Revista Argentina de Humanidades y Ciencias Sociales
ISSN 1669-1555
Volumen 21 (2023)

Said: algunas ideas
 
Lic. Edith Elorza

Universidad Nacional de Lomas de Zamora

editare@gmail.com

 
 

Para citar este artículo: Rev. Arg. Hum. Cienc. Soc. 2023 21. Disponible en internet:
http://www.sai.com.ar/metodologia/rahycs/rahycs_v21_04.htm

 

Resumen

Dice Said que vivir en dos mundos tan distintos —Medio Oriente y Estados Unidos— lo ha llevado a intentar una especie de “mediación” en el sentido de evitar fórmulas reductoras y más bien tratar de traducir, humanizar… Intentaré acercar no más de cinco ideas que hacen a su pensamiento.

 

Abstract

Said says that living in two very different worlds —the Middle East and the U.S.— has led him to attempt a kind of “mediation” in the sense of avoiding reductive formulas and rather trying to translate, humanize... I will try to bring together no more than five ideas that make up his thought.

 

Orientalismo

Su obra homónima de 1979 lo convierte en un involuntario experto en el área de la teoría poscolonial lo que hace que reciba a diario -según decía- libros que lo incluyen y lo citan en trabajos en los que él mismo dice no reconocerse. Especialmente cuando se trata de historiografía inglesa preocupada por “la angustia del colonizador, disquisiciones sobre si los británicos estaban inseguros, ansiosos o nerviosos durante la colonización”.

Sostiene que el orientalismo es un modo de discurso que se apoya en instituciones, vocabularios, enseñanzas, imágenes, doctrinas e incluso burocracias y estilos coloniales. Pero existe además un significado más general que se basa en la distinción ontológica que se establece entre Oriente y Occidente, distinción que gran cantidad de escritores de toda clase ha aceptado y con ella ha elaborado teorías, novelas, descripciones sociales, informes políticos acerca del destino, la mentalidad, los gustos orientales.

Siempre ha habido un intercambio entre el mundo académico y el más o menos imaginativo del orientalismo, pero desde los últimos años del siglo XVIII, esa comunicación ha sido disciplinada e incluso regulada, por lo que trata de entender esta disciplina sistemática a través “de la cual la cultura europea ha sido capaz de manipular -e incluso dirigir- Oriente desde un punto de vista político, sociológico, militar, ideológico, científico e imaginario a partir del período posterior a la Ilustración” dice en Orientalismo.

Por otra parte, hablar de orientalismo, es hablar principalmente, aunque no exclusivamente, de una empresa cultural británica y francesa, un proyecto cuyas dimensiones abarcan los siguientes campos: el territorio total de la India y de los países del Mediterráneo oriental, las tierras y textos bíblicos, el comercio de las especies, los ejércitos coloniales y una larga tradición de administradores coloniales, un impresionante conjunto (cantidad, volumen) de textos, innumerables expertos, un complejo conjunto de ideas, de generalizaciones (despotismo, esplendor, crueldad, sensualidad oriental), sectas, filosofías, sabidurías orientales adaptadas al uso local europeo.

El interés que Europa y América han mostrado hacia Oriente ha sido de orden político, pero también la cultura creó ese interés que contribuyó junto a razones políticas, económicas y militares a inventar el orientalismo.

Y justamente a Said le interesó elucidar los propósitos políticos de las estrategias de representación orientalistas y cuánto la cultura asiste a esos propósitos inhibiendo la posibilidad de los críticos e intelectuales al neutralizarlos. Pero no debemos pensar en una especie de vil conspiración dispuesta a oprimir al mundo oriental sino más bien en una cierta conciencia geopolítica expresada en textos estéticos, eruditos, económicos, sociológicos, históricos y filológicos en la elaboración de una distinción geográfica básica: el mundo está formado por dos mitades diferentes, Oriente y Occidente. Pero también…es sobre todo un discurso que de ningún modo se puede hacer corresponder solo con el poder político, sino que se produce y existe relacionado con varios tipos de poder: con el poder político en tanto Estado colonial o imperial, con el poder intelectual si atendemos a las ciencias predominantes como la lingüística comparada o cualquiera de las ciencias de la política moderna; con el poder cultural si consideramos las ortodoxias y los cánones que rigen los gustos, los valores y los textos y con el poder moral al sostener la idea sobre lo que “nosotros” hacemos y “ellos” no pueden hacer y comprender del mismo modo que nosotros. Y en tanto discurso -sabemos- tiene su efecto.

Said sostiene que el orientalismo es -y no solo representa- una dimensión considerable de la cultura política e intelectual moderna, y como tal, tiene menos que ver con Oriente que con “nuestro mundo” ya que al señalar lo que no somos estamos diciendo lo que somos. Es una realidad cultural y política, lo que significa que no existe en un espacio vacío carente de archivos, muy por el contrario: es posible demostrar que lo que se piensa, se hace, se dice con relación a Oriente, sigue unas líneas muy determinadas que se pueden aprehender intelectualmente.

Said se propuso analizar las generalizaciones señaladas, no establecer la correspondencia entre el orientalismo y el Oriente real sino atender a la coherencia interna del orientalismo y sus ideas sobre Oriente. Disraeli decía que Oriente era una carrera, afirmación que se refiere básicamente a esa coherencia creada. Es una escuela de interpretación cuyo material es Oriente, sus civilizaciones, sus pueblos y sus regiones. Sus descubrimientos objetivos -la obra de numerosos eruditos consagrados que editaron y tradujeron textos, codificaron gramáticas, escribieron diccionarios, reconstruyeron épocas pasadas y produjeron un saber verificable en un sentido positivista-, siempre han estado condicionados por el hecho de que sus verdades están materializadas en el lenguaje lo que requiere una lectura filológica que nos muestre las elecciones llevadas a cabo y, al mimo tiempo, nos descubra el significado.

Por otra parte, las ideas, las culturas, las historias, no se pueden entender sin atender a las configuraciones de poder. Pero tampoco hay que creer que el orientalismo es un conjunto de mentiras que se desvanecerían si se dijera la verdad. Es algo mucho más valioso como signo de poder europeo-atlántico sobre Oriente (después de la guerra se agrega EE.UU.), que como discurso verídico, que es lo que en su forma académica y erudita pretende ser. Por eso es necesario entender la solidez del discurso orientalista, sus lazos con las instituciones socioeconómicas y políticas existentes y su extraordinaria durabilidad.

Un sistema de ideas capaz de mantenerse y que se ha enseñado como una ciencia (en academias, libros, congresos, universidades, organismos de asuntos exteriores) desde el período de Renan hasta el presente en EE.UU., es algo digno de tener en cuenta. No es una fantasía creada por Europa sino un campo compuesto de teoría y práctica en el que durante mucho tiempo se ha efectuado una inversión considerable. Debido a esa continua inversión, el orientalismo ha llegado a ser un sistema para conocer Oriente, un filtro aceptado que Oriente atraviesa para penetrar en la conciencia occidental.

Hay una idea hegemónica (toma de Gramsci la noción de hegemonía: cuando ciertas ideas prevalecen sobre otras) que es la de una identidad europea superior a todos los pueblos y culturas no europeos. Dice que sus dos temores son la distorsión y la inexactitud, digamos: el tipo de inexactitud producido por una generalización demasiado dogmática y por una concentración demasiado positivista. Por eso su trabajo se propone analizar en detalle las generalizaciones históricas que sostienen o que conforman el orientalismo.

 

La crítica

Según Said, gran parte del conocimiento que se produce en Europa y especialmente en EE.UU. está sometido a una limitación determinante: la idea de que todo conocimiento erudito, académico, etc., está desprovisto de contenido político. Pero esto no hace más que ocultar las condiciones de producción de cualquier conocimiento ya que la sociedad política -en el sentido de Gramsci- siempre avanza sobre la sociedad civil, es decir: la formada por las instituciones estatales: ejército, policía, burocracia. avanza sobre la formada por afiliaciones voluntarias -o en todo caso no coercitivas- como la escuela, la familia, los sindicatos.

Por eso considera que la crítica que se practica en los departamentos de literatura de las universidades, sin base teórica ni filosófica, está muy alejada del mundo de la política y no ve los vínculos.

Si bien, por una parte, la mayoría de los eruditos humanistas están de acuerdo en que los textos existen dentro de los contextos, por otra parte, existe también una especial aversión a reconocer que las fuerzas políticas, institucionales e ideológicas influyen en el autor como individuo.

Said nos alerta respecto del argumento del especialista porque puede bloquear con bastante eficacia la perspectiva intelectual que -según él- es más extensa y seria.

Por una parte, los escritores del siglo XIX y aún anteriores, eran muy concientes de la realidad del imperio. Pero esto no debe suponer que la política en forma de imperialismo tiene un efecto degradado en la producción cultural: podremos entender mejor la durabilidad de los sistemas hegemónicos cuando reconozcamos que las coerciones internas que éstos imponen en los escritores y pensadores son productivas y no unilateralmente inhibidoras.

Al fin y al cabo, sabemos, la cultura sirve a la autoridad y en última instancia al Estado Nacional, pero no solo porque reprima y coaccione sino porque es afirmativa, positiva y persuasiva.

Y fue precisamente su Orientalismo el que mostró el intercambio dinámico entre autores individuales y las grandes iniciativas políticas que generaron los tres grandes imperios: el británico, el francés y el americano, en cuyo territorio intelectual e imaginario se produjeron los escritos.

 

El detalle

Atender a los detalles, a los que considera muy importantes, es la tarea humanista. Y es allí donde la literatura es una herramienta ejemplar porque entrena en la captación del detalle. Le interesa el detalle en escritores como Lane (Manners and customs of the Modern Egyptians), Flaubert, Renan; no le interesa la verdad (indiscutible para ellos) de que los occidentales sean superiores a los orientales, sino el testimonio preparado y modulado que ofrecen precisamente los detalles de su obra dentro del enorme espacio abierto por esa verdad.

Said se refiere a Berlin (un intelectual muy reconocido en su época) quien escribió El erizo y la zorra, un estudio sobre Tolstoi basado en la distinción que establecía entre estos animales el poeta lírico griego Arquíloco para quien el erizo encontraba una gran idea en todas partes, a la zorra -en cambio- le interesaban muchas pequeñas ideas. La tesis de Berlin es que Tolstoi quería ser como el erizo, estaba poseído por una visión general muy amplia de la historia y del destino humanos, pero puesto que era un novelista excelentemente dotado, en realidad era como la zorra, y en última instancia estaba comprometido con el detalle empírico, la experiencia concreta y la conducta observable, todo lo contrario de lo que le interesaba al erizo. Berlin rechazaba los grandes sistemas de pensamiento que pretenden explicarlo todo dice en Cultura e imperialismo. No puedo no recordar con Aby Warburg, que “Dios está en los detalles”.

Se ha dicho mucho sobre Oriente. Estudios generados en Gran Bretaña, en Francia y en Alemania después, aunque el Oriente alemán era exclusivamente erudito: carecía de la realidad que tenía para Chateaubriand, Lane, Lamartine, Burton, Disraeli o Nerval, quienes tenían la autoridad que da “el dominio”. Pero esta “autoridad” no presupone un análisis crítico de lo que dice el texto orientalista sino una mirada exterior cuyo producto es una representación gobernada por la versión que dice que si Oriente pudiera representarse a sí mismo lo haría, pero como no puede, cabe a Occidente hacer ese trabajo. Y lo hace apoyándose en instituciones, tradiciones, convenciones y códigos de inteligibilidad y no en un Oriente distante y amorfo.

La expedición de Napoleón a Egipto despertó la curiosidad por Oriente y Europa se interesó por conocerlo más. El descubrimiento de la antigüedad de sus lenguas, mucho mayor que la del hebreo, con una perfección mayor que la del griego según se evaluará al sánscrito, despertó un gran interés que se preservó en la ciencia de la filología indoeuropea, una ciencia nacida para examinar el Oriente lingüístico y con la que nacía también una completa red de intereses científicos afines. El Oriente “real”, a lo sumo, provocaba la visión de un escritor, pero raramente la guiaba. El orientalismo respondió más a la cultura que lo produjo que a su supuesto objetivo, que también estaba producido por Occidente, por eso presenta un conjunto articulado de relaciones con la cultura dominante que lo envuelve. El semítico de Renan y el indoeuropero de Bopp eran objetos fabricados, se consideraban como protoformas. Formular un tipo lingüístico prototípico y primitivo pretendía al mismo tiempo definir “un potencial humano primordial” a partir del cual se derivarían ejemplos específicos de comportamiento.

Esto configura una suerte de “esencialismo sincrónico”, una visión que presupone que todo Oriente puede verse panópticamente, si bien dentro de denominaciones como “el oriental” se realizaban algunas distinciones científicamente válidas, especialmente en los tipos de lenguas como el semítico, el dravídico, el hamítico, a los que se apoyaba con indicios antropológicos, psicológicos, biológicos y culturales. Es decir: se interpretaba toda la experiencia humana a través de un elemento común.

Y, en general, esta conquista e invención del orientalismo por parte del hombre blanco, designa y da nombre. Pone en juego expresiones tales como “el árabe” o “los árabes” a los que da una coherencia colectiva que los anula como personas individuales como si no tuvieran una historia personal que contar, como si no hubieran estado sometidos al proceso ordinario de la historia.

Said se detiene en los detalles porque evitan que las simplificaciones, esos peligros para la vida y para la mente. puedan quedar de lado y nos permitan pensar las diferencias. Porque pensar es, precisamente, advertir diferencias.

 

La narración

Contraponer la versión estática requiere de una presión narrativa en el sentido de que si se puede mostrar que un detalle oriental cualquiera se modifica o se desarrolla, se puede introducir la diacronía en el sistema. Lo que parecía estable -y Oriente es sinónimo de estabilidad y de eternidad inmutables- ahora parece inestable. Y la inestabilidad sugiere que la historia, con sus detalles destructivos, sus corrientes de cambio, su tendencia hacia el crecimiento, es posible.

La narrativa es la forma específica que adopta la historia escrita para contrarrestar la permanencia de la visión. Lane percibió los peligros de la narración cuando rehusó dar una forma lineal a sus informaciones, prefiriendo en su lugar la forma monumental de la visión enciclopédica.

La narración afirma que los hombres nacen, se desarrollan y mueren, que las instituciones cambian, etc. Pero, sobre todo, muestra que el dominio de la realidad por la visión no es más que una voluntad de poder, una voluntad de verdad y de interpretación y no una conciencia objetiva de la historia. La narración introduce un punto de vista, una perspectiva y una conciencia que se oponen al tejido unitario de la visión, viola las ficciones apolíneas y serenas propias de un todo hegemónico.

El humanismo de Said es una meditación sobre el valor de la narración. Como el Ulises homérico, hablar para no morir, para que los pueblos sometidos puedan contar su historia. La crítica humanista debe enfrentarse a esas instituciones de la instantaneidad que seducen la vista y entumecen la mente. La crítica humanista requiere de “ensayos más largos” dice en Humanismo y crítica democrática. La lenta narrativa de la resistencia crea la posibilidad del enfrentamiento de la parte al todo hegemónico y eso abre la posibilidad de la escritura oposicional.

Por eso recomienda estudiar sociedades de refugiados con el objeto de alterar la paradigmática estabilidad de las instituciones culturales: se opone a la “esencialización” de tipos nacionales o culturales -el judío, el indio, el francés- porque dichos universales representan el legado imperial a través del cual una cultura dominante elimina los híbridos que la conforman -como conforman a toda cultura-. Según Said, el ritmo lento de la reflexión crítica desafía los procesos de totalización analítica, estética, política, propensos a efectuar “saltos sin transición” hacia ámbitos de valor trascendental que deberían ser minuciosamente inspeccionados.

Por eso el humanismo debe excavar los silencios, el universo de la memoria de los grupos itinerantes que apenas sobreviven, los lugares de exclusión e invisibilidad, la clase de testimonio que no aparece en los informes. Piensa, políticamente, en la posibilidad de que desequilibradas energías se acomoden de manera tal que sea posible vivir en fronteras compartidas con historias contrapuestas. Por eso quiere un Estado binacional, porque quiere un tejido social tan rico que nadie pueda abarcarlo completamente, con una identidad múltiple, con la polifonía de muchas voces en oposición sin que exista la necesidad de reconciliarlas sino solo de mantenerlas juntas.

Admira a Salman Rushdie por haber “introducido un tipo particular de experiencia híbrida en el idioma inglés”. Y también a García Márquez, por la multiplicidad de sus voces. Se podría -creo- agregar la lectura de Deleuze y Guattari en Kafka-Por una literatura menor, donde se muestra cómo, mediante una escritura sin matices, el autor señala la lengua del poder que impone la suya y silencia la propia. Procedimientos de resistencia filológica. Lo que se opone a la visión purista, la que pretende el regreso al origen, la que se asocia a alguna forma de reterritorialización que aspira a una vuelta al fundamento.

No hay fundamento, no hay origen. Hay comienzo.

Esta distinción -tomada de Vico- lo lleva a la naturaleza de la escritura y, más aún, a la de la libertad humana. Utiliza comienzo en su significado activo y origen en el pasivo. Y esta pasividad es una forma de desarrollar la visión de Vico del pueblo elegido en el que, por ejemplo, la adivinación, en tanto indagación de los orígenes, está prohibida ante la certidumbre de estar fuera de la historia. La pasividad es una privación de agencia. La adivinación a la que alude Vico es ampliada en Said e incluye todos los actos de comienzo: la indagación, la averiguación, el ejercicio de la escritura. Actos todos que muestran que no hay privación de agencia, que hay historia.

Said relaciona la aparición del profesionalismo político con las formas del quietismo religioso que requiere del poder para convencernos a todos de que sus enunciados están allí como por obra de la naturaleza. Los humanistas literarios académicos deben resistir, expresar y desplazar los productos mercantilizados que restringen el deseo humano. Por eso alerta acerca del pronunciado enmarañamiento que existe entre las políticas estatales, la producción cultural y las formas mercantilizadas de humanismo, especialmente nacionalista.

Señala a los distintos humanistas reaccionarios encarnados en la oposición conservadora, de raíz straussiana que se oponen al historicismo y a la democracia. Por ejemplo, Allan Bloom y sus seguidores sostienen, en una república democrática, el derecho de que una elite con educación, sea quien determine los destinos de la sociedad y que los estadounidenses acepten que su sociedad de inmigrantes es un fracaso debido a su perspectivismo, relativismo, liberalismo, etc. y que vean su correlato académico en los departamentos de lenguas y de culturas extranjeras y, por lo tanto, en la necesidad de controlarlos.

Considera al último de los superpoderes como una amenaza para la propia democracia estadounidense ya que con sus ideas de “fin de la historia” y sus imposiciones de democracia por la fuerza, expresa su repudio a la democracia participativa y su propósito de alejar a las gentes de un alto humanismo filosófico. Consecuencias de la mercantilización capitalista, según Said. Y considera también que, en tanto único poder, es una amenaza para el pensamiento.

Pero esto no debe entenderse como la imposibilidad final de toda resistencia: nunca podría el poder dominante detener absolutamente la agencia histórica. El humanismo de Said se inspira en Fanon, en Nietzsche, en Blake de quien toma la idea de “disolver las esposas forjadas en la mente” de manera de habilitarla para la comprensión histórica y reflexiva. Un humanismo creador que dé lugar a la generación inmanente de nuevas identidades, nuevas formas de conocimiento, nuevas formas de pensamiento, nuevas comunidades de expresión y de ser…

Un humanismo productor de nuevas formas de vida, de vida indeterminada, expansiva, manifiesta en las conexiones y en los sentimientos que unen a los seres humanos según nos dice en Cultura e Imperialismo.

Disolver las barreras entre lo público y lo privado es en Said, una convocatoria a los intelectuales para que salgan de su obsesiva introspección que los confina en sus límites disciplinarios. Salir de la pasividad y del silencio, disentir. “Decirle la verdad al poder”: ésa es la tarea del intelectual. Por eso sus enemigos no son solo políticos sino intelectuales con tendencia al oscurecimiento y a la mistificación, al culto por la especialización y la jerga académica. Pero también las simplistas proclamas de los opinadores o las fórmulas binarias del tipo “choque de civilizaciones”, “eje del mal”. Un humanismo crítico el suyo porque no puede dejar de serlo precisamente para poder serlo; de crítica democrática que apunta a la democracia más poderosa.

 

La filología

De allí la filología. Filología significa el amor por las palabras. En la tradición islámica que, junto con la occidental, ha dado marco a su formación, el conocimiento está basado en la atención filológica al lenguaje, empezando por la palabra “Koran” que significa “lectura”.

Said recuerda a Nietzsche y a su “ejército móvil de metáforas” las que después de ser usadas largo tiempo parecen firmes, canónicas y obligatorias y se olvida que son ilusiones. Por eso son necesarios los actos de lectura e interpretación, para revelar la realidad escondida y resistente que soportan las palabras.

Por eso la ciencia de la lectura es el punto máximo del conocimiento humanístico. Siempre que la lectura minuciosa de un texto, advierte en Cultura y Crítica Democrática -sea literario, novela, poema, ensayo o pieza teatral- lo ubique en su época, que lo muestre como parte de todo un sistema de relaciones cuyos principio e influencias tienen un papel fundamental en el texto. Y para “el humanista el acto de leer es, por lo tanto, el acto de ponerse primero en la situación del autor, para quien escribir es una serie de decisiones y elecciones expresadas en palabras”.

 

Bibliografía

Sail, Edward W.
Representaciones del intelectual. Barcelona: Paidós Ibérica, 1996.

Cultura e imperialismo. Barcelona: Anagrama 1996.

Orientalismo. Barcelona, 2003

Humanismo y crítica democrática. Caracas, 2006.

 
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