| Discurso, violencia, poder y género: narrativa, relatos biográficos y categorías emergentes | 
         
        
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          | Dra. Sonia Irene Sanahuja | 
         
        
          Universidad  Latina de América  | 
         
        
        
          sirene@unla.edu.mx   | 
         
        
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          Para citar este    artículo: Rev. Arg. Hum. Cienc. Soc. 2023 21(1). Disponible en    internet: 
                    http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v21_01.htm   | 
         
        
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          Resumen | 
         
        
          El objetivo de  este artículo es presentar de modo extremadamente sintético, las categorías  emergentes que surgieron de un trabajo de campo realizado en el marco de un  proceso de investigación doctoral sobre la condición del género. En términos  específicos, se trabajó desde una perspectiva cualitativa, asumiendo una  configuración epistémico-metodológica antiesencialista, emergente y situada,  desde la duplicidad teórico-operativa del análisis del discurso; así mismo, se  configuró una intersección interdisciplinar que articula filosofía del  lenguaje, teoría del género, conceptualizaciones acerca del poder y aportes de  la filosofía a la comprensión del género.  
Se  construyeron tres categorías, que agrupan a siete subcategorías emergentes,  desde la intervención del análisis del discurso, a partir de nueve relatos  biográficos de mujeres, seleccionadas en virtud de la diversidad de edades,  formación, condición socioeconómica, enclaves geográficos, etc. El trabajo  empírico presidió el diálogo con la configuración teórica, articulando la  potencia narrativa con conceptualizaciones de Judith Butler y Michel Foucault,  de modo central -aunque no exclusivo, ni excluyente-, cuyas propuestas son  abordadas de manera crítica.               | 
         
        
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          Abstract | 
         
        
          In extremely synthetic way, this  article intends to present the emerging categories as a result of a fieldwork  from a doctoral research process about the gender condition. In specific terms,  it had been worked from a qualitative perspective, assuming an anti-essentialist,  emerging and situated configuration. In the same way, it was worked from an  operational theoretical duplicity of the discourse analysis, in order to build  an interdisciplinary intersection, in which articulates language philosophy,  gender theory, power conceptualizations and contributions from the philosophy  to the understanding of gender.  
Three categories were built,  grouping seven emerging subcategories, from the intervention of discourse  analysis, based on nine biographical accounts of women, selected by virtue of  the diversity of age, education, socioeconomic status and geographic  conditions. The dialogue with the theoretical configuration, it was presided  over the empirical work, in order to articulating the narrative power with Michel  Foucault and Judith Butler conceptualizations, in a central way. However this articulation was sustained in a  critical appropriation.              | 
         
        
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          Introducción | 
         
        
        
          El objetivo de  este artículo es presentar de modo extremadamente sintético, las categorías  emergentes que surgieron de un trabajo de campo realizado en el marco de un  proceso de investigación sobre la condición del género (1). En términos  específicos, se trabajó desde una perspectiva cualitativa, asumiendo una  configuración epistémico-metodológica antiesencialista, emergente y situada,  desde la duplicidad teórico-operativa del análisis del discurso; así mismo, se  configuró una intersección interdisciplinar que articula filosofía del  lenguaje, teoría del género, conceptualizaciones acerca del poder y aportes de  la filosofía a la comprensión del género. 
                          Lo anteriormente señalado, parte del reconocimiento crítico de la hegemonía  persistente de abordajes de corte estadístico respecto de violencia y género, por  ejemplo, así como de la profusión actual de conceptualizaciones en torno a  ambas problemáticas. La perspectiva cualitativa, permite inquietar ambos  territorios: el de las cifras, a fin de restituir los significados que las  mismas tienden a ocultar tras el velo de la dominación del número y la forma en  que es producido, tanto como sus efectos  de realidad, por un lado; por el otro, contraponer el concepto al concepto,  a fin de generar productividad teórica, recuperando las propias actuaciones que  viven el género desde, con, atravesadas, e incluso constituidas, por dinámicas  diversas, muchas de las cuales se emplazan en diferentes formas de violencias  múltiples, que se instalan en la interioridad  así como en la exterioridad discursiva, develando su potencia en el significante que las encarna y emplazadas  en modalidades y operaciones de normalización o naturalización, lo que  diversifica sus posibilidades concretas y su persistencia.  
                          Puntualmente, se trata de intervenir las narrativas de los relatos  biográficos, desde las operaciones de análisis del discurso, en las que la  propuesta de Michel Foucault en El orden  del discurso (2016) se ubican en un lugar central, a fin de producir  categorías emergentes que puedan confrontarse con un entramado conceptual,  presidido por formulaciones de Judith Butler en torno al género, el lenguaje y  el sujeto, así como con los mecanismos fundantes de la subjetividad, desde esta  particular perspectiva.  
                        En este sentido, se parte de la consideración de la materialidad del  discurso en tanto acontecimiento y el lugar del Otro en la conformación de una  subjetividad desde la subordinación, con posibilidades de habilitación  subjetiva. Así como lo señala Foucault, se trata de disponer una inquietud “con  respecto a lo que es el discurso en su realidad material de cosa pronunciada o  escrita”, su existencia transitoria, su persistencia cotidiana, los peligros  que la misma encarna, para “sospechar la existencia de luchas, victorias,  heridas, dominaciones, servidumbres, a través de tantas palabras, en las que el  uso, desde hace tanto tiempo, ha reducido las asperezas” (2016: 13).  | 
         
        
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          1. Exorcizar la cifra, confrontar el concepto y recuperar la  experiencia en la narrativa de vida
            
              
                El trabajo  del pensamiento no es denunciar el mal que supuestamente habita en secreto en  todo lo que existe, sino presentir el peligro que amenaza en todo lo que es  habitual, y hacer problemático todo lo que es sólido.    
                    Michel Foucault 
                     
                 
               
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          La relevancia  del presente planteo, tiene que ver, entonces, con una controversial  convergencia de tres puntos, en una duplicidad tanto productiva como de  clausura, entendida, además, como lugar de partida desde la reflexión crítica:  un primer punto relativo al colapso del sentido en la cifra, en el marco del  enfoque estadístico; un segundo punto, ligado a la profusión de conceptos sobre  género y violencia vinculado estrecha y paradójicamente a la escasa producción  investigativa desde quienes viven su género, que pareciera revertir el  ejercicio de abstracción supuesto en todo proceso de conceptualización, tal  como lo plantea Hinkelammert (2) en términos de la ciencia “moderna” y,  finalmente, un tercer punto  concerniente  a la elisión consubstancial de ciertos abordajes, respecto de la naturaleza  contingente del género, en su vinculación con violencias que el discurso en su  discurrir cotidiano legitima por normalización. Entonces, desde este triple  vértice, este trabajo se orienta a componer un abordaje cualitativo  contrapuesto a la lógica reificada de las encuestas; aportar a una dialéctica  negativa (3) que permita inquietar el concepto, a fin de confrontarlo de manera  productiva y fundante con la experiencia y, desde esta confrontación producir  desde la empiria, categorías emergentes que den sustento a la producción conceptual. 
                        En este contexto, el relato biográfico, como andamiaje  epistémico-metodológico, permite que el decir sobre la experiencia del propio  género, se diga a sí mismo, evidencie sus exteriores y despliegue las  constrictivas selecciones que posibilita un régimen de verdad; el mismo,  actualmente puede estar siendo conmocionado, pero no subvertido ciertamente. Muchas  veces desde la propia enunciación de las mujeres se consolida la naturalización  de la propia subordinación, a partir de procesos de normalización y reproducción,  en tanto prolongación iterativa de aquello que se ha internalizado, o introyectado,  violencia incluida como tal, y paradójicamente excluida (no nombrada), como parte del dispositivo del lenguaje en  tanto “verdad enmascarada”.   | 
         
        
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          2. Acerca de la violencia, la subyugación y la instauración discursiva  
            del género
            La analista  pregunta: “¿Y tu esposo te golpeaba?”,  
              la mujer responde: “lo normal, pues…”  
              (G.  Morelia, mayo 2022) (4)             
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          Si se asume la  existencia de un temor a la gran cantidad de cosas dichas, a la proliferación  de enunciados, al incesante discurrir de las palabras, una especie de logofobia, como Foucault la nombra,  contra lo que hay allí en los discursos que circulan cotidianamente, de  violento, de discontinuo, de desorden y peligro, es quizás necesario analizar  la naturaleza de ese temor, tal como lo propone, para develar sus “condiciones,  su juego, y sus efectos”, desde tres “grupos de funciones”: replantear la  voluntad de verdad, restituir el carácter de acontecimiento y  borrar la soberanía del significante  (Foucault, 2016: 51). 
                          Desde esta propuesta, abordar el discurso de género, implica intervenir los  discursos desde una serie de operaciones que, relativamente ceñidas por los  requerimientos del orden metodológico, permita restituir aquello que el  significante desde la potencia de su soberanía, orilló a cierta exterioridad  discursiva. Es precisamente allí donde, de forma fronteriza, se hace posible,  lacerar el dominio de lo dicho, a fin de disponerlo en clave política. Emerge  así, potencialmente, una primera violencia, la de nombrar. Ontologización de la  cosa, del sujeto o de la experiencia, incluso del deseo, que permite vislumbrar  el proceso desde su condición de producto, acontecimiento, instauración.  
                          Gilles Deleuze (2014) en su análisis del poder, que, de acuerdo a su perspectiva, constituye el segundo eje  (el primero es el saber) del  pensamiento de Foucault, señala que “la violencia expresa la relación de una  fuerza con una cosa, un objeto, un ser” (Ibid.: 49), y en este sentido la ubica  fuera de lo que constituye el poder en tanto relación de fuerzas. De allí, instalándolos como diferentes al  poder y a la  violencia, Deleuze prosigue  desandando este pensamiento, indicando que, al parecer, podría ser una cuestión  de forma o quizás de medios-para-un-fin o incluso, como él lo nombra, de modalidad;  entonces, el poder actúa a través de la violencia, la ideología o la represión.  Y se exhibe aquí, el planteo original de Foucault cuando lo que se señala como  significativo es, en realidad, la certeza del que el poder “se las arregla muy  bien sin ser represivo”; se despliega en todo su esplendor entonces, la  prolífica operación que se consolida mientras se niega a sí misma desde su  propio dispositivo cotidiano: la normalización.  
             Ahora bien, en la medida en que se aborda en articulación con esta  configuración conceptual, la narrativa en tanto relato sobre uno mismo, relato  de sí mismo, resulta esclarecedor retomar a Judith Butler, desde una veta  particularmente filosófica (5). Cito:  
            
              
                Siempre damos cuenta de nosotros mismos a otro, sea  inventado o existente, y ese otro establece la escena de interpelación como una  relación ética más primaria que un esfuerzo reflexivo por dar cuenta de sí. Por  otra parte, los propios términos que utilizamos para dar cuenta, y de los que  nos valemos para volvernos inteligibles para nosotros mismos y para los otros,  no son obra nuestra. Tienen un carácter social y establecen normas sociales, un  ámbito de falta de libertad y de posibilidad de sustitución dentro del cual se  cuentan nuestras historias “singulares”. (Butler, 2012: 35) 
                 
               
            De allí que la autora, ahora encaramada en una perspectiva psicoanalítica,  señala lo que de imposible ofrece el inconsciente a la recuperación en una  narrativa total de quienes somos, dado que el “cuerpo singular al que refiere  el relato no puede ser capturado en una narración total”, puntualmente por dos  razones: por la “historia formativa” que se torna irrecuperable en términos  reflexivos y, en segundo lugar, por la “opacidad ineludible” a la propia  comprensión de uno mismo. Butler señala, entonces, los límites que impone el  inconsciente a la concreción de una reconstrucción de la narrativa de una vida.  Sin embargo, como lo muestra el empeño desde las operaciones con las que se  puede intervenir un cuerpo narrativo, es posible desde una mirada analítica enfocada  en las regularidades que producen regularidades discursivas, tomar esta cierta imposibilidad como un dato primario  y empírico que, como un síntoma, indica lo que se trabaja como régimen de  verdad. 
                          De allí deriva, paradójicamente quizás, la posibilidad de reinstalar desde  el análisis del discurso en tanto discursividad  sobre otra discursividad, las exclusiones que permiten la ontologización incesante del  significante, la potencia de su soberbia, la significación de las exclusiones  que encarna. Entonces, focalizar las violencias múltiples que el nombrar  implica (quién soy, por ejemplo, qué hago, o aquello que me define para  mí mismo desde el otro y para el otro, para esta propia opacidad acerca de mi  vida), es un modo de acceso a la instauración de violencias originarias que  marcan el género, ontologizando su  ontología detenida, sólo transitoriamente, en lo proferido.  
             Lo que se viene  afirmando, conduce a la reflexión sobre las instancias del lenguaje que  permiten acceder a la naturalización-normalización desde lo que el discurso  sobre la vida propia emplaza, lo que este discurso tolera en sus propios  límites y lo que el régimen de verdad, expulsa por fuera de él y que, desde el  análisis, es posible ubicarlo como una exterioridad en virtud de la interioridad  de los enunciados y sus potenciales efectos de performatividad siempre en proceso, pasible de detención sólo en  términos de análisis.  
             En Mecanismos  psíquicos del poder, Butler (2001) despliega una densa problematización del  sujeto y la sujeción, trabajando con formulaciones propias de Foucault que  analizan el poder como aquello que forma al sujeto, y señala:  
            
              
                ¿Cómo es posible  que el sujeto sea un tipo de ser al que se puede explotar, el cual, en virtud  de su propia formación, es vulnerable a la subyugación? Obligado a buscar el  reconocimiento de su propia existencia en categorías, términos y nombres que no  ha creado, el sujeto busca los signos de su existencia fuera de sí, en un  discurso que es al mismo tiempo dominante e indiferente. Las categorías  sociales conllevan simultáneamente subordinación y existencia. En otras  palabras, dentro del sometimiento el precio de la existencia es la subordinación  (Butler, 2001: 32). 
                 
               
            Esta productiva cita pareciera responder interrogantes  centrales acerca de la persistencia en vínculos que subyugan y someten, pero  que paradójicamente pueden ser, y son, habilitantes. El estar en sujeción  estaría explotando el deseo por la existencia, la cual puede ser una existencia  que no es la que se quiere, pero que se presenta a la sombra de ciertas  elecciones imposibles, en términos del poder que encarna el discurso y sus  formas institucionalizadas, bajo modalidades persistentes de violencias diversas,  algunas nombradas, instaladas en el discurso sobre la propia vida, y otras  negadas, es decir, (no) nombradas desde una cierta ausencia que delata su  potencial presencia, una huella de lo que pudiera decirse y no se dice, en  virtud de un régimen de verdad que preside la narrativa sobre la experiencia, y  en razón de la necesidad de persistir, aun en subordinación.  
                        Ahora bien, por otro lado, ya para cerrar este punto y  retomando lo referido a normalización/naturalización, la potencia de ambas se  mide por la eficacia simbólica que las define como tales, por su carácter  natural incuestionable. Es decir, si existe una inquietud por negar o expulsar,  es porque esa naturalización no tiene una sutura total: existe también un  exceso que es la marca de aquello que se resiste a perecer o que pereciendo  muestra que ha vivido. Aun cuando es nombrado sin nombre, porque al ser  pronunciado deja una marca efímera e indeleble a un mismo tiempo, puesto que lo  que es fugaz, no es anulado por la fugacidad, sino condenado a haber sido o ser en virtud de la misma fugacidad que evoca su efímera presencia.              | 
         
        
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          3. Las categorías emergentes: por una dinámica empírica y  situada             | 
         
        
          Las categorías  emergentes que presento a continuación, constituyen los hallazgos a los que me condujo mi trabajo en una investigación  sobre la condición del género, realizado entre los años 2017 y 2019. Se  efectuaron más de cincuenta encuentros con nueve mujeres, en el marco de un  abordaje cualitativo; los mismos se llevaron a cabo durante más de dos años,  asumiendo la modalidad de relato biográfico. En este sentido, el andamiaje epistémico-metodológico,  y su diálogo con la propuesta teórica, estaba orientado a una intervención  mínima de parte de la investigadora y una pretensión de máxima libertad en la  profusión discursiva de quienes colaboraron con este trabajo. Ellas eligieron  cuándo y dónde realizar los encuentros. Sólo dos de las nueve mujeres  entrevistadas, pidieron que fuera en sus casas; el resto, generalmente para  evitar la presencia de sus parejas o hijos (6), prefirieron hacerlo en sus  lugares de trabajo, durante el tiempo de descanso, en cafés, o bien quisieron  acercarse a mi propia casa. Los más extensos duraron algo más de tres horas y  los más breves, alcanzaron la hora. 
                        Como señala Feliu, “la importancia que adquieren las narraciones, dado que  el conocimiento se encuentra entrelazado con la vidas concretas y las  experiencias personales” (2007: 267), tiene que ver, en este caso y en gran  parte con que  ellas hablen, prácticamente  sin guiones, partiendo de un encuadre mínimo y con interrupciones sólo para  hacer avanzar la narración, profundizar o detener el fluir del discurso y así  poder considerarlo y reconsiderarlo, armarlo y desarmarlo, hilvanando sus  múltiples bifurcaciones, proliferaciones diversas de significados no  encapsulados, que soportan y simultáneamente generan, contradicciones  fundantes, tensiones originarias, multiplicidades insuperables para cualquier  condena sintética. Aun a resguardo de estas consideraciones de corte  epistemológico, en la compleja intersección entre lo dicho y lo escuchado, se  construyeron las siguientes categorías y subcategorías, en diálogo permanente  con el encuadre teórico del trabajo. En primer lugar, las mismas se condensan  en un cuadro; a continuación del mismo se despliegan aspectos mínimos de cada  una, en el entendido de las limitaciones a la extensión fijadas por el presente  artículo. Inserto un cuadro que presenta las categorías y subcategorías  emergentes a fin de presentarlas de manera más gráfica: 
            
              
                CATEGORÍAS EMERGENTES  | 
               
              
                1. Sincretismo discursivo  | 
                2. Vínculos melancólicos y apasionados: conjuros de la propia extinción  | 
                3. Inter y transgeneracional: la potencia performativa engenerizante y    algunos desplazamientos  | 
               
              
                Sucategorías  | 
                Subcategorías  | 
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                1.1 Equidad, igualdad y emboscadas discursivas  | 
                2.1. Persiguiendo la propia disolución: persistencia en    el vínculo  | 
                Sin subcategorías  | 
               
              
                1.2 Matrices religiosas y naturales  | 
                2.2. Vidas satelitales: los otros en la vida propia  | 
                   | 
               
              
                1.3. Mi gasto amalgama identitaria  | 
                2.3. La forma de ciertas violencias múltiples y algunos    fragmentos misóginos  | 
                   | 
               
              
                1.4 Pedagogización del vínculo: quod natura non dat…  | 
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          3.1 Sincretismo discursivo | 
         
        
          Desde las formulaciones foucaultianas y con la idea de  rehuir al trabajo anclado en la superficie discursiva tomándola como una  manifestación de ciertos pensamientos o ideas, se abordarán en este punto los  sincretismos que actualizan la exterioridad discursiva (7), en tanto  condiciones de posibilidad del discurso mismo; se analizan, entonces, los  relatos por remisión no a las regularidades discursivas en tanto tales, sino  las regularidades que desde un cierto exterior, dan lugar a determinada  emergencia discursiva, en la cual se disponen diversos acontecimientos en  series aleatorias, en términos del autor.  
            
              Equidad, igualdad y emboscadas discursivas 
                           
                            El primer nudo de  sentido tiene que ver con las significaciones que desde los relatos se  despliegan, significando, precisamente, posiciones en la vida o actitudes en la  experiencia cotidiana, que serían estructurantes de la ubicación de quien  enuncia dentro de los marcos de cierta “equidad” o “igualdad” (8) entre hombres  y mujeres. La configuración de sentido que evidencia un cierto juego de  yuxtaposiciones, emerge del relato de Mariela de esta forma, cuando comenta que  su matrimonio está basado en la equidad, en la distribución igualitaria de  tareas respecto de la crianza de los hijos y en el involucramiento de ambos  frente a las responsabilidades derivadas de su familia:              
            
              
                […] o sea  porque Juan Carlos, definitivamente no es de los que… a pesar de que está en un  ambiente, en un trabajo que se presta mucho a que se vayan a comidas, lleguen  tomados, él no… o sea, cuando entró a trabajar lo intentaron llevar mucho a  comidas, pero sí, yo le puse como un alto y le dije “a ver, aquí tienes que  llegar y ver a tus hijos, bañarlos, no puedes estarte yendo a tus comidas  cada…, tres veces a la semana…” entonces, sí, la verdad, sí respeta mucho ese  aspecto (Mariela, entrevista: 31 de mayo 2018). 
                 
               
            Entonces, la  enunciación desde la equidad-igualdad en la que emplaza las experiencias  cotidianas, se tiende una emboscada discursiva, instaurando un sentido  particular emergente de la yuxtaposición de la configuración de sentido acerca  de la equidad-igualdad y, simultáneamente, la de su negación: puesto que no la  hay, es necesario emplazarla discursivamente, convertirla en norma de vida  cotidiana, a fin de que se sustente vía la legitimación implicada en su  instauración. 
                          El enunciado  evidencia yuxtaposición del emplazamiento de la equidad-igualdad, con el de su  ausencia, que entonces se convierte en condición de posibilidad de la  instauración de su presencia y el despliegue de prácticas significadas desde  esa instauración, precisamente. Pero no debe pasarse por alto la potencia  significativa del fragmento, que desde el punto final del enunciado y  retrospectivamente, exhibe las condiciones de su significación: “sí respeta  mucho” es la culminación de la evidencia del orden discursivo que se instala a  fin de instaurar la matriz significante de equidad-igualdad, que no es sólo  apariencia de presencia en la ausencia, sino también pretensión legitimante.  Ausencia que posibilita, paradójicamente, su presencia en el relato.   | 
         
        
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            3.1.1 Matrices religiosas
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          Señalé la identificación de un segundo nudo significante.  Éste estaría determinado por las regularidades de ocurrencia discursiva,  configuradas por matrices de sentido que anclan en un cierto orden religioso,  en algunos casos; en otros, en la naturaleza  misma del género, en el cual las mujeres (que lo mencionan así en su  narrativa, claro está) se presentan como las que han sido creadas para ayudar el esposo-pareja-hombre, o bien desde  la naturalización del rol de guías para encaminarlos en la vida a fin de evitar que se descarrilen. De allí que, de este segundo anudamiento, emerge la  concepción de ser mujer vinculada  existencialmente a la figura o performance de una ayudante necesaria para que el hombre no se vaya por la mala senda.  Paso a ejemplificar, no sin antes aclarar que el lugar de ayudante o guía presenta una duplicidad significativa, un repliegue del poder: existe una cierta voluntad de sometimiento del otro que consolida a quien ayuda en una posición  de poder que, a su vez, y paradójicamente, la convierte en subalterna de aquel que (supuestamente) es ayudado. Así lo  comenta Lulú: “[…] mi esposo igual… al esposo lo hacemos nosotras, mi esposo  cuando entró a trabajar a la refinería quería agarrar el vicio”. Y más  adelante, se explaya:  
            
              
                Porque yo veo que, si, si… como quisiera darte a entender: sí reacciona, sí  hace las cosas bien, pero a veces veo como que no da una. Entons, a fuercitas tengo que entrarle yo. Ahí no está mal, porque  cuando Dios creó a la mujer, dijo ´hagámosle  una compañía al hombre, como ayudante, nosotras éramos ayudantes del hombre´, porque  Dios sabía que el hombre no podía solo, por eso nos hizo (Lulú, entrevista: 16  de agosto de 2017). 
               
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            3.1.2 Mi gasto: amalgama identitaria
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          De modo significativo, una de las mujeres que ofrecieron dispusieron su  narrativa para este trabajo, el día que me presento y le digo si le parece bien  hablar sobre su vida: infancia, adolescencia, matrimonio, hijos, lo cotidiano,  ella me responde lo siguiente: no hablaré  mal de mi esposo, porque al menos me da “mi gasto”. Nunca se lo planteé,  pero hay una presunción, algo implícito que se asume y por lo tanto se enuncia  tal como lo cito. 
             De allí que, podemos analizar  que la unidad “mi” alude al “yo” que enuncia, desde la combinación presente;  desde las ausencias, su semiosis se diversifica, se amplifica, deja de tener  relación con las limitaciones de una gramaticalidad formal, se desplaza por  fuera del enunciado, desde el cual se extiende hacia otros emplazamientos  semánticos. El adjetivo posesivo, así, abarca en su profusión de significados  la economía doméstica en general: mi gasto  es el gasto que implican las hijas y los hijos, la alimentación, el hogar y su  mantenimiento, la vida diaria en una “unidad doméstica”, también ciertos gastos  del esposo. Y esto, considero, es una operación discursiva política y  sincrética, fundante de un juego de identidad que clasifica a la mujer de  manera conjunta y natural con los hijos e hijas y con una economía hogareña en  su totalidad, en una especie de fusión identitaria naturalizada; operación  discursiva que amalgama identidades diversas, ejerciendo una economía  enunciativa que, desandada, deconstruida, permite reinstalar relaciones  paradigmáticas naturalizadas en la escisión selectiva de un sintagma que, desde  siempre y de modo iterativo, es siempre más que eso. Establece así, una  voluntad de verdad que conjuga los sentidos de ser en conjunción/yuxtaposición  con otras y otros, y un entorno experiencial encapsulado en esta soberanía del  significante.  | 
         
        
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                  3.1.3
              Pedagogización del vínculo: quod natura non dat…               
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          Vinculada lógicamente a operaciones en el orden del  sincretismo discursivo, la pedagogización del vínculo exhibe en el relato y en  la experiencia en él instaurada significativamente, la eficacia simbólica de  una introyección que no deja de necesitar cierta expresión sintomática en el  lenguaje para ser lo que es: puesto que para eso estamos, la tarea de  "educar" a la pareja, es una práctica discriminada de esa misión  orientadora general y de ayuda que le es inherente a la mujer dentro del  vínculo de pareja, al menos en las narrativas aquí intervenidas. Voluntad  formativa incuestionada, inviste a la experiencia conyugal de una naturaleza  pedagógica que evidencia un posicionamiento simultáneo de sumisión y poder, de  dependencia y señorío, de subalternidad y hegemonía. 
                          Las diversas y  variadas posiciones de las mujeres en relación con esta especie de dispositivo  pedagogizante, se mueven en un espacio de coordenadas de poderes igualmente  diversas y variadas. Por un lado, la posición de quien enseña se erige desde un  lugar de poder, que discursivamente se instaura desde el reconocimiento de un saber natural que inviste a la figura de  la mujer y que debe extenderse al otro, configurar al otro, definirlo desde  reglas, normas e instrucciones; por otro lado, subordina, precisamente porque  el dispositivo pedagogizante se funda en cierta idea naturalizada de ser la  ayudante, la guía dispuesta a incluir dentro de las performances cotidianas  donde se tejen los hilos de su subjetividad generizada, un hacer que le es obsequiado por el engenerizamiento que supone la performatividad del género y que la  subordina a una tarea en la que debe persistir, para seguir siendo quien se es. Puesto que esto de enseñar al otro a estar y ser, en tanto  mujer, me es dado por naturaleza, quedo atrapada de manera indefinida en estas  disposiciones naturales que deben ser expuestas, expresadas, configuradas para  una dinámica de enseñanza interminable e intermitente que en cierto modo me  apresa dentro de un vínculo hecho de lo que ya  traigo de origen por ser mujer, y aquello de lo que el otro carece por ser hombre, y que debe, infructuosamente,  accidentadamente, ser aprendido, convertirse en un saber que, puesto que no  forma parte de un bagaje natural, no se trae de origen, demanda por lo tanto,  un esfuerzo pedagogizante continuo, persistente. Pero, además, emergente de  manera reiterada frente a situaciones novedosas que deben ser encorsetadas en  normas prácticas para la vida cotidiana, es decir que deben normalizarse y, por  consiguiente, que me normalizan en mi disposición pedagógica, naturalizando sus  diversas morfologías y ocurrencias. En este sentido, cuando Butler a propósito  de la necesidad de normas que “permitan la vida” y de la posibilidad,  simultáneamente, de poder tener con estas normas, una distancia crítica que no  inhiba la posibilidad de actuación de los sujetos, señala que siendo alguien  que no puede “ser sin hacer, entonces las condiciones de mi  hacer, son en parte, las condiciones de mi existencia” (2006: 16).   
             
            Condenadas en  cierta forma, a un hacer pedagógico, las mujeres hacen de este hacer las  condiciones de su propio ser, de su propia existencia. Y prosigue la autora:  “Si mi hacer depende de qué se me hace o, más bien, de lo modos en que yo soy  hecho por esas normas, entonces la posibilidad de mi persistencia como ´yo´  depende de la capacidad de mi ser de hacer algo con lo que se hace conmigo”. Y  en esto una no está imbuida de un poder sin límites, aunque tampoco permanece  bajo el peso de una condena absoluta e ilimitada.   | 
         
        
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          3.2 Vínculos melancólicos y  apasionados: conjuros de la propia extinción | 
         
        
          
            
              Por tanto,  una podría decir, de manera reflexiva y con cierto sentido de humildad, que en  el comienzo soy mi relación contigo,  ambiguamente interpelada e interpelante, entregada a un “tú” sin el cual no  puedo ser y del cual dependo para sobrevivir.  
                Judith Butler 
             
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          Con esta categoría intervengo fragmentos de relatos donde  se explicita una orientación de la vida propia en relación con el otro  (pareja/hijas-os). En este sentido, abordaré pasajes que exponen en discursos  sobrepuestos, irregulares, fragmentarios, los devenires de la subjetividad  siempre en proceso, ante una multiplicidad de interpelaciones emergentes de  vínculos actuales o pasados, que la exponen a cumplir expectativas o  necesidades ajenas, provenientes ya sea de la pareja, en caso de haberla, o de  hijas e hijos.   | 
         
        
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            3.2.1  Persiguiendo la propia disolución: persistencia en el vínculo
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          La  persistencia en vínculos que subordinan, des-poseen e imponen distintas relaciones de sometimiento, emerge de los relatos con  emplazamientos diversos, de acuerdo a condiciones de enunciación también  diversas, en virtud de experiencias significadas de manera particular y  variada. Frente a esta dispersión y desde ella, existen anudamientos de sentido  cuya regularidad preanuncia otras regularidades en matrices de sentido  relativamente estables. Estas matrices son las que reenvían a un orden  socio-simbólico, constituido por la conexión de la materialidad del discurso  con el entorno al cual significa, claro está, material también, atravesado por  relaciones de poder y constituido desde éstas, por éstas, y contra éstas  también, como veremos más adelante y como ha sido señalado en relación con los  procesos de subjetivación que anidan en un discurso pre-existente, del que son  efecto, pero también condición. En este sentido, en diálogo con lo que ya ha  sido expuesto, en particular aquello que anteriormente he señalado respecto de  lo que afirma Joan Scott, cuando asume que el lugar de las mujeres en la vida  social es producto de lo que hacen, pero indirectamente, puesto que lo que  hacen debe pasarse por el tamiz del significado que sus interacciones sociales  concretas imprimen a las prácticas y actividades de su hacer (1996: 44). Y como  ya ha sido referido también, la autora dispone su posicionamiento en la  historia como lugar epistemológico y como perspectiva en la producción de  conocimiento acerca de la categoría género. Recupero aquí, articulando  conceptualización y empiria, aquello que Scott señala respecto de la  posibilidad de desarrollar procesos de comprensión de la “naturaleza recíproca  del género y la sociedad, y de las formas particulares y contextualmente  específicas en que la política construye el género y el género construye a la  política” (Scott,1990: 44).   | 
         
        
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            3.2.2 Vidas satelitales: los otros en  la vida propia
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          Así en el relato de Mariela:  
            
              
                Sí, sí, a pesar de que yo estudio y que también tengo mi vida por así  decirlo, sí, sí es mucho el rol de que tú te vas a trabajar, cuando llegues ya  está la comida, incluso la vez pasada ve que le comenté que fue muy difícil para  mí ese cambio de cuando él entró a trabajar y de que yo llegaba y ya tenía que  tener la comida lista, los niños ya con tarea, o, cosas así, sí, sí fue difícil  (Mariela, entrevista 31 de mayo de 2018). 
               
                         Es posible  identificar una cierta pretensión de autonomía en el enunciado “también tengo  mi vida”, una autonomía traicionada por la constatación de los vínculos  construidos (los cuales pueden ser significados como resultado de la autonomía  ahora aprehensible desde la melancolía o desde lo que se desvanece  intermitentemente), desde los cuales existen otras interpelaciones emergentes  de la existencia de hijos y pareja. El “cambio difícil” evidencia un desvío, un  desplazamiento de cierta voluntad que en principio estaba puesta, en la  materialidad discursiva, en una misma y que ahora debe dirigirse al otro. Lo  que el discurso arroja fuera, una verdad que no puede ser dicha, siguiendo a  Foucault, quizás tiene que ver con el orden del deseo: eso que deseo,  permanecer en el vínculo, me obliga a postergar eso otro que deseo, haciéndolo  difícil, si no imposible. 
                          Esta postergación  podría tener que ver con la introyección de cierto mandato discursivo,  componente de la potencia de una interpelación constitutiva, en el que lo que  está implícito es lo que soporta el sentido de lo dicho: “yo también tengo una  vida”, frente a la cual se erige la vida de los demás que serán los  interpelantes de esta subjetividad nunca clausurada, abierta y ahora herida.  Una sentencia muda (no por ello menos efectiva) que coloca a Mariela en hacer  lo necesario para mantener lo que alguna vez fue deseado y cuya existencia  aniquila el deseo, por definición, al tiempo que se constituye en un haz de  nuevas interpelaciones, frente a las cuales la “vida que tengo” comienza a ser  ajena en cierto modo, y decididamente postergada, porque el trabajo de la  pareja no deja habitable esa otra vida, desde la que debe deslizarse para poder  ser instalada en el lugar del deseo ajeno. Y allí reconocida. 
             Sin embargo, lo que  afirmo en el párrafo anterior, no implica una postergación que sea en adelante  negación o pérdida, puesto que el deseo del otro, interpelante en su  performatividad, vuelve a ser habilitador, igual que la interpelación que  constituye el “yo” originalmente. Es que el deseo del otro interpelante, es  parte del deseo de quien ha sido interpelada, frente al cual la posibilidad de  su subjetividad, aún en sumisión (o en postergación indefinida), alberga las  posibilidades de de-sumisión. Al quedar habilitada, aún en respuesta al deseo  ajeno que ha sido parte del deseo propio (marcado seguramente por la eficacia  de los mandatos discursivos emplazados en el orden social), no se aniquila la  posibilidad de otro desplazamiento.   | 
         
        
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            3.2.3 Las  formas de ciertas violencias múltiples y algunos fragmentos misóginos 
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          Desde  esta categoría, se analizarán diversas formas de violencia que impactan en los  procesos de subjetivación vinculados al género como efecto performativo con  instauración discursiva. Así mismo, se incluirán las formas de violencia  inscriptas en el discurso, con las cuales las mujeres que colaboran con este  trabajo, impactan en la subjetividad generizada de otras mujeres, generando un  emplazamiento particular respecto de las valoraciones y percepciones sobre sus  experiencias que las coloca dentro de normas de género socialmente aceptadas (o  no) y actuadas (o no). Un fragmento lo exhibe, en la respuesta de Lulú sobre el  significado de una palabra que ella usó con frecuencia al hablar de otras  mujeres:  
            
              
                “[…] que se  les resbalan a los hombres. Tenía una conocida en la misma calle donde  vivíamos, andaba con uno y con otro y con otro, y este… y todos pues se  burlaban de ella, y yo le decía “ay, pero cómo te gusta andar así con ellos”,  “ay, a ti te da envidia porque no andas con nadie”, “ah, pues si yo quisiera  anduviera igual que tú”. A eso me refiero, resbalosas de que andan con uno y  con otro, con muchos hombres pues. Y se quemaba la chamaca. Y yo la veía y le  decía que no escuchaba cómo se expresaban de ella, y que se enoja, entonces  siempre nos mantuvimos… mis hermanas igual (Lulú, entrevista: 16 de agosto de  2017).  
               
                         Significativamente, nuevamente desde el arco temporal  de la diferencia de edades -el que distancia a Mariela de Lulú en más de cuatro  décadas-, en el cual las discursividades sobre el género no se han mantenido  inmutables, también Mariela habla de “las resbalosas” cuando me comenta que le  advierte a su pareja acerca de ciertas mujeres: “[…] o sea, nada más es…  cuidado, tener cuidado de que a ver ella está de resbalosa, ´oye, ¿sabes qué?,  no me gusta´ y sí, no me gusta”.  Cabe  aquí volver a la aguda reflexión de Saramago sobre la lengua y los hombres que  la inventaron, pero en sentido inverso: así como este autor desde la literatura  señala que no había femenino de “piadoso”, ni de “justo”, dado lo cual no podía  describirse a María en los mismos términos que a José y exculpándola,  puntualiza, vuelvo a citarlo, “la culpa es de la lengua que habla, si  no de los hombres que la inventaron, pues en ella las palabras justo y piadoso,  simplemente, no tienen femenino” (2001: 31). Para el caso que nos  ocupa, aunque existe el masculino de “resbalosa”, no se aplica al hombre, si no  por la lengua que hablamos, sí por los discursos que habitamos.  
             En el fragmento que acabo de citar, Mariela construye  la figura de la “resbalosa” en una operación en la cual la mujer activamente  busca al hombre, en este caso a su esposo, en tanto a éste lo inviste de cierta  “pasividad cuidadosa”: él debe tener cuidado de estas mujeres que se le  “resbalan” para no caer en la infidelidad, que es el tema acerca del cual  Mariela está hablando. Es Mariela también quien condena la infidelidad de la  mujer con mayor encono que la del hombre, puesto que es dado a la mujer el  deber de pensar en los hijos y la familia, mientras que el hombre tiende a  ejercerla de modo más “natural”, orientando la preocupación sólo a no ser  puesto en evidencia. Así lo dice proyectando el sentido desde el juego de  ponerse en el rol: “[…] a ver, si yo le pongo el cuerno va de por medio mi  familia, y los hombres son más de ´ay sí nunca se va a enterar´ […]”  (entrevista 22 de septiembre de 2018). Entonces, bajo la apariencia de una  particularización personalizada (“si yo le pongo el cuerno…”, la generalización  no dicha deja improntas claras y la inferencia generalizante bien podría ser  “la mujer que engaña o es infiel, no cuida a su familia”, en tanto en el caso  del hombre, lo que se juega es no ser puesto en evidencia, no hay en el hombre  una preocupación “natural” por la familia o los hijos, sino más bien por la  conservación de una apariencia de fidelidad, una preocupación por el  ocultamiento, al menos, ante la mujer con la cual se mantiene un vínculo de  pareja más o menos estable. Al enunciarlo en positivo (“si soy infiel, va de  por medio mi familia”) aparece también la sanción negativa: ella, la infiel, no cuida a su familia;  esta implicación no aparece en el caso del hombre que es infiel, no está en la  generalización negada discursivamente, pero propuesta y dispuesta por  particularización, con la cual Mariela emplaza de manera diferencial y  naturalizada las posiciones del hombre y la mujer “de familia” ante la  infidelidad.  
             Desde lo dicho, entonces, la mujer madre, si es  infiel, expone a su familia, no la cuida, no la preserva: núcleo denso y  complejo de unas misoginias mutantes, que al tiempo que devela un  posicionamiento “natural” para la mujer, añadiéndole una responsabilidad  extensiva a la familia, connatural de ser mujer y madre, marca con el eufemismo  de una responsabilidad no dicha, ni nombrada, la posición ante la infidelidad  del hombre que es padre. Y estas afirmaciones son, simultáneamente, productivas  por lo que “permiten” (sentir, pensar, desear, hacer) y restrictivas, por lo  que, si no prohíben de manera taxativa, sí sancionan de un modo tan efectivo  como solapado, modo que es consubstancial de las naturalizaciones bajo cuyo  yugo discursivo se clasifica, se categoriza, se califica, se distingue o se  equipara, se junta o se separa.    | 
         
        
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          3.3 Inter y transgeneracional: la potencia performativa engenerizante y algunos desplazamientos | 
         
        
          
            
               
                […] si las mujeres dejan de estar confinadas en el eterno  “otro” –y, al igual que otras minorías, ganan el derecho a hablar, a teorizar,  a votar, a concurrir a la universidad-, entonces es sólo una cuestión de tiempo  desterrar la vieja imagen de la Mujer, que se creó sin consultar la experiencia  de las mujeres de la vida real, y reemplazarla por una más adecuada. 
                      Rosi  Braidotti 
                 
               
             
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          En el intento  de continuar desandando el discurso y atravesando el relato a contrapelo de su  apariencia para intentar identificar las condiciones personales, sociales,  culturales, sexuales, incluso geográficas o históricas que se articulan para  dar cierta forma discursiva a este orden que instaura los sentidos de lo que  somos y no somos, de quiénes somos y quiénes no somos, de lo que es y de lo que no es, también de los contextos cuya “exterioridad” se ve traicionada en sus  deixis textuales, se procura restaurar en estos apacibles o escabrosos,  sencillos o complejos juegos de palabras, esas composiciones de sentido que  ponen en evidencia las significatividades instauradas a nivel del relato,  encaramadas, precisamente, en articulaciones que pretenden naturalizar un orden  del ser y hacer, denunciando  simultáneamente en la misma pretensión, el artificio, su carácter político, su  naturaleza de dispositivo. Y retomo, en este sentido, lo que ya he introducido  desde la lectura de Agamben (2011: 150) respecto de lo que Foucault considera  como un dispositivo, es decir estrategias de relaciones de fuerza que sostienen  tipos de saber y en los cuales ellas mismas se sostienen; el dispositivo  siempre se inscribe, siguiendo a ambos autores, en juegos de poder/saber que  podemos también situar entre lo dicho y lo no dicho (9). 
                          Desde estas condiciones, en este punto abordaré los desplazamientos que son  consubstanciales de la iterabilidad propia de la performance y la  performatividad del género. Y hago esta distinción  (performance/performatividad), la cual actualizo desde Butler, puesto que,  tanto desde una dimensión analítica, como desde una experiencial, es diferente  el género que se actúa, de los efectos que genera la actuación reiterada del  género y a partir de los cuales se constituye su performatividad, dado lo cual  son, en algún punto, inescindibles, pero, repito, diferentes. Así mismo, traigo  nuevamente a estas líneas la idea de que las reiteraciones siempre incurren en  desplazamientos, precarios o no, transitorios o permanentes para cierto arco de  tiempo, contingentes y significativos en su existencia como tales. Así en el  relato, Paty, cuando problematiza lo que ella misma menciona como roles  aprendidos: 
            
              
                Sí. Sí, claro. Porque si yo me veo como, como  autosuficiente, como empoderada, este… pues entonces, ay no, como si no  mereciera que me quisieran. Y pues sí es un rol aprendido porque también es la  escuela que tuvimos, ¿no? Desde mi abuela, mis tías, mi mamá, pues las mujeres  tienen que ser vulnerables, las mujeres no pueden ser este… pues más… no pueden  ganar más que un hombre, no pueden ser independientes, porque siempre necesitan  un hombre. Y hasta la fecha lo veo con mis primas, ¿no? (Paty, entrevista 10 de  enero 2019). 
               
             
            Y continúa señalando algo que ya ha sido citado anteriormente, razón por la  cual sólo voy a parafrasear: Paty dice haber “roto las cadenitas”, haber hecho  a un lado o dejado atrás, la escuelita que traían su madre y sus tías, a las  que llama “brujas” (10), y que esto lo habla con su actual pareja, concluyendo  que ambos creen estar “unos pasitos más adelante” en ese sentido. Situarse  “unos pasitos más adelante” es justamente, dar cuenta del desplazamiento del  que vengo hablando. Y este desplazamiento no es homogéneo ni coherente en sí  mismo –como puede verse en el resto del análisis, está hecho de accidentes,  quiebres y emboscadas discursivas también-, no es el final de un recorrido, ni  una locación última, ni definitiva; es un movimiento que posiciona a quien enuncia  en un lugar otro, de aquel que el género prescribe desde los discursos que  preceden y configuran, contingentemente, la experiencia propia. Propone, a sí  mismo, un fuera de foco que torna el lugar de esta mujer borroso, cuando  menciona que ella no está para atender a su esposo, porque “un hombre de su  edad haría muy mal si no sabe prepararse su propio desayuno”, dándole de este  modo una definición distintiva al lugar de su pareja, en este emplazamiento  discursivo. Evidencia, entonces, un corrimiento dentro del espacio y el poder engenerizante del género en su performatividad,  que parte de la configuración de un rol, llamémosle transitoria y  precariamente, “tradicional” de las mujeres, con diversidad de experiencias y  sentidos, claro está, para introducir el zarpazo discursivo en la figura del  hombre, trastocada ahora y expuesta desde la carencia de “saberes”. Y, como un  efecto boomerang, la definición del  otro desplaza la aparente quietud de la definición propia, mostrando la  política cotidiana del nombrar, marcar, definir, clasificar, tanto como sus  oposiciones significantes: des-nombrar, des-marcar, des-definir,  des-clasificar. No es ella el centro de la escena, no, desde su operación  política-discursiva, porque es él, su pareja, quien es puesto en el lugar de  una clasificación que al mismo tiempo la des-clasifica a ella (“ni lo voy a  hacer”, dice Paty, refiriendo al hecho de no hacerle el desayuno), en tanto  mujer que despliega un rol y unas tareas propias por naturaleza y definición,  de su rol de esposa. Ubicando al otro, se des-ubica ella de la locación que le corresponde. Hay desplazamiento,  corrimiento, des-marcación.  
             Otro acceso a lo que se ha venido  planteando, tiene que ver con percepciones que al enfocarse en actuaciones que   no son las propias, ponen en cuestión   aquello   que como dispositivo de engenerizamiento -retomando una vez más la definición de  dispositivo desde la formulación foucaultiana que ya hemos presentado-, comienza  a ser problematizado, si no para sí misma, para otras u otros. También  constituye una evidencia de categorías perceptuales que están siendo movidas y  movilizadas, cuyo movimiento si bien no llega a desmantelar lo que el género ha  prescripto y regulado para la vida propia, se constituye en un corrimiento respecto de los juicios,  apreciaciones o valoraciones acerca de las vidas ajenas y, claro está, ese  movimiento no se manifiesta como subversión, o incluso modificación, de los  roles de género para quien lo realiza, pero sí propone un descentramiento de la  mirada que volcada sobre las actuaciones ajenas, también, como en repliegue, se  vuelve contra la propia. Porque, finalmente, de lo que se trata es de un cambio  en la percepción o valoración de ciertas prácticas, es decir de las categorías  generadas que, vistas como tales, también terminan categorizando/clasificando  la vida propia. En el siguiente pasaje extraído de los relatos de Marcelina, su  descripción de escena la implica por completo, al tiempo que materializa lo que  acabo de comentar:  
            
              
                Y es bonito porque mire, también mi hija y mi yerno,  ellos estaban bien fregados, iba yo a verlos, y ella haciendo la comida y él  Juan, mi yerno, lavando los trastes, al rato… él tiende la cama, ella baña a  los niños, ¡pues qué bonito!, pero los de antes… las señoras decían “¿qué?,  ¿tienes que hacerlo tú?, ¿para qué te buscaste a la mujer?” (Marcelina,  entrevista 19 de marzo de 2017). 
               
             
            Sacudiendo su propio paisaje de roles, sin que ello signifique disponer  paisajes diferentes para sí misma, Marcelina manifiesta el placer escópico de  la escena mirada, con lo cual desplaza la actuación de género hacia nuevas  geografías, nuevos emplazamientos que suponen dinámicas otras, y  simultáneamente desvela su propia actuación desde estas categorías perceptuales  movilizadas: comenta a continuación del pasaje citado que su hija le dice “nos  casamos con el hombre, pero no somos sus esclavas”, a lo que ella agrega: “yo  sí fui esclava, ella no sé de dónde lo sacó…” (Marcelina, entrevista 19 de  marzo de 2017).  
             Significativamente, los relatos de los  que emergen evidencias más fuertes de  estos desplazamientos son los de las mujeres más jóvenes, pero como acaba de  verse, también hay desplazamientos a nivel de las percepciones o valoraciones  de las actuaciones diferenciales de género, en los relatos de las mujeres de  mayor edad; quizás no sean tan pronunciados, quizás no sacudan la vida propia  para el caso de estas mujeres, pero (re)orientan las categorías propias, si no  hacia una posible subversión, sí hacia un cuestionamiento que se resuelve como  el develar de otras formas de estar y hacer en la vida que podrían habilitar el  surgimiento de modos concretos de desnaturalización, de cuestionamientos  posibles, que parecieran tener un menor  costo cuando son acerca de la vida ajena, que acerca de la propia vida.  
             Regresando a los relatos, claro está que están poblados de paradojas y  contradicciones, como ha sido señalado, sin embargo, eso no impugna que los  desplazamientos señalados no se den en tanto tales, cargados de cierta cuota de  repudio a un ser y hacer preconcebidos y bajo el poder de  una predestinación que nunca llega a serlo de manera absoluta y completa,  repudio que instala las crisis desde las cuales emergen otras formas de estar  en la vida propia.   | 
         
        
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          4. Conclusión             | 
         
        
        
          Como se  anticipó en la introducción de este trabajo, el objetivo era desplegar de modo  sintético, la forma en que el esfuerzo investigativo se dirigió a dar cuenta de  cómo en la narrativa de diversas mujeres, se configura discursiva, existencial  y complejamente, el género. Delinear un cierto entramado teórico sobre estos  hallazgos empíricos, en este caso, estuvo presidido por la intervención  analítica que permitió articular teóricamente ideas de Butler y Foucault, en  tanto entramado conceptual central pero no exclusivo, en torno al discurso, el  poder, la violencia y el género, para explicitar las formas en que se vive el  género, accediendo a la soberanía del significante y su efecto naturalizante, con la idea de  conmocionarla a fin de hallar sus regularidades y exclusiones. 
             En ese sentido, estaríamos en  condiciones de sostener que la “experiencia “vital” del género se inscribe en  el discurso, de modo tal que la potencia de su régimen de verdad impone las  condiciones de normatividad y normalización del género. No hay modo de esquivar  en la experiencia, la materialidad del discurso que normaliza, normativiza y  ejerce una determinada voluntad  performativa del género, desde particulares y muy concretos dispositivos de  poder, pero tampoco hay modo de esquivar sus contingentes desplazamientos.  | 
         
        
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          Notas | 
         
        
          
             
            1. El  trabajo referido se llevó a cabo durante poco más de tres años, a fin de  desplegar la investigación que dio lugar a la tesis doctoral titulada Levantando la soberanía del significante: la  instauración del género. Relatos biográficos y Análisis del discurso (Sanahuja,  2020).
            2. Hinkelammert,  en Hacia una crítica de la razón mítica.  El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión (2007), señala  que la ciencia moderna revierte las condiciones de producción de la abstracción  conceptual, cuando deriva la experiencia del concepto y no a la inversa; en ese  sentido, tampoco se deja de tener en cuenta que la teoría prefigura también el  campo empírico y que pareciera ser imposible abordar la experiencia sin marcos  referenciales previos, se trata más bien de una mutua determinación y es lo que  se persigue desde la recuperación de los relatos biográficos, a fin de ponerlos  en diálogo con ciertos mapas teóricos, pero también provocar desde la  intervención del análisis, categorías emergentes del trabajo de campo.               
            3. Esta idea de  confrontar el concepto contra el concepto, o, por ejemplo, inquietar la teoría  desde la empiria, dicho de un modo extremadamente simplificado, porque no hay  nada “dado” -se trata de acontecimientos concretos, históricos, instaurados de  manera transitoria, en la materialidad del discurso-, se puede rastrear en la  propuesta de la dialéctica negativa de Adorno. Para este trabajo, se actualiza  el aporte y la lectura crítica de Begoña González, en Odiseo o el sujeto libre. El concepto de identidad en Th. W. Adorno (s.f.). 
            4. Extraído  de una sesión de terapia narrativa, con la sigla se protege la identidad de la  paciente. 
            5. En Dar cuenta de sí mismo, Judith Butler  expone la propuesta de un diálogo filosófico acerca de la práctica ética, pero  afincado en las condiciones del contexto social y político desde las cuales  emerge en tanto reflexión moral. 
            6. Esta  información surge de la observación y cierto modo, de la intuición; luego,  cuando avanzaron los encuentros y se había conformado un vínculo de confianza,  ellas me lo confirmaron: evitaban la presencia de hijos o esposo al momento de  tener nuestros encuentros. 
            7. Si  bien ya he mencionado anteriormente en el artículo, el concepto de exterioridad discursiva, dado que lo  torno operativo en el análisis considero adecuado comentar que, de acuerdo con  mi propia lectura, en El orden del  discurso, Foucault no expone de manera explícita y manifiesta, exactamente  de qué habla cuando menciona la “exterioridad discursiva”; se puede inferir,  sin embargo, siguiendo las “reglas” establecidas en esta obra en su propuesta  de procedimientos para el análisis del discurso, que se refiere a las  condiciones de producción de un determinado discurso. Desde mi apropiación,  debo aclarar, que también considero condiciones de producción, otras  discursividades (en tanto emergencias discursivas regulares que configuran lo  social y lo distinguen de lo “natural”, por ejemplo), así como otros discursos  particulares (concretamente, por ejemplo, el discurso sobre lo que le  corresponde al género, pensando, para ejemplificar,  en una formulación desde la  heteronormatividad hegemónica, de lo que determina lo femenino y lo masculino,  los roles de acuerdo con esta propuesta dicotómica, y sus actuaciones  concretas). Es decir, en un lenguaje más llano, los discursos particulares  sobre qué me corresponde hacer y ser, siendo “mujer” y qué le corresponde hacer  y ser a quién es “hombre”; qué atributos nos definen como tales; qué nos  caracteriza y delimita como tales, diferenciándonos unas de otros. Estas  formulaciones, no está más decir, tienen emplazamientos sociales, culturales,  étnicos, históricos, etc., particulares que las significan con ciertas  especificidades, desde condiciones de producción (para utilizar el mismo  término en su otro sentido) también específicas. 
            8. Utilizo  los términos que usan las mujeres entrevistadas. No serán analizados en sus  implicaciones conceptuales, ni puestos en discusión respecto de su validez o  pertinencia en el marco de los relatos analizados. Claro está, están siendo  analizados de acuerdo a su significatividad respecto del emplazamiento  discursivo del género. 
            9. Es  necesario aclarar que Giorgio Agamben (2011) señala que el conjunto heterogéneo  que conforma un dispositivo, abarca “cosas” que no son necesariamente  discursivas; nombra instituciones, edificios, leyes o medidas policíacas, entre  otros ejemplos. Sin generar una discusión que excede lo que estoy  problematizando, realizo dos puntualizaciones: en este caso, en mi caso, estoy  definiendo al relato como un dispositivo, lo que lleva a la segunda cuestión,  la cual tiene que ver con mi posicionamiento frente al problema que analizo y  el concepto de discurso que he asumido y al cual he referido ya en reiterados  pasajes de este trabajo. Entonces, este posicionamiento me posibilita restituir  los juegos de poder/saber que atraviesan y constituyen el género y su emplazamiento  discursivo.  
            10. Hablando antes de la misoginia femenina… “brujas” cuando  condenan a una mujer por no actualizar el rol “tradicional” de esposa, madre,  ama de casa.               | 
         
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