la emigración de algunos o todos los miembros de una familia. 
         
        Ahora bien, si hablamos de que existe más de  una concepción acerca del espacio y, por consiguiente, presuponemos que éste es  algo más que una superficie con propiedades físicas, ¿qué es entonces? Para  Massey(15), el espacio puede ser conceptualizado en función de tres aspectos:  1) es producto de interrelaciones, de la interacción; 2) es una “esfera de  posibilidad de la existencia de la multiplicidad”, en la que coexisten  diferentes trayectorias; las interrelaciones señaladas en el primer punto se derivan  de esta multiplicidad. Y 3) siempre está en proceso de formación, abierto. 
         
        Massey  señala cómo, en contraposición con el planteamiento anterior, diversas escuelas  de pensamiento han considerado al espacio como una entidad estática, cerrada y  de importancia secundaria en comparación con el tiempo. Desde su perspectiva,  el tiempo y el espacio nacen juntos, aunque por momentos habla de este último  como condición de aquel: “para que haya tiempo debe haber interacción; para que  haya interacción debe haber multiplicidad; para que haya multiplicidad debe  haber espacio”(16). ¿Podrá pensarse en una relación espacio-tiempo en la que no  se subordine uno al otro? ¿Cómo sería?  
         
      Según Massey, la sobrevaloración del  tiempo -en detrimento del espacio- también se ve reflejada en aquellos casos en  los que se lleva a cabo una organización de la espacialidad en términos  temporales, situación que queda de manifiesto en el empleo de términos como  “avanzado” o “atrasado” para referirnos a regiones del planeta(17). De igual forma,  la autora hace una crítica a aquellos que entienden al espacio como dividido en  localidades o regiones -planteando un isomorfismo entre sociedad/cultura y  lugar-, lo cual se deriva de la organización clásica de la sociedad en  Estados-nación, concepción que remite de inmediato a identidades  autoconformadas y, por tanto, cerradas. 
         
        Waisboard y Morris(18) hablan  también de la vigencia del poder del Estado, idea que se contrapone a lo que  algunos discursos sobre la globalización y el multiculturalismo han intentado  vendernos: 
      
        
           La identidad colectiva todavía está fundamentalmente  ligada al Estado, en tanto receptáculo de poder e identidad. El control estatal  de la ciudadanía, entendido no sólo como la organización de las personas dentro  y fuera de las fronteras del Estado, sino también como una categoría primaria  de autodefinición, aún es una herramienta poderosa que no ha sucumbido ante la  globalización. 
         
       
       En este mismo sentido, Morley(19)  comenta cómo la correlación entre espacio y cultura es la base de las concepciones  tradicionales de etnicidad y, según esa visión, las culturas se ven como la  personificación de las genealogías de “sangre, propiedad y fronteras”. No  obstante, en la actualidad el mundo ya no puede ser dividido con tanta  facilidad en esos “submundos” culturalmente delimitados en el espacio. Como se  mencionó párrafos arriba, la migración de personas, lenguas, información y  mitos da lugar a la conformación de un “marco cosmopolita global de  interacción” que muchos no quieren reconocer. Esta intensa movilidad ha  ocasionado que la distribución de lo familiar y lo extraño se complejice: con  frecuencia, lo diferente está dentro de la misma comunidad y lo familiar del  otro lado del mundo. Así pues, ¿cómo pensar en la actualidad la diferencia y,  su contraparte, la identidad? 
         
        De igual forma, habría que  preguntarse por lo que Morley denomina “políticas de reconocimiento social”, es  decir, cómo y quién decide que alguien pertenece a un determinado lugar. 
      
        
           Es necesario rechazar toda concepción de comunidad imaginada  que dependa de la extrusión de la alteridad para gozar de la seguridad de lo  homogéneo. En su lugar habría que recurrir a una concepción de comunidad en la  diferencia que reconociera la importancia de un diálogo que girara en torno a  nuestras diferencias irreconciliables(20). 
         
       
       ¿Cómo lograr el reto que plantea  Massey de imaginar el lugar sin que sea exclusivo, ni definido en términos de  un dentro y un afuera, ni dependiente de nociones sobre una autenticidad  generada internamente? ¿Cómo desarrollar un “sentido global del espacio”?  ¿Cómo construir un “nosotros” que no sea  esencialista, fijo, separatista, defensivo ni excluyente? ¿Realmente es posible  reformular la noción de identidad o habría que pensar en un concepto del todo  distinto? Y en este mismo sentido, ¿qué sucede con los procesos identitarios de  quienes migran y de quienes permanecen? 
      Hogar, dulce hogar 
      
        
          Tú sabes que en el  purgatorio  
              no hay amor  doméstico con muebles de skay, 
              no es que no  quiera, es que no quiero querer, 
              echarle leña al fuego  del hogar y el deber […] 
              Hotel, dulce hotel, 
              hogar, triste  hogar… 
           
          Extracto de “Hotel, dulce hotel”, Joaquín Sabina 
         
         
        
      En estrecha vinculación con los  cuestionamientos anteriores y, en términos generales, con la reflexión en torno  a la partida y la permanencia, aparece la noción de hogar. Pero, ¿qué se  entiende por hogar? ¿Puede hablarse de un significado universal del mismo?(21) 
         
        Schutz(23) considera que el hogar es  “tanto un punto de partida como un punto terminal. El punto de origen del  sistema de coordenadas que aplicamos al mundo para orientarnos en él”. De igual  forma, el autor rescata las dimensiones simbólica, afectiva y vincular  involucradas en la noción de hogar, pues éste: 
      
        
           significa diferentes cosas para personas diferentes.  Por supuesto, significa la casa paterna y la lengua materna, la familia, la  novia, los amigos, etc., significa un paisaje querido, ‘las canciones que me  enseñó mi madre’, la comida preparada de una manera particular, cosas  familiares de uso cotidiano, costumbres, hábitos personales; en síntesis, un  modo peculiar de vida compuesto de elementos pequeños pero importantes, a los  que se tiene afecto(24). 
         
       
       Si  bien la relevancia de las dimensiones simbólica y afectiva para el análisis de  la noción de hogar no está en duda, me parece que sí resulta necesario  historizarla, preguntarse por sus características y significados específicos en  la actualidad. ¿Qué se entiende por hogar hoy en día? 
         
        De acuerdo con Morley(12), las  transformaciones relativamente recientes en los patrones de comunicación y  movilidad física en el mundo contemporáneo, al cual se le puede calificar de  “desterritorializado”, han incidido de manera directa en la significación del  hogar. Ahora puede ser considerado inclusive como un espacio “virtual”,  “retórico” o “fantasmagórico”, debido a que los medios electrónicos de  comunicación permiten la “intrusión” de sucesos distantes en el espacio de lo  doméstico. 
         
        Arfuch(25) comparte la idea de  Morley con respecto a que en virtud de la creciente globalización y la  migración, el hogar es una categoría que valdría la pena redefinir  teóricamente, tomando en cuenta que se ha convertido en un poderoso motor del  mercado:  
      
        
           nunca antes había alcanzado tal envergadura la  maquinaria simbólica del hogar, asociada al gigantismo del consumo, a espacios  desmesurados donde hay todo lo imaginable para poblar rincones, entonaciones,  desplegar nuevas sofisticaciones, llevar al infinito la potencialidad –cada vez  más temporaria y renovable- del confort, un registro primigenio en la  configuración burguesa de los espacios de la intimidad(26). 
         
       
       La autora también nos habla de cómo  el espacio físico o geográfico se transforma en espacio biográfico. Y el mejor  ejemplo de esto es el hogar, “altar doméstico”, territorio en el que la  intimidad se hace más “tangible”: “un plano de detalle puede comenzar por un  objeto singular, la casa, espacio simbólico por excelencia, que condensa todas  las coordenadas del lugar: casa natal, lugar de origen, hogar, cuna, amparo,  abrigo, refugio, morada”(27). Asimismo, la vivencia del hogar se encuentra  caracterizada por una peculiar e indisoluble relación entre espacio, tiempo e  investidura afectiva que puede ser definida como un cronotopos. 
         
        Morley(12) señala que en la teoría  social actual abundan las imágenes de exilo, diáspora, compresión  tiempo-espacio, migración y “nomadología”. No obstante, muchas veces la noción  de hogar, anverso de toda esta “hipermovilidad”, queda sin cuestionar. Cuando  menos vale la pena preguntarse: ¿por qué si algunos buscan migrar, otros deciden  quedarse en su hogar? En un mundo de flujos, ¿cómo se sostienen y reinventan  las formas de habitación colectiva?  
         
        La experiencia de vida se va  trazando a partir de la definición de lugares que a su vez se vinculan, se  acercan y alejan, a otros lugares. Como señala Arfuch(25), para que esto sea  así, no es necesario el desplazamiento físico a otras tierras, lo mismo ocurre  a quienes se quedan. 
         
        Volviendo a Schutz(23), éste  reflexiona ampliamente acerca de los diferentes significados que tiene el hogar  para quien nunca lo ha abandonado, para quien habita lejos de él y para aquél  que regresa. En lo que se refiere particularmente a quienes han permanecido en  el hogar, sugiere que al interrumpirse la comunidad de espacio y tiempo, tras  la partida de algún miembro de la familia, se restringe el campo dentro del  cual se manifiestan y se abren a la interpretación sus expresiones: 
         
      
        
          La   personalidad del Otro ya no es accesible como unidad; ha quedado  desmenuzada. Ya no se posee la experiencia total de la persona amada, de sus  gestos, de su manera de caminar y de hablar, de escuchar y de hacer cosas;  quedan recuerdos, una fotografía, algunas líneas manuscritas, etc. Hasta cierto  punto, la situación de las personas separadas es la de los que mueren(28). 
         
       
       Schutz  también hace referencia a la insuficiencia de la correspondencia para llenar  esos huecos que la ausencia del contacto cara a cara genera en la relación,  habría que preguntarse qué sucede con los medios de comunicación actuales, ¿la  inmediatez y la potencia de la imagen serán suficientes para paliar con mayor  eficacia la ausencia del otro?  ¿Serán  cuando menos útiles para captar algunos de los cambios que sufre el otro a la  distancia? 
         
        Aquellos que habitan el hogar y  comparten la vida cotidiana, piensa Schutz, conforman un grupo, un sistema que,  si bien sufre cambios –en ciertas ocasiones dramáticos- tras la partida de  alguno de sus miembros, tiene la posibilidad de transformarse, adaptarse a la  nueva situación y seguir cubriendo las funciones correspondientes. 
         
        Schutz también habla de la imagen  que quienes se quedan poseen acerca de aquellos que están lejos(29), la cual  suele estar fundamentada en estereotipos, pues no cuentan con una experiencia  directa de la situación; de alguna manera el autor sugiere que por más empáticos  que sean o deseen ser, los miembros del hogar que permanecen en éste, jamás  podrán entender del todo al otro distante. Puede suponerse que algo similar  sucede en el caso de los emigrantes mexicanos; los relatos de sus experiencias,  difundidos tanto por los medios de comunicación como por ellos mismos, han ido  creando una imagen prototípica del migrante que resultaría interesante  explorar.  
         
        Otro tema que inevitablemente sale  al paso es el del retorno al hogar.  Los cambios en la vida cotidiana de quienes lo integran, la imagen  estereotipada acerca del migrante, las experiencias que éste ha vivido y la  idea que ha creado acerca de aquellos que se quedaron en el hogar, dan como  resultado que el reencuentro sea invariablemente algo diferente a lo imaginado.  De acuerdo con Schutz(30), esta discrepancia de ideas y sentimientos entre el  ausente y quienes lo esperan “es uno de los mayores obstáculos para el mutuo  restablecimiento de las relaciones Nosotros interrumpidas” y “la total solución  de este problema seguirá siendo un ideal irrealizable”, pues es “nada menos que  el de la irreversibilidad del tiempo interior”.  
         
        Como sugiere Arfuch(25), habría  entonces que cuestionarse qué sucede con la vida cotidiana una vez que ocurre  el acontecimiento del regreso, ya no sólo el de la partida, reedición del deseo  de Ulises por volver a su hogar, así como del desconcierto que  produce llegar a una casa en la que nada es  igual que entonces -ni el lugar, ni quienes se quedaron, ni el viajero mismo. 
      El lado oscuro de la vida social: la cotidianidad 
      
        
          Vida al instante. 
  Representación sin ensayo. 
            Cuerpo sin prueba. 
            Cabeza sin reflexión. 
             
            Extracto de “Vida al instante”, Wislawa  Szymborska. 
         
       
      En repetidas  ocasiones a lo largo del apartado anterior, hice alusión al concepto de vida  cotidiana, sin embargo, no han sido explicitados sus significados ni la  pertinencia de su utilización en el estudio del fenómeno migratorio  -específicamente de la experiencia de quienes se quedan-, objetos de reflexión  de las siguientes líneas. 
         
        Como Lefebvre(31) señala, la  cotidianidad no es sólo un concepto, sino que puede ser tomada como “hilo  conductor para conocer ‘la sociedad’”. Su estudio pone de manifiesto el lugar  de los conflictos entre lo racional y lo irracional de una época. Lo cotidiano  “determina así el lugar donde se formulan los problemas de la producción en  sentido amplio: la forma en que es producida la existencia social de los seres  humanos”(32).  
         
        Dándole, me parece, una mayor  autonomía al mundo de la vida cotidiana respecto de la sociedad  y enfatizando el papel de la interacción,  Schutz y Luckmann(33) la definen como: 
      
        
          el ámbito de la  realidad, en el cual el hombre participa continuamente, en formas que son al  mismo tiempo inevitables y pautadas. (…) las objetividades y sucesos que se  encuentran ya en ese ámbito (incluyendo los actos y las acciones de otros  hombres) limitan su libertad de acción. (…) Además, sólo dentro de este ámbito  podemos ser comprendidos por nuestros semejantes, y sólo en él podemos actuar  junto con ellos. Únicamente en el mundo de la vida cotidiana puede constituirse  un mundo circundante, común y comunicativo. El mundo de la vida cotidiana es,  por consiguiente, la realidad fundamental y eminente del hombre(34). 
         
       
      Este ámbito de la realidad se encuentra regido  por la actitud del sentido común, es decir que todo lo que experimentamos es  incuestionable, “aproblemático hasta nuevo aviso”. Luego, ¿qué papel juega el  sujeto? De acuerdo con estos autores, la actitud del sentido común no significa  que las personas asuman una actitud pasiva, por el contrario, el mundo de vida  se modifica mediante las acciones de quienes lo habitan y viceversa. De esta  forma, “la actitud natural de la vida cotidiana está determinada totalmente por  un motivo pragmático”(34). 
         
        La comprensión del mundo parte de un  acervo de experiencia previa, tanto propia como aquella que transmiten los  semejantes, sobre todo aquellos más significativos, como familiares, maestros,  amigos, etc. Los sujetos confían en este conocimiento, empero, existe cierto  nivel de incertidumbre. Cuando viven una experiencia no clasificable, se  interrumpe la sucesión de hechos familiares, de presupuestos, y éstos son  cuestionados. Esto exige a la persona que “re-explicite” su experiencia. 
         
        En esta misma línea, Canales(35)  argumenta que lo cotidiano de una vivencia puede evidenciarse en dos conceptos:  la normalidad (de la realidad) y la obviedad (del mundo), “lo común y lo  corriente”. El sujeto observa y se observa en medio de un “mundo-sabido”, donde  todo ocurre según lo previsto. La cotidianidad es por definición lo que fluye;  “mientras todo ocurra como está previsto no hay nada por mirar en el sentido  fuerte del término -mirada que interroga, que pregunta, que busca saber-”(36).  
         
        La cotidianeidad, por tanto,  representa el espacio-tiempo en que lo social se hace “opaco”. Paradójicamente,  es más real que nunca -toda la cotidianidad es juego de roles, actuación de  libretos, desempeños sociales- a la vez que menos visible. Naturalizada, como  una realidad “per se”, la sociedad es desempeñada sin ser vista y se instaura  en todas las locuciones que suspenden al sujeto que las enuncia(35). 
         
        El planteamiento anterior coincide con  la perspectiva de De Certeau(37), quien propone que las prácticas o “maneras de  hacer” cotidianas son el “fondo nocturno de la actividad social”; lo que se  intenta al estudiarlas, es darles una articulación para sacarlas de esa  oscuridad. El autor aclara que realizar esto no supone un retorno a los  individuos, tal como se señaló párrafos arriba, el análisis de la vida cotidiana  implica tomar en cuenta a las relaciones sociales: “cada individualidad es el  lugar donde se mueve una pluralidad incoherente (y a menudo contradictoria) de  sus determinaciones relacionales”(38). 
         
        Para poder entender la noción de  cotidianidad planteada por De Certeau, es necesario tomar en cuenta la noción  de uso, es decir, aquello que el  “consumidor cultural ‘fabrica’” –no  sólo reproduce- a partir de los productos con los que entra en contacto: 
      
        
          
            La “fabricación” por descubrir es una producción, una  poiética, pero oculta, porque se disemina en las regiones definidas y ocupadas  por los sistemas de “producción”(televisada, urbanística, comercial, etcétera)  y porque la extensión cada vez más totalitaria de estos sistemas ya no deja a  los “consumidores” un espacio donde identificar lo que hacen de los productos(39). 
           
         
         
      Así pues, hay “maneras de emplear” los productos que  son impuestos a los sujetos por el orden económico dominante. Y aquí aparece  otro concepto fundamental, el de táctica.  Las tácticas del consumo son “ingeniosidades”, modos de hacer “exitosos” del  débil contra el fuerte, lo cual desemboca en una politización de la vida  cotidiana. Pero la táctica tiene su contraparte, la estrategia(40), es decir, el cálculo o manipulación de las  relaciones de fuerzas que se hacen posibles desde un sujeto de voluntad y de  poder (una empresa, un ejército, una ciudad, una institución científica). 
         
Este planteamiento me parece central  porque pone sobre la mesa la relación entre las categorías vida cotidiana y  poder, lo cual implica volver al cuestionamiento de qué tanto margen de acción  y creación tienen los sujetos en la cotidianidad(42). Si bien la noción de  táctica nos remite a la idea de que la vida cotidiana no es mera repetición y  alienación, sino que también da lugar a la resistencia y a la invención, existe  una serie de estrategias de quienes detentan el poder que de alguna manera  condicionan dicha capacidad de creación. 
 
Por su parte, Lindón(44)(45), quien  pone énfasis en el cruce entre espacio y vida cotidiana, sugiere que con miras  a comprender de manera más acabada la tensión planteada entre “cotidianidad  colonizada” y las posibilidades –aunque tenues- de producir innovaciones, es  necesario tomar en cuenta a la espacialidad. Ésta se puede anclar en dos  conceptos interrelacionados: “espacio de  vida” y “espacio vivido”. El  primero se ubica en el plano de la materialidad, es el lugar donde se  desarrollan las prácticas cotidianas; el segundo, en cambio, se ubica en el  plano de los significados y los sentidos. El espacio vivido incluye al espacio  de vida, así como a los intercambios sociales espacializados. 
 
Tras esta revisión de las diversas  acepciones y ramificaciones del concepto de vida cotidiana, suele quedar la  impresión de que éste abarca prácticamente todo (la vida en su conjunto), y  como todo y nada son lo mismo, su estudio podría concebirse como algo vago,  anodino o innecesario. Con la finalidad de contrarrestar esta impresión, me  parece fundamental discutir qué es lo extracotidiano. A su vez, esta discusión  podrá aportar elementos al tema de la pertinencia de la utilización del  concepto de vida cotidiana para el estudio de las implicaciones de la migración  en aquellos que permanecen.  
 
De acuerdo con Fernández Christlieb(46)  (1994: 235), “la esencia del sentido es la negatividad” y la cotidianidad “es  el sentido que queda cuando los demás sentidos se retiran”, por tanto, ésta sólo  puede ser definida en términos negativos. Citando a Lefebvre, el autor añade:  la vida cotidiana es “lo que subsiste cuando a lo vivido se le han sustraído  todas las actividades especializadas”(47). Por tanto, a los participantes  idóneos de la vida cotidiana no se les puede caracterizar más que como  inexpertos, gente “común y corriente”, como todos aquellos que permanecen en el  lugar de origen tras la partida de sus familiares. 
 
Otra posible respuesta que vale la  pena apuntar, es que lo no cotidiano es el acontecimiento, cualquier suceso que  salga de la normalidad de la vida de la gente y que, como se señaló con  anterioridad, la orille a realizar un replanteamiento, a dar una interpretación  acerca de lo que está sucediendo(48). Pensando en términos de la migración,  ésta constituye para muchos mexicanos un acontecimiento(49), ya que si bien  contemplan y planean con antelación la partida, ésta los obliga a modificar  radicalmente su vida. Aunque este cambio drástico y sus consecuencias resultan  sumamente significativos para la comprensión del fenómeno migratorio, si el  interés se encuentra focalizado en los que permanecen, lo que se torna  fundamental es la manera en que la vida cotidiana se reconfigura y resignifica,  no el acontecimiento de la partida en sí mismo.  
 
En otras palabras, la migración  también saca por un momento de su cauce al flujo de la vida cotidiana de  quienes permanecen, y si bien suele retomarlo, habrá que indagar de qué forma,  qué sucede con las experiencias personales y vinculares en sus diferentes  ámbitos y dimensiones. Esto cobra importancia si pensamos que el estudio de lo  cotidiano, además de tener valor en sí mismo, remite a definiciones sociales  más amplias, construidas en contextos socioculturales de sentido(44), además de  ser el resultado tangible de la afectividad colectiva(50)(51). 
 
Por otro lado, y como se señalaba  desde el inicio del artículo, el estudio de la vida cotidiana también tiene que  ver con un interés por el nivel de análisis microsocial: la interacción y lo  que se juega en ésta, rescatando el punto de vista de los actores. En este  sentido –y volviendo a lo extracotidiano-, los datos y teorías que han sido construidos  a partir de una perspectiva macrosocial, a partir de indicadores y variables  que dan cuenta de grandes poblaciones o escenarios (por ejemplo, el nacional o  el mundial), cosa muy común en el caso de la migración, no dan cuenta de la  vida cotidiana, de la experiencia de la gente. Como señala Canales(35), el  estudio de la vida cotidiana no designa un “campo” específico, designa un “nivel  de observables” –microsocial- en diferentes ámbitos. 
 
Estas esferas de la vida cotidiana,  susceptibles de estudio, son básicamente la familiar, la laboral, la educativa  y la recreativa (35)(44)(45). Pensando en la espacialidad, cabe preguntarse,  ¿se reducen estos ámbitos a lugares específicos: la casa, el trabajo, la  escuela, el cine, el parque o el deportivo? Evidentemente no, cada uno remite a  espacios y temporalidades múltiples(52). A su vez, la indagación de las  experiencias y significaciones producidas en torno a cada uno de los ámbitos  cotidianos, implica el análisis de las dimensiones: afectiva, vincular y de la  acción o de las prácticas. 
 
Queda pendiente una discusión acerca  de los alcances metodológicos (y, por tanto, epistemológicos y ontológicos) del  estudio de la vida cotidiana, sin embargo, vale la pena recordar que, como  sugiere la fenomenología social, ésta se encuentra constituida por fenómenos  que existen de manera previa a la llegada de un observador externo y están dotados  de significados y sentidos, en otras palabras, interpretados por el saber  común. De lo cual se deduce que lo que cualquier disciplina pueda decir acerca  de la cotidianidad es una interpretación segunda, interpretación de  interpretaciones.  
       
      Consideraciones finales 
      Resulta irrefutable que el fenómeno  migratorio está trastocando la realidad social, política, cultural y económica  de México y el mundo, de los países expulsores y receptores. En el presente  artículo se ha puesto especial énfasis en la importancia de explorar y analizar  las implicaciones de la migración en aquellos que se quedan, el fuerte impacto  que tiene sobre la subjetividad y el vínculo social, es decir, sobre aquello  que se encuentra en la base de cualquier sociedad. 
         
        Este  impacto que, como se ha señalado, se expresa de manera importante en la vida  cotidiana de los sujetos, tiene repercusiones igualmente relevantes al nivel de  la interpretación y producción teórica, pues conceptos centrales como el de  identidad, hogar o familia se ven cuestionados, lo cual plantea la necesidad de  reformularlos a la luz de los cambios culturales, sociales y tecnológicos del  mundo contemporáneo. Se evidencia, más que nunca, la inviabilidad de imponer conceptos  universales que ignoren la singularidad de la experiencia y la multiplicidad de  significaciones. 
         
        Por  último, no podemos olvidar que lo anterior también entraña grandes retos para  los científicos sociales en términos metodológicos, pues ¿cómo interrogar y  comprender una realidad cambiante y multiforme, profundamente compleja? ¿Cómo acceder  a la singularidad?, ¿cómo producir conocimiento a partir de ella sin caer en la  fragmentación y particularización extremas?  
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