Revista Argentina de Humanidades y Ciencias Sociales
ISSN 1669-1555
Volumen 21 (2023)

Discurso, violencia, poder y género: narrativa, relatos biográficos y categorías emergentes
 
Dra. Sonia Irene Sanahuja

Universidad Latina de América

sirene@unla.edu.mx

 
 

Para citar este artículo: Rev. Arg. Hum. Cienc. Soc. 2023 21(1). Disponible en internet:
http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v21_01.htm

 

Resumen

El objetivo de este artículo es presentar de modo extremadamente sintético, las categorías emergentes que surgieron de un trabajo de campo realizado en el marco de un proceso de investigación doctoral sobre la condición del género. En términos específicos, se trabajó desde una perspectiva cualitativa, asumiendo una configuración epistémico-metodológica antiesencialista, emergente y situada, desde la duplicidad teórico-operativa del análisis del discurso; así mismo, se configuró una intersección interdisciplinar que articula filosofía del lenguaje, teoría del género, conceptualizaciones acerca del poder y aportes de la filosofía a la comprensión del género.
Se construyeron tres categorías, que agrupan a siete subcategorías emergentes, desde la intervención del análisis del discurso, a partir de nueve relatos biográficos de mujeres, seleccionadas en virtud de la diversidad de edades, formación, condición socioeconómica, enclaves geográficos, etc. El trabajo empírico presidió el diálogo con la configuración teórica, articulando la potencia narrativa con conceptualizaciones de Judith Butler y Michel Foucault, de modo central -aunque no exclusivo, ni excluyente-, cuyas propuestas son abordadas de manera crítica.

 

 

Abstract

In extremely synthetic way, this article intends to present the emerging categories as a result of a fieldwork from a doctoral research process about the gender condition. In specific terms, it had been worked from a qualitative perspective, assuming an anti-essentialist, emerging and situated configuration. In the same way, it was worked from an operational theoretical duplicity of the discourse analysis, in order to build an interdisciplinary intersection, in which articulates language philosophy, gender theory, power conceptualizations and contributions from the philosophy to the understanding of gender.
Three categories were built, grouping seven emerging subcategories, from the intervention of discourse analysis, based on nine biographical accounts of women, selected by virtue of the diversity of age, education, socioeconomic status and geographic conditions. The dialogue with the theoretical configuration, it was presided over the empirical work, in order to articulating the narrative power with Michel Foucault and Judith Butler conceptualizations, in a central way. However this articulation was sustained in a critical appropriation.

 

 

Introducción

El objetivo de este artículo es presentar de modo extremadamente sintético, las categorías emergentes que surgieron de un trabajo de campo realizado en el marco de un proceso de investigación sobre la condición del género (1). En términos específicos, se trabajó desde una perspectiva cualitativa, asumiendo una configuración epistémico-metodológica antiesencialista, emergente y situada, desde la duplicidad teórico-operativa del análisis del discurso; así mismo, se configuró una intersección interdisciplinar que articula filosofía del lenguaje, teoría del género, conceptualizaciones acerca del poder y aportes de la filosofía a la comprensión del género.

Lo anteriormente señalado, parte del reconocimiento crítico de la hegemonía persistente de abordajes de corte estadístico respecto de violencia y género, por ejemplo, así como de la profusión actual de conceptualizaciones en torno a ambas problemáticas. La perspectiva cualitativa, permite inquietar ambos territorios: el de las cifras, a fin de restituir los significados que las mismas tienden a ocultar tras el velo de la dominación del número y la forma en que es producido, tanto como sus efectos de realidad, por un lado; por el otro, contraponer el concepto al concepto, a fin de generar productividad teórica, recuperando las propias actuaciones que viven el género desde, con, atravesadas, e incluso constituidas, por dinámicas diversas, muchas de las cuales se emplazan en diferentes formas de violencias  múltiples, que se instalan en la interioridad así como en la exterioridad discursiva, develando su potencia en el significante que las encarna y emplazadas en modalidades y operaciones de normalización o naturalización, lo que diversifica sus posibilidades concretas y su persistencia.

Puntualmente, se trata de intervenir las narrativas de los relatos biográficos, desde las operaciones de análisis del discurso, en las que la propuesta de Michel Foucault en El orden del discurso (2016) se ubican en un lugar central, a fin de producir categorías emergentes que puedan confrontarse con un entramado conceptual, presidido por formulaciones de Judith Butler en torno al género, el lenguaje y el sujeto, así como con los mecanismos fundantes de la subjetividad, desde esta particular perspectiva.

En este sentido, se parte de la consideración de la materialidad del discurso en tanto acontecimiento y el lugar del Otro en la conformación de una subjetividad desde la subordinación, con posibilidades de habilitación subjetiva. Así como lo señala Foucault, se trata de disponer una inquietud “con respecto a lo que es el discurso en su realidad material de cosa pronunciada o escrita”, su existencia transitoria, su persistencia cotidiana, los peligros que la misma encarna, para “sospechar la existencia de luchas, victorias, heridas, dominaciones, servidumbres, a través de tantas palabras, en las que el uso, desde hace tanto tiempo, ha reducido las asperezas” (2016: 13).

 

1. Exorcizar la cifra, confrontar el concepto y recuperar la experiencia en la narrativa de vida

El trabajo del pensamiento no es denunciar el mal que supuestamente habita en secreto en todo lo que existe, sino presentir el peligro que amenaza en todo lo que es habitual, y hacer problemático todo lo que es sólido.
Michel Foucault

La relevancia del presente planteo, tiene que ver, entonces, con una controversial convergencia de tres puntos, en una duplicidad tanto productiva como de clausura, entendida, además, como lugar de partida desde la reflexión crítica: un primer punto relativo al colapso del sentido en la cifra, en el marco del enfoque estadístico; un segundo punto, ligado a la profusión de conceptos sobre género y violencia vinculado estrecha y paradójicamente a la escasa producción investigativa desde quienes viven su género, que pareciera revertir el ejercicio de abstracción supuesto en todo proceso de conceptualización, tal como lo plantea Hinkelammert (2) en términos de la ciencia “moderna” y, finalmente, un tercer punto  concerniente a la elisión consubstancial de ciertos abordajes, respecto de la naturaleza contingente del género, en su vinculación con violencias que el discurso en su discurrir cotidiano legitima por normalización. Entonces, desde este triple vértice, este trabajo se orienta a componer un abordaje cualitativo contrapuesto a la lógica reificada de las encuestas; aportar a una dialéctica negativa (3) que permita inquietar el concepto, a fin de confrontarlo de manera productiva y fundante con la experiencia y, desde esta confrontación producir desde la empiria, categorías emergentes que den sustento a la producción conceptual.

En este contexto, el relato biográfico, como andamiaje epistémico-metodológico, permite que el decir sobre la experiencia del propio género, se diga a sí mismo, evidencie sus exteriores y despliegue las constrictivas selecciones que posibilita un régimen de verdad; el mismo, actualmente puede estar siendo conmocionado, pero no subvertido ciertamente. Muchas veces desde la propia enunciación de las mujeres se consolida la naturalización de la propia subordinación, a partir de procesos de normalización y reproducción, en tanto prolongación iterativa de aquello que se ha internalizado, o introyectado, violencia incluida como tal, y paradójicamente excluida (no nombrada), como parte del dispositivo del lenguaje en tanto “verdad enmascarada”.

 

2. Acerca de la violencia, la subyugación y la instauración discursiva
del género

La analista pregunta: “¿Y tu esposo te golpeaba?”,
la mujer responde: “lo normal, pues…”
(G. Morelia, mayo 2022) (4)

 

Si se asume la existencia de un temor a la gran cantidad de cosas dichas, a la proliferación de enunciados, al incesante discurrir de las palabras, una especie de logofobia, como Foucault la nombra, contra lo que hay allí en los discursos que circulan cotidianamente, de violento, de discontinuo, de desorden y peligro, es quizás necesario analizar la naturaleza de ese temor, tal como lo propone, para develar sus “condiciones, su juego, y sus efectos”, desde tres “grupos de funciones”: replantear la voluntad de verdad, restituir el carácter de acontecimiento y  borrar la soberanía del significante (Foucault, 2016: 51).

Desde esta propuesta, abordar el discurso de género, implica intervenir los discursos desde una serie de operaciones que, relativamente ceñidas por los requerimientos del orden metodológico, permita restituir aquello que el significante desde la potencia de su soberanía, orilló a cierta exterioridad discursiva. Es precisamente allí donde, de forma fronteriza, se hace posible, lacerar el dominio de lo dicho, a fin de disponerlo en clave política. Emerge así, potencialmente, una primera violencia, la de nombrar. Ontologización de la cosa, del sujeto o de la experiencia, incluso del deseo, que permite vislumbrar el proceso desde su condición de producto, acontecimiento, instauración.

Gilles Deleuze (2014) en su análisis del poder, que, de acuerdo a su perspectiva, constituye el segundo eje (el primero es el saber) del pensamiento de Foucault, señala que “la violencia expresa la relación de una fuerza con una cosa, un objeto, un ser” (Ibid.: 49), y en este sentido la ubica fuera de lo que constituye el poder en tanto relación de fuerzas. De allí, instalándolos como diferentes al poder y a la  violencia, Deleuze prosigue desandando este pensamiento, indicando que, al parecer, podría ser una cuestión de forma o quizás de medios-para-un-fin o incluso, como él lo nombra, de modalidad; entonces, el poder actúa a través de la violencia, la ideología o la represión. Y se exhibe aquí, el planteo original de Foucault cuando lo que se señala como significativo es, en realidad, la certeza del que el poder “se las arregla muy bien sin ser represivo”; se despliega en todo su esplendor entonces, la prolífica operación que se consolida mientras se niega a sí misma desde su propio dispositivo cotidiano: la normalización.

Ahora bien, en la medida en que se aborda en articulación con esta configuración conceptual, la narrativa en tanto relato sobre uno mismo, relato de sí mismo, resulta esclarecedor retomar a Judith Butler, desde una veta particularmente filosófica (5). Cito:

Siempre damos cuenta de nosotros mismos a otro, sea inventado o existente, y ese otro establece la escena de interpelación como una relación ética más primaria que un esfuerzo reflexivo por dar cuenta de sí. Por otra parte, los propios términos que utilizamos para dar cuenta, y de los que nos valemos para volvernos inteligibles para nosotros mismos y para los otros, no son obra nuestra. Tienen un carácter social y establecen normas sociales, un ámbito de falta de libertad y de posibilidad de sustitución dentro del cual se cuentan nuestras historias “singulares”. (Butler, 2012: 35)

De allí que la autora, ahora encaramada en una perspectiva psicoanalítica, señala lo que de imposible ofrece el inconsciente a la recuperación en una narrativa total de quienes somos, dado que el “cuerpo singular al que refiere el relato no puede ser capturado en una narración total”, puntualmente por dos razones: por la “historia formativa” que se torna irrecuperable en términos reflexivos y, en segundo lugar, por la “opacidad ineludible” a la propia comprensión de uno mismo. Butler señala, entonces, los límites que impone el inconsciente a la concreción de una reconstrucción de la narrativa de una vida. Sin embargo, como lo muestra el empeño desde las operaciones con las que se puede intervenir un cuerpo narrativo, es posible desde una mirada analítica enfocada en las regularidades que producen regularidades discursivas, tomar esta cierta imposibilidad como un dato primario y empírico que, como un síntoma, indica lo que se trabaja como régimen de verdad.

De allí deriva, paradójicamente quizás, la posibilidad de reinstalar desde el análisis del discurso en tanto discursividad sobre otra discursividad, las exclusiones que permiten la ontologización incesante del significante, la potencia de su soberbia, la significación de las exclusiones que encarna. Entonces, focalizar las violencias múltiples que el nombrar implica (quién soy, por ejemplo, qué hago, o aquello que me define para mí mismo desde el otro y para el otro, para esta propia opacidad acerca de mi vida), es un modo de acceso a la instauración de violencias originarias que marcan el género, ontologizando su ontología detenida, sólo transitoriamente, en lo proferido.

Lo que se viene afirmando, conduce a la reflexión sobre las instancias del lenguaje que permiten acceder a la naturalización-normalización desde lo que el discurso sobre la vida propia emplaza, lo que este discurso tolera en sus propios límites y lo que el régimen de verdad, expulsa por fuera de él y que, desde el análisis, es posible ubicarlo como una exterioridad en virtud de la interioridad de los enunciados y sus potenciales efectos de performatividad siempre en proceso, pasible de detención sólo en términos de análisis.

En Mecanismos psíquicos del poder, Butler (2001) despliega una densa problematización del sujeto y la sujeción, trabajando con formulaciones propias de Foucault que analizan el poder como aquello que forma al sujeto, y señala:

¿Cómo es posible que el sujeto sea un tipo de ser al que se puede explotar, el cual, en virtud de su propia formación, es vulnerable a la subyugación? Obligado a buscar el reconocimiento de su propia existencia en categorías, términos y nombres que no ha creado, el sujeto busca los signos de su existencia fuera de sí, en un discurso que es al mismo tiempo dominante e indiferente. Las categorías sociales conllevan simultáneamente subordinación y existencia. En otras palabras, dentro del sometimiento el precio de la existencia es la subordinación (Butler, 2001: 32).

Esta productiva cita pareciera responder interrogantes centrales acerca de la persistencia en vínculos que subyugan y someten, pero que paradójicamente pueden ser, y son, habilitantes. El estar en sujeción estaría explotando el deseo por la existencia, la cual puede ser una existencia que no es la que se quiere, pero que se presenta a la sombra de ciertas elecciones imposibles, en términos del poder que encarna el discurso y sus formas institucionalizadas, bajo modalidades persistentes de violencias diversas, algunas nombradas, instaladas en el discurso sobre la propia vida, y otras negadas, es decir, (no) nombradas desde una cierta ausencia que delata su potencial presencia, una huella de lo que pudiera decirse y no se dice, en virtud de un régimen de verdad que preside la narrativa sobre la experiencia, y en razón de la necesidad de persistir, aun en subordinación. 

Ahora bien, por otro lado, ya para cerrar este punto y retomando lo referido a normalización/naturalización, la potencia de ambas se mide por la eficacia simbólica que las define como tales, por su carácter natural incuestionable. Es decir, si existe una inquietud por negar o expulsar, es porque esa naturalización no tiene una sutura total: existe también un exceso que es la marca de aquello que se resiste a perecer o que pereciendo muestra que ha vivido. Aun cuando es nombrado sin nombre, porque al ser pronunciado deja una marca efímera e indeleble a un mismo tiempo, puesto que lo que es fugaz, no es anulado por la fugacidad, sino condenado a haber sido o ser en virtud de la misma fugacidad que evoca su efímera presencia.

 

3. Las categorías emergentes: por una dinámica empírica y situada

Las categorías emergentes que presento a continuación, constituyen los hallazgos a los que me condujo mi trabajo en una investigación sobre la condición del género, realizado entre los años 2017 y 2019. Se efectuaron más de cincuenta encuentros con nueve mujeres, en el marco de un abordaje cualitativo; los mismos se llevaron a cabo durante más de dos años, asumiendo la modalidad de relato biográfico. En este sentido, el andamiaje epistémico-metodológico, y su diálogo con la propuesta teórica, estaba orientado a una intervención mínima de parte de la investigadora y una pretensión de máxima libertad en la profusión discursiva de quienes colaboraron con este trabajo. Ellas eligieron cuándo y dónde realizar los encuentros. Sólo dos de las nueve mujeres entrevistadas, pidieron que fuera en sus casas; el resto, generalmente para evitar la presencia de sus parejas o hijos (6), prefirieron hacerlo en sus lugares de trabajo, durante el tiempo de descanso, en cafés, o bien quisieron acercarse a mi propia casa. Los más extensos duraron algo más de tres horas y los más breves, alcanzaron la hora.

Como señala Feliu, “la importancia que adquieren las narraciones, dado que el conocimiento se encuentra entrelazado con la vidas concretas y las experiencias personales” (2007: 267), tiene que ver, en este caso y en gran parte con que  ellas hablen, prácticamente sin guiones, partiendo de un encuadre mínimo y con interrupciones sólo para hacer avanzar la narración, profundizar o detener el fluir del discurso y así poder considerarlo y reconsiderarlo, armarlo y desarmarlo, hilvanando sus múltiples bifurcaciones, proliferaciones diversas de significados no encapsulados, que soportan y simultáneamente generan, contradicciones fundantes, tensiones originarias, multiplicidades insuperables para cualquier condena sintética. Aun a resguardo de estas consideraciones de corte epistemológico, en la compleja intersección entre lo dicho y lo escuchado, se construyeron las siguientes categorías y subcategorías, en diálogo permanente con el encuadre teórico del trabajo. En primer lugar, las mismas se condensan en un cuadro; a continuación del mismo se despliegan aspectos mínimos de cada una, en el entendido de las limitaciones a la extensión fijadas por el presente artículo. Inserto un cuadro que presenta las categorías y subcategorías emergentes a fin de presentarlas de manera más gráfica:

CATEGORÍAS EMERGENTES

1. Sincretismo discursivo

2. Vínculos melancólicos y apasionados: conjuros de la propia extinción

3. Inter y transgeneracional: la potencia performativa engenerizante y algunos desplazamientos

Sucategorías

Subcategorías

 

1.1 Equidad, igualdad y emboscadas discursivas

2.1. Persiguiendo la propia disolución: persistencia en el vínculo

Sin subcategorías

1.2 Matrices religiosas y naturales

2.2. Vidas satelitales: los otros en la vida propia

 

1.3. Mi gasto amalgama identitaria

2.3. La forma de ciertas violencias múltiples y algunos fragmentos misóginos

 

1.4 Pedagogización del vínculo: quod natura non dat…

 

 

 

3.1 Sincretismo discursivo

Desde las formulaciones foucaultianas y con la idea de rehuir al trabajo anclado en la superficie discursiva tomándola como una manifestación de ciertos pensamientos o ideas, se abordarán en este punto los sincretismos que actualizan la exterioridad discursiva (7), en tanto condiciones de posibilidad del discurso mismo; se analizan, entonces, los relatos por remisión no a las regularidades discursivas en tanto tales, sino las regularidades que desde un cierto exterior, dan lugar a determinada emergencia discursiva, en la cual se disponen diversos acontecimientos en series aleatorias, en términos del autor.

Equidad, igualdad y emboscadas discursivas

El primer nudo de sentido tiene que ver con las significaciones que desde los relatos se despliegan, significando, precisamente, posiciones en la vida o actitudes en la experiencia cotidiana, que serían estructurantes de la ubicación de quien enuncia dentro de los marcos de cierta “equidad” o “igualdad” (8) entre hombres y mujeres. La configuración de sentido que evidencia un cierto juego de yuxtaposiciones, emerge del relato de Mariela de esta forma, cuando comenta que su matrimonio está basado en la equidad, en la distribución igualitaria de tareas respecto de la crianza de los hijos y en el involucramiento de ambos frente a las responsabilidades derivadas de su familia:

[…] o sea porque Juan Carlos, definitivamente no es de los que… a pesar de que está en un ambiente, en un trabajo que se presta mucho a que se vayan a comidas, lleguen tomados, él no… o sea, cuando entró a trabajar lo intentaron llevar mucho a comidas, pero sí, yo le puse como un alto y le dije “a ver, aquí tienes que llegar y ver a tus hijos, bañarlos, no puedes estarte yendo a tus comidas cada…, tres veces a la semana…” entonces, sí, la verdad, sí respeta mucho ese aspecto (Mariela, entrevista: 31 de mayo 2018).

Entonces, la enunciación desde la equidad-igualdad en la que emplaza las experiencias cotidianas, se tiende una emboscada discursiva, instaurando un sentido particular emergente de la yuxtaposición de la configuración de sentido acerca de la equidad-igualdad y, simultáneamente, la de su negación: puesto que no la hay, es necesario emplazarla discursivamente, convertirla en norma de vida cotidiana, a fin de que se sustente vía la legitimación implicada en su instauración.

El enunciado evidencia yuxtaposición del emplazamiento de la equidad-igualdad, con el de su ausencia, que entonces se convierte en condición de posibilidad de la instauración de su presencia y el despliegue de prácticas significadas desde esa instauración, precisamente. Pero no debe pasarse por alto la potencia significativa del fragmento, que desde el punto final del enunciado y retrospectivamente, exhibe las condiciones de su significación: “sí respeta mucho” es la culminación de la evidencia del orden discursivo que se instala a fin de instaurar la matriz significante de equidad-igualdad, que no es sólo apariencia de presencia en la ausencia, sino también pretensión legitimante. Ausencia que posibilita, paradójicamente, su presencia en el relato.

 

3.1.1 Matrices religiosas

Señalé la identificación de un segundo nudo significante. Éste estaría determinado por las regularidades de ocurrencia discursiva, configuradas por matrices de sentido que anclan en un cierto orden religioso, en algunos casos; en otros, en la naturaleza misma del género, en el cual las mujeres (que lo mencionan así en su narrativa, claro está) se presentan como las que han sido creadas para ayudar el esposo-pareja-hombre, o bien desde la naturalización del rol de guías para encaminarlos en la vida a fin de evitar que se descarrilen. De allí que, de este segundo anudamiento, emerge la concepción de ser mujer vinculada existencialmente a la figura o performance de una ayudante necesaria para que el hombre no se vaya por la mala senda. Paso a ejemplificar, no sin antes aclarar que el lugar de ayudante o guía presenta una duplicidad significativa, un repliegue del poder: existe una cierta voluntad de sometimiento del otro que consolida a quien ayuda en una posición de poder que, a su vez, y paradójicamente, la convierte en subalterna de aquel que (supuestamente) es ayudado. Así lo comenta Lulú: “[…] mi esposo igual… al esposo lo hacemos nosotras, mi esposo cuando entró a trabajar a la refinería quería agarrar el vicio”. Y más adelante, se explaya:

Porque yo veo que, si, si… como quisiera darte a entender: sí reacciona, sí hace las cosas bien, pero a veces veo como que no da una. Entons, a fuercitas tengo que entrarle yo. Ahí no está mal, porque cuando Dios creó a la mujer, dijo ´hagámosle una compañía al hombre, como ayudante, nosotras éramos ayudantes del hombre´, porque Dios sabía que el hombre no podía solo, por eso nos hizo (Lulú, entrevista: 16 de agosto de 2017).

 

3.1.2 Mi gasto: amalgama identitaria

De modo significativo, una de las mujeres que ofrecieron dispusieron su narrativa para este trabajo, el día que me presento y le digo si le parece bien hablar sobre su vida: infancia, adolescencia, matrimonio, hijos, lo cotidiano, ella me responde lo siguiente: no hablaré mal de mi esposo, porque al menos me da “mi gasto”. Nunca se lo planteé, pero hay una presunción, algo implícito que se asume y por lo tanto se enuncia tal como lo cito.

De allí que, podemos analizar que la unidad “mi” alude al “yo” que enuncia, desde la combinación presente; desde las ausencias, su semiosis se diversifica, se amplifica, deja de tener relación con las limitaciones de una gramaticalidad formal, se desplaza por fuera del enunciado, desde el cual se extiende hacia otros emplazamientos semánticos. El adjetivo posesivo, así, abarca en su profusión de significados la economía doméstica en general: mi gasto es el gasto que implican las hijas y los hijos, la alimentación, el hogar y su mantenimiento, la vida diaria en una “unidad doméstica”, también ciertos gastos del esposo. Y esto, considero, es una operación discursiva política y sincrética, fundante de un juego de identidad que clasifica a la mujer de manera conjunta y natural con los hijos e hijas y con una economía hogareña en su totalidad, en una especie de fusión identitaria naturalizada; operación discursiva que amalgama identidades diversas, ejerciendo una economía enunciativa que, desandada, deconstruida, permite reinstalar relaciones paradigmáticas naturalizadas en la escisión selectiva de un sintagma que, desde siempre y de modo iterativo, es siempre más que eso. Establece así, una voluntad de verdad que conjuga los sentidos de ser en conjunción/yuxtaposición con otras y otros, y un entorno experiencial encapsulado en esta soberanía del significante.

 

    3.1.3 Pedagogización del vínculo: quod natura non dat…

Vinculada lógicamente a operaciones en el orden del sincretismo discursivo, la pedagogización del vínculo exhibe en el relato y en la experiencia en él instaurada significativamente, la eficacia simbólica de una introyección que no deja de necesitar cierta expresión sintomática en el lenguaje para ser lo que es: puesto que para eso estamos, la tarea de "educar" a la pareja, es una práctica discriminada de esa misión orientadora general y de ayuda que le es inherente a la mujer dentro del vínculo de pareja, al menos en las narrativas aquí intervenidas. Voluntad formativa incuestionada, inviste a la experiencia conyugal de una naturaleza pedagógica que evidencia un posicionamiento simultáneo de sumisión y poder, de dependencia y señorío, de subalternidad y hegemonía.

Las diversas y variadas posiciones de las mujeres en relación con esta especie de dispositivo pedagogizante, se mueven en un espacio de coordenadas de poderes igualmente diversas y variadas. Por un lado, la posición de quien enseña se erige desde un lugar de poder, que discursivamente se instaura desde el reconocimiento de un saber natural que inviste a la figura de la mujer y que debe extenderse al otro, configurar al otro, definirlo desde reglas, normas e instrucciones; por otro lado, subordina, precisamente porque el dispositivo pedagogizante se funda en cierta idea naturalizada de ser la ayudante, la guía dispuesta a incluir dentro de las performances cotidianas donde se tejen los hilos de su subjetividad generizada, un hacer que le es obsequiado por el engenerizamiento que supone la performatividad del género y que la subordina a una tarea en la que debe persistir, para seguir siendo quien se es. Puesto que esto de enseñar al otro a estar y ser, en tanto mujer, me es dado por naturaleza, quedo atrapada de manera indefinida en estas disposiciones naturales que deben ser expuestas, expresadas, configuradas para una dinámica de enseñanza interminable e intermitente que en cierto modo me apresa dentro de un vínculo hecho de lo que ya traigo de origen por ser mujer, y aquello de lo que el otro carece por ser hombre, y que debe, infructuosamente, accidentadamente, ser aprendido, convertirse en un saber que, puesto que no forma parte de un bagaje natural, no se trae de origen, demanda por lo tanto, un esfuerzo pedagogizante continuo, persistente. Pero, además, emergente de manera reiterada frente a situaciones novedosas que deben ser encorsetadas en normas prácticas para la vida cotidiana, es decir que deben normalizarse y, por consiguiente, que me normalizan en mi disposición pedagógica, naturalizando sus diversas morfologías y ocurrencias. En este sentido, cuando Butler a propósito de la necesidad de normas que “permitan la vida” y de la posibilidad, simultáneamente, de poder tener con estas normas, una distancia crítica que no inhiba la posibilidad de actuación de los sujetos, señala que siendo alguien que no puede “ser sin hacer, entonces las condiciones de mi hacer, son en parte, las condiciones de mi existencia” (2006: 16). 

Condenadas en cierta forma, a un hacer pedagógico, las mujeres hacen de este hacer las condiciones de su propio ser, de su propia existencia. Y prosigue la autora: “Si mi hacer depende de qué se me hace o, más bien, de lo modos en que yo soy hecho por esas normas, entonces la posibilidad de mi persistencia como ´yo´ depende de la capacidad de mi ser de hacer algo con lo que se hace conmigo”. Y en esto una no está imbuida de un poder sin límites, aunque tampoco permanece bajo el peso de una condena absoluta e ilimitada.

 

3.2 Vínculos melancólicos y apasionados: conjuros de la propia extinción

Por tanto, una podría decir, de manera reflexiva y con cierto sentido de humildad, que en el comienzo soy mi relación contigo, ambiguamente interpelada e interpelante, entregada a un “tú” sin el cual no puedo ser y del cual dependo para sobrevivir.
Judith Butler

Con esta categoría intervengo fragmentos de relatos donde se explicita una orientación de la vida propia en relación con el otro (pareja/hijas-os). En este sentido, abordaré pasajes que exponen en discursos sobrepuestos, irregulares, fragmentarios, los devenires de la subjetividad siempre en proceso, ante una multiplicidad de interpelaciones emergentes de vínculos actuales o pasados, que la exponen a cumplir expectativas o necesidades ajenas, provenientes ya sea de la pareja, en caso de haberla, o de hijas e hijos.

 

3.2.1 Persiguiendo la propia disolución: persistencia en el vínculo

La persistencia en vínculos que subordinan, des-poseen e imponen distintas relaciones de sometimiento, emerge de los relatos con emplazamientos diversos, de acuerdo a condiciones de enunciación también diversas, en virtud de experiencias significadas de manera particular y variada. Frente a esta dispersión y desde ella, existen anudamientos de sentido cuya regularidad preanuncia otras regularidades en matrices de sentido relativamente estables. Estas matrices son las que reenvían a un orden socio-simbólico, constituido por la conexión de la materialidad del discurso con el entorno al cual significa, claro está, material también, atravesado por relaciones de poder y constituido desde éstas, por éstas, y contra éstas también, como veremos más adelante y como ha sido señalado en relación con los procesos de subjetivación que anidan en un discurso pre-existente, del que son efecto, pero también condición. En este sentido, en diálogo con lo que ya ha sido expuesto, en particular aquello que anteriormente he señalado respecto de lo que afirma Joan Scott, cuando asume que el lugar de las mujeres en la vida social es producto de lo que hacen, pero indirectamente, puesto que lo que hacen debe pasarse por el tamiz del significado que sus interacciones sociales concretas imprimen a las prácticas y actividades de su hacer (1996: 44). Y como ya ha sido referido también, la autora dispone su posicionamiento en la historia como lugar epistemológico y como perspectiva en la producción de conocimiento acerca de la categoría género. Recupero aquí, articulando conceptualización y empiria, aquello que Scott señala respecto de la posibilidad de desarrollar procesos de comprensión de la “naturaleza recíproca del género y la sociedad, y de las formas particulares y contextualmente específicas en que la política construye el género y el género construye a la política” (Scott,1990: 44).

 

3.2.2 Vidas satelitales: los otros en la vida propia

Así en el relato de Mariela:

Sí, sí, a pesar de que yo estudio y que también tengo mi vida por así decirlo, sí, sí es mucho el rol de que tú te vas a trabajar, cuando llegues ya está la comida, incluso la vez pasada ve que le comenté que fue muy difícil para mí ese cambio de cuando él entró a trabajar y de que yo llegaba y ya tenía que tener la comida lista, los niños ya con tarea, o, cosas así, sí, sí fue difícil (Mariela, entrevista 31 de mayo de 2018).

Es posible identificar una cierta pretensión de autonomía en el enunciado “también tengo mi vida”, una autonomía traicionada por la constatación de los vínculos construidos (los cuales pueden ser significados como resultado de la autonomía ahora aprehensible desde la melancolía o desde lo que se desvanece intermitentemente), desde los cuales existen otras interpelaciones emergentes de la existencia de hijos y pareja. El “cambio difícil” evidencia un desvío, un desplazamiento de cierta voluntad que en principio estaba puesta, en la materialidad discursiva, en una misma y que ahora debe dirigirse al otro. Lo que el discurso arroja fuera, una verdad que no puede ser dicha, siguiendo a Foucault, quizás tiene que ver con el orden del deseo: eso que deseo, permanecer en el vínculo, me obliga a postergar eso otro que deseo, haciéndolo difícil, si no imposible.

Esta postergación podría tener que ver con la introyección de cierto mandato discursivo, componente de la potencia de una interpelación constitutiva, en el que lo que está implícito es lo que soporta el sentido de lo dicho: “yo también tengo una vida”, frente a la cual se erige la vida de los demás que serán los interpelantes de esta subjetividad nunca clausurada, abierta y ahora herida. Una sentencia muda (no por ello menos efectiva) que coloca a Mariela en hacer lo necesario para mantener lo que alguna vez fue deseado y cuya existencia aniquila el deseo, por definición, al tiempo que se constituye en un haz de nuevas interpelaciones, frente a las cuales la “vida que tengo” comienza a ser ajena en cierto modo, y decididamente postergada, porque el trabajo de la pareja no deja habitable esa otra vida, desde la que debe deslizarse para poder ser instalada en el lugar del deseo ajeno. Y allí reconocida.

Sin embargo, lo que afirmo en el párrafo anterior, no implica una postergación que sea en adelante negación o pérdida, puesto que el deseo del otro, interpelante en su performatividad, vuelve a ser habilitador, igual que la interpelación que constituye el “yo” originalmente. Es que el deseo del otro interpelante, es parte del deseo de quien ha sido interpelada, frente al cual la posibilidad de su subjetividad, aún en sumisión (o en postergación indefinida), alberga las posibilidades de de-sumisión. Al quedar habilitada, aún en respuesta al deseo ajeno que ha sido parte del deseo propio (marcado seguramente por la eficacia de los mandatos discursivos emplazados en el orden social), no se aniquila la posibilidad de otro desplazamiento.

 

3.2.3 Las formas de ciertas violencias múltiples y algunos fragmentos misóginos

Desde esta categoría, se analizarán diversas formas de violencia que impactan en los procesos de subjetivación vinculados al género como efecto performativo con instauración discursiva. Así mismo, se incluirán las formas de violencia inscriptas en el discurso, con las cuales las mujeres que colaboran con este trabajo, impactan en la subjetividad generizada de otras mujeres, generando un emplazamiento particular respecto de las valoraciones y percepciones sobre sus experiencias que las coloca dentro de normas de género socialmente aceptadas (o no) y actuadas (o no). Un fragmento lo exhibe, en la respuesta de Lulú sobre el significado de una palabra que ella usó con frecuencia al hablar de otras mujeres:

“[…] que se les resbalan a los hombres. Tenía una conocida en la misma calle donde vivíamos, andaba con uno y con otro y con otro, y este… y todos pues se burlaban de ella, y yo le decía “ay, pero cómo te gusta andar así con ellos”, “ay, a ti te da envidia porque no andas con nadie”, “ah, pues si yo quisiera anduviera igual que tú”. A eso me refiero, resbalosas de que andan con uno y con otro, con muchos hombres pues. Y se quemaba la chamaca. Y yo la veía y le decía que no escuchaba cómo se expresaban de ella, y que se enoja, entonces siempre nos mantuvimos… mis hermanas igual (Lulú, entrevista: 16 de agosto de 2017).

Significativamente, nuevamente desde el arco temporal de la diferencia de edades -el que distancia a Mariela de Lulú en más de cuatro décadas-, en el cual las discursividades sobre el género no se han mantenido inmutables, también Mariela habla de “las resbalosas” cuando me comenta que le advierte a su pareja acerca de ciertas mujeres: “[…] o sea, nada más es… cuidado, tener cuidado de que a ver ella está de resbalosa, ´oye, ¿sabes qué?, no me gusta´ y sí, no me gusta”.  Cabe aquí volver a la aguda reflexión de Saramago sobre la lengua y los hombres que la inventaron, pero en sentido inverso: así como este autor desde la literatura señala que no había femenino de “piadoso”, ni de “justo”, dado lo cual no podía describirse a María en los mismos términos que a José y exculpándola, puntualiza, vuelvo a citarlo, “la culpa es de la lengua que habla, si no de los hombres que la inventaron, pues en ella las palabras justo y piadoso, simplemente, no tienen femenino” (2001: 31). Para el caso que nos ocupa, aunque existe el masculino de “resbalosa”, no se aplica al hombre, si no por la lengua que hablamos, sí por los discursos que habitamos.

En el fragmento que acabo de citar, Mariela construye la figura de la “resbalosa” en una operación en la cual la mujer activamente busca al hombre, en este caso a su esposo, en tanto a éste lo inviste de cierta “pasividad cuidadosa”: él debe tener cuidado de estas mujeres que se le “resbalan” para no caer en la infidelidad, que es el tema acerca del cual Mariela está hablando. Es Mariela también quien condena la infidelidad de la mujer con mayor encono que la del hombre, puesto que es dado a la mujer el deber de pensar en los hijos y la familia, mientras que el hombre tiende a ejercerla de modo más “natural”, orientando la preocupación sólo a no ser puesto en evidencia. Así lo dice proyectando el sentido desde el juego de ponerse en el rol: “[…] a ver, si yo le pongo el cuerno va de por medio mi familia, y los hombres son más de ´ay sí nunca se va a enterar´ […]” (entrevista 22 de septiembre de 2018). Entonces, bajo la apariencia de una particularización personalizada (“si yo le pongo el cuerno…”, la generalización no dicha deja improntas claras y la inferencia generalizante bien podría ser “la mujer que engaña o es infiel, no cuida a su familia”, en tanto en el caso del hombre, lo que se juega es no ser puesto en evidencia, no hay en el hombre una preocupación “natural” por la familia o los hijos, sino más bien por la conservación de una apariencia de fidelidad, una preocupación por el ocultamiento, al menos, ante la mujer con la cual se mantiene un vínculo de pareja más o menos estable. Al enunciarlo en positivo (“si soy infiel, va de por medio mi familia”) aparece también la sanción negativa: ella, la infiel, no cuida a su familia; esta implicación no aparece en el caso del hombre que es infiel, no está en la generalización negada discursivamente, pero propuesta y dispuesta por particularización, con la cual Mariela emplaza de manera diferencial y naturalizada las posiciones del hombre y la mujer “de familia” ante la infidelidad.

Desde lo dicho, entonces, la mujer madre, si es infiel, expone a su familia, no la cuida, no la preserva: núcleo denso y complejo de unas misoginias mutantes, que al tiempo que devela un posicionamiento “natural” para la mujer, añadiéndole una responsabilidad extensiva a la familia, connatural de ser mujer y madre, marca con el eufemismo de una responsabilidad no dicha, ni nombrada, la posición ante la infidelidad del hombre que es padre. Y estas afirmaciones son, simultáneamente, productivas por lo que “permiten” (sentir, pensar, desear, hacer) y restrictivas, por lo que, si no prohíben de manera taxativa, sí sancionan de un modo tan efectivo como solapado, modo que es consubstancial de las naturalizaciones bajo cuyo yugo discursivo se clasifica, se categoriza, se califica, se distingue o se equipara, se junta o se separa. 

 

3.3 Inter y transgeneracional: la potencia performativa engenerizante y algunos desplazamientos


[…] si las mujeres dejan de estar confinadas en el eterno “otro” –y, al igual que otras minorías, ganan el derecho a hablar, a teorizar, a votar, a concurrir a la universidad-, entonces es sólo una cuestión de tiempo desterrar la vieja imagen de la Mujer, que se creó sin consultar la experiencia de las mujeres de la vida real, y reemplazarla por una más adecuada.
      Rosi Braidotti

En el intento de continuar desandando el discurso y atravesando el relato a contrapelo de su apariencia para intentar identificar las condiciones personales, sociales, culturales, sexuales, incluso geográficas o históricas que se articulan para dar cierta forma discursiva a este orden que instaura los sentidos de lo que somos y no somos, de quiénes somos y quiénes no somos, de lo que es y de lo que no es, también de los contextos cuya “exterioridad” se ve traicionada en sus deixis textuales, se procura restaurar en estos apacibles o escabrosos, sencillos o complejos juegos de palabras, esas composiciones de sentido que ponen en evidencia las significatividades instauradas a nivel del relato, encaramadas, precisamente, en articulaciones que pretenden naturalizar un orden del ser y hacer, denunciando simultáneamente en la misma pretensión, el artificio, su carácter político, su naturaleza de dispositivo. Y retomo, en este sentido, lo que ya he introducido desde la lectura de Agamben (2011: 150) respecto de lo que Foucault considera como un dispositivo, es decir estrategias de relaciones de fuerza que sostienen tipos de saber y en los cuales ellas mismas se sostienen; el dispositivo siempre se inscribe, siguiendo a ambos autores, en juegos de poder/saber que podemos también situar entre lo dicho y lo no dicho (9).

Desde estas condiciones, en este punto abordaré los desplazamientos que son consubstanciales de la iterabilidad propia de la performance y la performatividad del género. Y hago esta distinción (performance/performatividad), la cual actualizo desde Butler, puesto que, tanto desde una dimensión analítica, como desde una experiencial, es diferente el género que se actúa, de los efectos que genera la actuación reiterada del género y a partir de los cuales se constituye su performatividad, dado lo cual son, en algún punto, inescindibles, pero, repito, diferentes. Así mismo, traigo nuevamente a estas líneas la idea de que las reiteraciones siempre incurren en desplazamientos, precarios o no, transitorios o permanentes para cierto arco de tiempo, contingentes y significativos en su existencia como tales. Así en el relato, Paty, cuando problematiza lo que ella misma menciona como roles aprendidos:

Sí. Sí, claro. Porque si yo me veo como, como autosuficiente, como empoderada, este… pues entonces, ay no, como si no mereciera que me quisieran. Y pues sí es un rol aprendido porque también es la escuela que tuvimos, ¿no? Desde mi abuela, mis tías, mi mamá, pues las mujeres tienen que ser vulnerables, las mujeres no pueden ser este… pues más… no pueden ganar más que un hombre, no pueden ser independientes, porque siempre necesitan un hombre. Y hasta la fecha lo veo con mis primas, ¿no? (Paty, entrevista 10 de enero 2019).

Y continúa señalando algo que ya ha sido citado anteriormente, razón por la cual sólo voy a parafrasear: Paty dice haber “roto las cadenitas”, haber hecho a un lado o dejado atrás, la escuelita que traían su madre y sus tías, a las que llama “brujas” (10), y que esto lo habla con su actual pareja, concluyendo que ambos creen estar “unos pasitos más adelante” en ese sentido. Situarse “unos pasitos más adelante” es justamente, dar cuenta del desplazamiento del que vengo hablando. Y este desplazamiento no es homogéneo ni coherente en sí mismo –como puede verse en el resto del análisis, está hecho de accidentes, quiebres y emboscadas discursivas también-, no es el final de un recorrido, ni una locación última, ni definitiva; es un movimiento que posiciona a quien enuncia en un lugar otro, de aquel que el género prescribe desde los discursos que preceden y configuran, contingentemente, la experiencia propia. Propone, a sí mismo, un fuera de foco que torna el lugar de esta mujer borroso, cuando menciona que ella no está para atender a su esposo, porque “un hombre de su edad haría muy mal si no sabe prepararse su propio desayuno”, dándole de este modo una definición distintiva al lugar de su pareja, en este emplazamiento discursivo. Evidencia, entonces, un corrimiento dentro del espacio y el poder engenerizante del género en su performatividad, que parte de la configuración de un rol, llamémosle transitoria y precariamente, “tradicional” de las mujeres, con diversidad de experiencias y sentidos, claro está, para introducir el zarpazo discursivo en la figura del hombre, trastocada ahora y expuesta desde la carencia de “saberes”. Y, como un efecto boomerang, la definición del otro desplaza la aparente quietud de la definición propia, mostrando la política cotidiana del nombrar, marcar, definir, clasificar, tanto como sus oposiciones significantes: des-nombrar, des-marcar, des-definir, des-clasificar. No es ella el centro de la escena, no, desde su operación política-discursiva, porque es él, su pareja, quien es puesto en el lugar de una clasificación que al mismo tiempo la des-clasifica a ella (“ni lo voy a hacer”, dice Paty, refiriendo al hecho de no hacerle el desayuno), en tanto mujer que despliega un rol y unas tareas propias por naturaleza y definición, de su rol de esposa. Ubicando al otro, se des-ubica ella de la locación que le corresponde. Hay desplazamiento, corrimiento, des-marcación.

Otro acceso a lo que se ha venido planteando, tiene que ver con percepciones que al enfocarse en actuaciones que   no son las propias, ponen en cuestión   aquello   que como dispositivo de engenerizamiento -retomando una vez más la definición de dispositivo desde la formulación foucaultiana que ya hemos presentado-, comienza a ser problematizado, si no para sí misma, para otras u otros. También constituye una evidencia de categorías perceptuales que están siendo movidas y movilizadas, cuyo movimiento si bien no llega a desmantelar lo que el género ha prescripto y regulado para la vida propia, se constituye en un corrimiento respecto de los juicios, apreciaciones o valoraciones acerca de las vidas ajenas y, claro está, ese movimiento no se manifiesta como subversión, o incluso modificación, de los roles de género para quien lo realiza, pero sí propone un descentramiento de la mirada que volcada sobre las actuaciones ajenas, también, como en repliegue, se vuelve contra la propia. Porque, finalmente, de lo que se trata es de un cambio en la percepción o valoración de ciertas prácticas, es decir de las categorías generadas que, vistas como tales, también terminan categorizando/clasificando la vida propia. En el siguiente pasaje extraído de los relatos de Marcelina, su descripción de escena la implica por completo, al tiempo que materializa lo que acabo de comentar:

Y es bonito porque mire, también mi hija y mi yerno, ellos estaban bien fregados, iba yo a verlos, y ella haciendo la comida y él Juan, mi yerno, lavando los trastes, al rato… él tiende la cama, ella baña a los niños, ¡pues qué bonito!, pero los de antes… las señoras decían “¿qué?, ¿tienes que hacerlo tú?, ¿para qué te buscaste a la mujer?” (Marcelina, entrevista 19 de marzo de 2017).

Sacudiendo su propio paisaje de roles, sin que ello signifique disponer paisajes diferentes para sí misma, Marcelina manifiesta el placer escópico de la escena mirada, con lo cual desplaza la actuación de género hacia nuevas geografías, nuevos emplazamientos que suponen dinámicas otras, y simultáneamente desvela su propia actuación desde estas categorías perceptuales movilizadas: comenta a continuación del pasaje citado que su hija le dice “nos casamos con el hombre, pero no somos sus esclavas”, a lo que ella agrega: “yo sí fui esclava, ella no sé de dónde lo sacó…” (Marcelina, entrevista 19 de marzo de 2017).

Significativamente, los relatos de los que emergen evidencias más fuertes de estos desplazamientos son los de las mujeres más jóvenes, pero como acaba de verse, también hay desplazamientos a nivel de las percepciones o valoraciones de las actuaciones diferenciales de género, en los relatos de las mujeres de mayor edad; quizás no sean tan pronunciados, quizás no sacudan la vida propia para el caso de estas mujeres, pero (re)orientan las categorías propias, si no hacia una posible subversión, sí hacia un cuestionamiento que se resuelve como el develar de otras formas de estar y hacer en la vida que podrían habilitar el surgimiento de modos concretos de desnaturalización, de cuestionamientos posibles, que parecieran tener un menor costo cuando son acerca de la vida ajena, que acerca de la propia vida.

Regresando a los relatos, claro está que están poblados de paradojas y contradicciones, como ha sido señalado, sin embargo, eso no impugna que los desplazamientos señalados no se den en tanto tales, cargados de cierta cuota de repudio a un ser y hacer preconcebidos y bajo el poder de una predestinación que nunca llega a serlo de manera absoluta y completa, repudio que instala las crisis desde las cuales emergen otras formas de estar en la vida propia.

 

4. Conclusión

Como se anticipó en la introducción de este trabajo, el objetivo era desplegar de modo sintético, la forma en que el esfuerzo investigativo se dirigió a dar cuenta de cómo en la narrativa de diversas mujeres, se configura discursiva, existencial y complejamente, el género. Delinear un cierto entramado teórico sobre estos hallazgos empíricos, en este caso, estuvo presidido por la intervención analítica que permitió articular teóricamente ideas de Butler y Foucault, en tanto entramado conceptual central pero no exclusivo, en torno al discurso, el poder, la violencia y el género, para explicitar las formas en que se vive el género, accediendo a la soberanía del significante y su efecto naturalizante, con la idea de conmocionarla a fin de hallar sus regularidades y exclusiones.

En ese sentido, estaríamos en condiciones de sostener que la “experiencia “vital” del género se inscribe en el discurso, de modo tal que la potencia de su régimen de verdad impone las condiciones de normatividad y normalización del género. No hay modo de esquivar en la experiencia, la materialidad del discurso que normaliza, normativiza y ejerce una determinada voluntad performativa del género, desde particulares y muy concretos dispositivos de poder, pero tampoco hay modo de esquivar sus contingentes desplazamientos.

 

Notas

    1. El trabajo referido se llevó a cabo durante poco más de tres años, a fin de desplegar la investigación que dio lugar a la tesis doctoral titulada Levantando la soberanía del significante: la instauración del género. Relatos biográficos y Análisis del discurso (Sanahuja, 2020).

    2. Hinkelammert, en Hacia una crítica de la razón mítica. El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión (2007), señala que la ciencia moderna revierte las condiciones de producción de la abstracción conceptual, cuando deriva la experiencia del concepto y no a la inversa; en ese sentido, tampoco se deja de tener en cuenta que la teoría prefigura también el campo empírico y que pareciera ser imposible abordar la experiencia sin marcos referenciales previos, se trata más bien de una mutua determinación y es lo que se persigue desde la recuperación de los relatos biográficos, a fin de ponerlos en diálogo con ciertos mapas teóricos, pero también provocar desde la intervención del análisis, categorías emergentes del trabajo de campo.

    3. Esta idea de confrontar el concepto contra el concepto, o, por ejemplo, inquietar la teoría desde la empiria, dicho de un modo extremadamente simplificado, porque no hay nada “dado” -se trata de acontecimientos concretos, históricos, instaurados de manera transitoria, en la materialidad del discurso-, se puede rastrear en la propuesta de la dialéctica negativa de Adorno. Para este trabajo, se actualiza el aporte y la lectura crítica de Begoña González, en Odiseo o el sujeto libre. El concepto de identidad en Th. W. Adorno (s.f.).

    4. Extraído de una sesión de terapia narrativa, con la sigla se protege la identidad de la paciente.

    5. En Dar cuenta de sí mismo, Judith Butler expone la propuesta de un diálogo filosófico acerca de la práctica ética, pero afincado en las condiciones del contexto social y político desde las cuales emerge en tanto reflexión moral.

    6. Esta información surge de la observación y cierto modo, de la intuición; luego, cuando avanzaron los encuentros y se había conformado un vínculo de confianza, ellas me lo confirmaron: evitaban la presencia de hijos o esposo al momento de tener nuestros encuentros.

    7. Si bien ya he mencionado anteriormente en el artículo, el concepto de exterioridad discursiva, dado que lo torno operativo en el análisis considero adecuado comentar que, de acuerdo con mi propia lectura, en El orden del discurso, Foucault no expone de manera explícita y manifiesta, exactamente de qué habla cuando menciona la “exterioridad discursiva”; se puede inferir, sin embargo, siguiendo las “reglas” establecidas en esta obra en su propuesta de procedimientos para el análisis del discurso, que se refiere a las condiciones de producción de un determinado discurso. Desde mi apropiación, debo aclarar, que también considero condiciones de producción, otras discursividades (en tanto emergencias discursivas regulares que configuran lo social y lo distinguen de lo “natural”, por ejemplo), así como otros discursos particulares (concretamente, por ejemplo, el discurso sobre lo que le corresponde al género, pensando, para ejemplificar,  en una formulación desde la heteronormatividad hegemónica, de lo que determina lo femenino y lo masculino, los roles de acuerdo con esta propuesta dicotómica, y sus actuaciones concretas). Es decir, en un lenguaje más llano, los discursos particulares sobre qué me corresponde hacer y ser, siendo “mujer” y qué le corresponde hacer y ser a quién es “hombre”; qué atributos nos definen como tales; qué nos caracteriza y delimita como tales, diferenciándonos unas de otros. Estas formulaciones, no está más decir, tienen emplazamientos sociales, culturales, étnicos, históricos, etc., particulares que las significan con ciertas especificidades, desde condiciones de producción (para utilizar el mismo término en su otro sentido) también específicas.

    8. Utilizo los términos que usan las mujeres entrevistadas. No serán analizados en sus implicaciones conceptuales, ni puestos en discusión respecto de su validez o pertinencia en el marco de los relatos analizados. Claro está, están siendo analizados de acuerdo a su significatividad respecto del emplazamiento discursivo del género.

    9. Es necesario aclarar que Giorgio Agamben (2011) señala que el conjunto heterogéneo que conforma un dispositivo, abarca “cosas” que no son necesariamente discursivas; nombra instituciones, edificios, leyes o medidas policíacas, entre otros ejemplos. Sin generar una discusión que excede lo que estoy problematizando, realizo dos puntualizaciones: en este caso, en mi caso, estoy definiendo al relato como un dispositivo, lo que lleva a la segunda cuestión, la cual tiene que ver con mi posicionamiento frente al problema que analizo y el concepto de discurso que he asumido y al cual he referido ya en reiterados pasajes de este trabajo. Entonces, este posicionamiento me posibilita restituir los juegos de poder/saber que atraviesan y constituyen el género y su emplazamiento discursivo. 

    10. Hablando antes de la misoginia femenina… “brujas” cuando condenan a una mujer por no actualizar el rol “tradicional” de esposa, madre, ama de casa.

 

Bibliografía consultada

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Braidotti, Rosi (2004). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Barcelona: Gedisa.
Butler, Judith (2001). Mecanismos psíquicos del poder, teoría de la sujeción, Madrid: Ediciones Cátedra, Universidad de Valencia, Instituto de la mujer.
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Deleuze, Gilles (2014). El poder. Curso sobre Foucault, Tomo II, Buenos Aires: Cactus.
Feliu i Samuel-Lajeunesse, Joel (2007) “Nuevas formas literarias para las ciencias sociales: el caso de la autoetnografía”, en Athenea Digital.  Revista de Pensamiento e Investigación Social, número 12, (pp. 262-271). Disponible en versión electrónica: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=53701215 Última consulta: 10 de diciembre de 2023
Foucault, Michel (2016). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets Editores.
González, Begoña (s.f.). “Odiseo o el sujeto libre. El concepto de identidad en Th. W. Adorno”, Nómadas. Revista crítica de Ciencias Sociales y jurídicas, pp. 1-13, [en línea]. Disponible en: http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/adorno01.pdf  Última consulta: 10 de diciembre de 2023
Hinkelammert, Franz (2007). Hacia una crítica de la razón mítica. El laberinto de la  modernidad. Materiales para la discusión. San José: Arlekín
Sanahuja, Sonia (2020). Levantando la soberanía del significante: la instauración del género. Relatos biográficos y Análisis del discurso. Tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo: Pachuca, Hidalgo.
Saramago, José (2000) El evangelio según Jesucristo, Madrid: Alfaguara
Scott, Joan (1990). “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Nash y Amelang (eds.), Historia y Género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea. Valencia: Alfons el Magnanim, (pp. 23-56)

 
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