Revista Argentina de Humanidades y Ciencias Sociales  | 
    
 Volumen 5, nº 1 (2007)  | 
    
| Los discursos políticos y la crisis institucional en Argentina: el cierre de campaña, el ballottage y la renuncia de Menem en 2003 | 
| por Gabriela Juliana Loustaunau | 
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| Volver a la parte: La comunicación política: particularidades del campo y la crisis de representación en Argentina | 
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| EL  DISCURSO POLÍTICO  Y LA CRISIS  INSTITUCIONAL | 
    
“¿Cómo podría hablar de la institución en un  lenguaje que quisiera ser riguroso,  | 
    
El discurso políticoHasta ahora nos hemos referido al contexto de la Comunicación Política en tanto campo de investigación y en tanto realidad de la política de nuestro tiempo. También hemos reseñado problemas/debates de la sociedad contemporánea tales como la crisis de representación y el proceso de mediatización de la política como procesos que se anteponen a los intercambios discursivos en un espacio social complejo. En este escenario aparecen otros recursos de deliberación, información e identificación, es decir, otras formas de mediación de la democracia como la videopolítica y la espectacularización de la política –estas formas suponen la rearticulación de las estrategias discursivas de los enunciadores políticos al tiempo que soslayan las formas de mediación política tradicionales-. En este sentido, nuestra concepción del discurso político no desestima los procesos de mediatización de la política, pero tampoco se desliga de los aspectos retórico- argumentativos propios de este tipo de discurso. Por lo tanto, es importante resaltar que: 
 La concepción crítica desde la cual pensamos al discurso sostiene que es 
 En este sentido, el “lenguaje es  una práctica social” (Fairclough, N.: 2003 y Wodak, R.: 1997) por lo que  debemos considerar el contexto de uso del lenguaje y las relaciones que se  establecen entre el lenguaje y el poder. En particular, los discursos políticos -que son discursos institucionales y mediáticos-  son concebidos aquí como prácticas sociales. Son textos que se interrelacionan  en un campo social de acción, en este caso, el campo político. En un plano macro de esta  investigación, la campaña política  en su totalidad se presenta como una práctica  discursiva inter-institucional en la que se interconectan múltiples discursos políticos. Además,  es un evento comunicativo ya que tienen lugar en el transcurso de un devenir  espacio-temporal y constituye el marco de infinidad de enunciados circulantes  que conforman el discurso político.  Así, los fragmentos (textos) discursivos aquí analizados presentan una  especificidad: son discursos de campaña.  Un rasgo característico de los  discursos de campaña es que el enunciador pretende persuadir al auditorio para  que realice determinada acción (votar) o para convencerlo de ciertas ideas,  mediante la puesta en juego de estrategias retórico-argumentativas. Estos  discursos de campaña se reconocen en piezas discursivas coherentes que se  producen en la situación de comunicación de la campaña política,  específicamente.  Podemos pensar así que  la comunicación es una pieza clave en este proceso ya que constituye “un  proceso interactivo complejo que incluye la continua interpretación de  intenciones expresadas verbal y no verbalmente, de forma directa o velada.”  (Calsamiglia Blancafort, H. y Tusón Vals, A.: 1999; 16).  El discurso es una construcción social  que “moldea”, “anticipa”, “produce” y “otorga sentido” a la realidad.  Las personas se constituyen en enunciadores que tienen una visión  del mundo específica y se valen de distintas formas comunicacionales para  comunicar/se y concretar sus metas  o  finalidades. Para ello, despliegan  y  efectivizan una serie de recursos y estrategias retórico-argumentativas  encaminadas a la consecución de sus fines.  El discurso político de campaña presenta algunas particularidades,  por ejemplo, que se plantea en términos polémicos, es decir,  siempre el enunciador apunta a la construcción de un adversario político[25].  Además, se nos hace imposible hablar de  discurso de campaña sin hacer referencia al discurso mediático[26],  es decir, el discurso político siempre  es mediatizado. En nuestra sociedad es así porque “los medios de  comunicación asumen información y contenidos de cualquier tipo que ya han sido  desarrollados por otros medios.” (Jäger, S. en Wodak y Meyer: 2003; 83). Los  medios de comunicación contemporáneos, principalmente, la TV y la prensa,  integran la producción de los discursos políticos y, a su vez, se constituyen  en algunos de los canales de  comunicación formales de la campaña. Durante los períodos electorales, la producción de discursos políticos es supervisada por los especialistas de los comandos de campaña de cada partido político (o lema). Cuanto más se instala el modelo de comercialización más fuerte es la presencia del asesor político ante los candidatos, que junto a su “gente de confianza” definen paulatinamente las claves de la estrategia. Muchas veces recurren a expertos del marketing político[27] para perfeccionar las estrategias en pos de obtener resultados electorales favorables. En términos generales, en las campañas políticas se apela a recursos discursivo–persuasivos tales como: 
 Teniendo en cuenta estos aspectos, en el transcurso de la campaña electoral cada candidato despliega -a través de los diferentes recursos- una o varias estrategias discursivas en las cuales se atiende a la situación de enunciación histórica y concreta, ya sea para llegar al electorado o para polemizar con el adversario. Pero entonces: ¿Qué es la estrategia? “(...) con estrategia queremos significar un plan de prácticas más o menos preciso y más o menos intencional (incluyendo las prácticas discursivas) que se adopta con el fin de alcanzar un determinado objetivo social, político, psicológico o lingüístico” (Wodak, R.: 2003; 115). Específicamente, las estrategias discursivas se relacionan con “las formas sistemáticas de utilizar el lenguaje” y en ella pueden localizarse “distintos planos de organización y de complejidad lingüística” (Wodak, R.: 2003). Si hablamos de estrategias discursivas de los políticos no podemos dejar de mencionar que se componen de estrategias retóricas y argumentativas, que han sido utilizadas desde tiempos remotos por los oradores (políticos, abogados, filósofos, etc.) y que hoy en día persisten en la estructura básica de cualquier discurso político. En esta investigación, interesa enfatizar en las siguientes dimensiones de las estrategias retórico-argumentativas desplegadas por los enunciadores en cuestión: 
 La argumentación en el discurso político permite que el enunciador se presente a partir de un  encadenamiento de argumentos a través de los cuales apela al interlocutor para  que acepte su postura y, en consecuencia emita un voto a su favor[28]. A su vez,  estos argumentos, se insertan en una cadena de argumentos y contra-argumentos  en relación con el adversario. Es preciso destacar la función social que  cumplen los discursos argumentativos en las sociedades políticamente  organizadas ya que bregan por el intercambio libre de ideas y la participación  de los individuos. Por lo tanto, podemos aventurar la idea de que la argumentación conlleva un modo de  comunicación democrático, es decir, que en el ida y vuelta entre un enunciador  y su adversario subyace una lógica democrática de la comunicación.  Para hablar de argumentación nos remitimos a la estructura de la Oratio (discurso) propuesta por  Aristóteles en “Retórica” en el año V a.C., en la que se presentan dos  mecanismos clave de la argumentación: la persuasión y el convencimiento. La  primera, se produce a través de recursos retóricos y es el momento en que se  aspira a emocionar al auditorio. No importa cómo, ni qué estrategias se  utilicen, lo importante es que el enunciador consiga lo que pretende, por lo  cual se evalúa la eficacia y verosimilitud del mensaje. En cambio, para  convencer, se recurre principalmente al razonamiento puro proveniente de la  lógica formal; por eso, el mensaje se juzga en términos de verdad-falsedad.  Entre los recursos y figuras retórico-argumentativas[29] que el discurso político utiliza para persuadir y polemizar nos interesan los siguientes: 
 En el discurso argumentativo también se advierten estrategias de ocultación como las implicaciones e insinuaciones que apelan al conocimiento que el receptor tiene sobre el tema. En general, son estrategias de ocultación ya que no permiten oír o decir algo, es decir que algo del discurso es velado. Se las considera expresiones tácitas[30] o eufemismos. También la argumentación recurre a estrategias de composición[31], es decir, el plan textual que utiliza el enunciador para ordenar y exponer sus argumentos. Desde la retórica clásica, las partes de la Oratio (discurso) se ordenan según la dispositio[32] en cuatro grandes partes: el exordio[33], la narratio[34], la confirmatio[35] y el epílogo[36]. Existe una parte móvil y ornamental del discurso a la que Aristóteles llama egressio o digressio[37]. Por lo general, la primera y la cuarta apelan a los sentimientos; mientras que la segunda y la tercera corresponden al plano demostrativo. En resumen, el discurso político -como todo discurso- presenta un “plan de prácticas” y, puntualmente, define una estrategia retórico-argumentativa en las que dos o más enunciadores (adversarios) polemizan sobre algún aspecto de la realidad desde una situación de enunciación específica y con un fin determinado. Tal como expresa Fairclough al referirse al discurso como un momento de la práctica social, los discursos “son diferentes representaciones de la vida social cuya posición se halla intrínsecamente determinada; los actores sociales de distinta posición “ven” y representan la vida social de maneras distintas, con discursos diferentes” (Fairclough, N. p. 182) Nociones de democracia, democracia representativa, representación y gobierno responsableEn los últimos tiempos se ha discutido sobre los cambios ocurridos en las formas de representar a partir de la irrupción de las nuevas formas tecnológico-comunicacionales. Estos cambios van de la mano con las transformaciones de las sociedades democráticas.           Democracia, según su  etimología, es "pueblo" ( del griego démos) y "poder" (del griego krátos). Así, se entiende como el “poder del pueblo” o la  forma de gobierno en la que el pueblo es  soberano. Según Cornelius Castoriadis, “Democracia significa el poder del  pueblo, o dicho de otro modo, que el pueblo constituye sus leyes; y para  formularlas, debe estar convencido de que las leyes son cuestiones de los  humanos” (...)“La democracia es el régimen de   la autolimitación.” (Castoriadis, C.:2001; 119)  La democracia de los modernos se distingue de la de los antiguos  por la manera en que el pueblo ejerce el poder: directamente, en el ágora entre los griegos, en los conzitia de los romanos, en el arengo de las antiguas ciudades  medievales, o indirectamente, a través de representantes, en los Estados  modernos. Los Estados democráticos están, si bien en diferente medida y matiz,  gobernados bajo la forma de la democracia representativa.  En la democracia representativa el individuo generalmente no es el  que decide; casi siempre es tan sólo un elector. En cuanto tal, realiza su  tarea normalmente solo, es un singulus en una casilla separado de los demás sujetos. El día de la elección -elemento constitutivo de la forma de gobierno  representativa-  no existe pueblo alguno  como ente colectivo: sólo hay muchos individuos cuyas determinaciones son  contadas, una por una, y sumadas. Una democracia de electores como lo es  la representativa, no recibe su legitimidad del pueblo, que, como entidad  colectiva, no existe por fuera de una plaza o asamblea, sino de la suma de  individuos a quienes les ha sido atribuida la capacidad electoral. De hecho, en  los cimientos de la democracia representativa, a diferencia de lo que sucede  con la directa, no está la soberanía del pueblo, sino la de los ciudadanos[38]. ¿A qué nos referimos con representación?  Siguiendo a Giovanni Sartori (1979) el concepto de representación abarca tres  significados diferentes, aunque vinculados entre sí. En primer lugar, conlleva  la idea de mandato o instrucción (vertiente jurídica). En segundo lugar, la  idea de representatividad, es decir de semejanza o afinidad (vertiente  sociológica). En tercer lugar, la idea de responsabilidad o de rendir cuentas  (vertiente política). Este último significado es el que se relaciona  estrechamente con el gobierno de las democracias representativas y permite  “entender el gobierno representativo como un <gobierno responsable> ”  (Sartori, G.: 1979; 225) En la representación  política moderna, necesariamente <electiva>, coexisten dos requisitos  fundamentales: que “el pueblo elige libre y periódicamente un cuerpo de  representantes” y que “los gobernantes responden de forma responsable frente a  los gobernados” (Sartori, G.: 1979; 233) Ahora bien, ¿Cómo se produce la representación?  En las democracias modernas los ciudadanos  son representados mediante los partidos y por los partidos. En ello consiste la  representación partidista. Por un lado, se establece una relación entre  los electores y su partido, y por otro una relación entre el partido y sus  representantes que son elegido en realidad por el partido. Señala Sartori que  “el nombramiento partidista –la cooptación partido-aparato- se convierte en la  elección efectiva; los electores escogen al partido, pero los electos son  elegidos, en realidad, por el partido” (Sartori, G.: 1979; 240) Desde esta  perspectiva, entonces, tanto representados, como el partido y los  representantes  forman parte del proceso  representativo.  Nos acercamos una primera aproximación sobre la crisis: si para que la democracia sea representativa debe haber un gobierno responsable, la puesta en jaque del sistema de representación conduciría e a una crisis de responsabilidad. Instituciones y crisisEn el contexto actual la crisis se expande y atraviesa los distintos planos societales. Las instituciones políticas específicas como los partidos políticos o la institución de la representación misma son afectadas. ¿A qué nos referimos con instituciones (políticas) y cómo podemos acercarnos a una noción de crisis institucional? Para ello hemos decidido trazar un camino teórico que pasa por la noción de institución de Castoriadis y se acerca a la noción de institución en crisis que se desprende de la teoría de la “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck (1996). En primer término, Castoriadis nos permite entender a las instituciones políticas como instituciones específicas de la sociedad. Para este autor, las instituciones específicas pertenecen a sociedades dadas y tienen un rol central en ellas[39]. Las instituciones específicas y las instituciones transhistóricas (por ejemplo, el lenguaje, el individuo, la familia) constituyen la instituciones segundas que colaboran en la articulación e instrumentación de la institución primera. (Castoriadis, C.: 2001; 125) Al decir del autor “La institución primera de la sociedad es el hecho de que la sociedad se crea a sí misma como sociedad, y se crea cada vez otorgándose instituciones animadas por significaciones sociales específicas de la sociedad considerada”. (Castoriadis, C.: 2001; 125) Por lo tanto, la institución primera y la institución segunda conforman la “textura concreta de la sociedad”. Las instituciones son la norma, el parámetro, la ley, la parte  constitutiva de la sociedad. Y el nomos (ley o institución) tiene dos caras: constituye cada vez la  institución/convención de tal sociedad particular; a su vez es el requisito  transhistórico para que haya sociedad. Castoriadis permite elucidar que es la mima sociedad la  que crea sus normas e instituciones, sin recurrir a ningún fundamento  extra-social. En este sentido, para el funcionamiento de la democracia es  necesaria la auto-nomía (“auto”: a sí  mismo y “nomos”: ley) social e  individual. Para el  autor, además, son las instituciones  las que otorgan sentido a la vida de los individuos. Explica: “Lo que marca la humanización del hombre es  la institución” (...) “La institución provee   pues, de ahora en más, el sentido a los individuos socializados; pero,  además, les brinda también los recursos para constituir ese sentido para ellos  mismos (...)” (Castoriadis, C.:2001; 124)   Para que el hombre sobreviva en sociedad, debe tener una institución que  lo sostenga y lo represente:  “El hombre sobrevive creando la sociedad, las significaciones imaginarias  sociales y las instituciones que las sostienen y las representan“(Castoriadis,  C.:2001; 123). Señala, además, que  la posibilidad de cuestionar las instituciones existe solamente en las  sociedades democráticas (y filosóficas) y no antes, es decir, sólo en las  sociedades occidentales. “(...)esto sucede con el nacimiento de un espacio  político público y de la interrogación sin límites”. (Castoriadis, C.:2001;  117) Al mismo tiempo, las  instituciones son históricas y están abiertas al cambio; es por eso que en cada  época hay instituciones que se originan y otras que mueren.   Recapitulamos: la institución es la norma que define a la sociedad, es la “textura concreta de la sociedad”. Pero esa norma, en algún momento histórico, corre el riesgo de ser cuestionada y se doblega al cambio. Entonces, ¿Cómo nos podemos aproximar a la noción de crisis? El significado griego de crisis alude a la “disputa moral que se ha desarrollado hasta un extremo en el que requiere una resolución definitiva”, mientras que el significado moderno es “situación de conflicto y desorden de alguna parte de nuestro funcionamiento normal que es determinante de su continuidad o de su modificación” (Young, R.: 1989; 9). Estos significados no son excluyentes entre sí. Es por eso que podemos comprender la crisis institucional como disputa moral por el cambio de la norma y, a su vez, como conflicto emanado de esa situación crítica. En segundo término, para comprender la crisis de las instituciones nos acercamos a la “teoría de la sociedad del riesgo” de Ulrich Beck. Pero antes, queremos mencionar algunas investigaciones que acuerdan con la actual pérdida de sentido de las instituciones. Investigadores de la talla de José Nun, Isidoro Cheresky o Giorgio Alberti se han referido a la crisis institucional. Cuando se habla de crisis institucional en Argentina, si bien es un fenómeno que atraviesa a Latinoamérica, se pone el acento en un acontecimiento: los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001 que se constituyeron en una de las "respuestas" de la sociedad argentina a la crisis política, social y económica que se venía gestado desde la década pasada. Entre estos autores, Nun hace referencia a que "La crisis institucional en Argentina va mucho más allá de la conocida crisis de representatividad, se manifiesta en que las instituciones dejan de cumplir los fines para las que fueron creadas (...) las instituciones pierden sentido para los ciudadanos." (Nun, J. en Wahren, J.: 2003). Asimismo, Cheresky señala que los acontecimientos de finales de 2001 pusieron en jaque la democracia representativa y la legitimidad de los políticos, "el lazo de representación política y la autoridad institucional" (Cheresky, I.: 2002). Del mismo modo, Alberti explica que aún 
 
 
 El doble mundo descrito corresponde al pasaje de la modernización simple, propia de la sociedad industrial y las soberanías nacionales (el mundo del y) a la modernización reflexiva (el mundo del o)[40], que suprime fronteras y se confronta con sus propias consecuencias y realizaciones: crisis ecológica y revolución científico-tecnológica, expansión de las comunicaciones y desempleo extendido, aumento de la productividad y de las desigualdades, entre otras. En tal secuencia impera la sociedad de riesgo, en la que nada ni nadie se encuentra a salvo de contingencias y peligros. En la sociedad del riesgo las instituciones tradicionales están vacías de contenidos, es decir, quedan desacopladas o se ven rebasadas por las nuevas realidades globales y su impacto local. Las estructuras y las organizaciones se desintegran. El gobierno de los accidentes se convierte en el motor de la historia y las decisiones y acciones de los individuos quedan liberadas y a la intemperie. En un contexto de tal vacuidad, los sistemas de normas no pueden dar respuesta a los peligros que la misma sociedad crea. Explica Beck: “(...)la sociedad del riesgo se origina allí donde los sistemas de normas sociales fracasan en relación a la seguridad prometida ante los peligros desatados por la toma de decisiones.” (Beck, U.: 1999; 206 en Josexto Beriain). Desde esta perspectiva, el fracaso y el cuestionamiento de la norma se advierte tanto en las decisiones que se toman ante un desastre natural como ante la responsabilidad política que conlleva la representación electiva. Como contrapartida, la modernización reflexiva inaugura, para toda una época, la posibilidad de una (auto)destrucción creativa. Esto quiere decir que las coordenadas de los político estarían cambiando; estarían surgiendo nuevas forma de política y asistiríamos a la emergencia de un “compromiso múltiple y contradictorio” ((Beck, U.: 1999; 139 en Josexto Beriain). Es este el momento en que tiene lugar la subpolítica y la invención de lo político propuesta por Beck. Tanto la perspectiva de Castoriadis sobre la instituciones como la teoría de la “sociedad del riesgo” de Beck constituyen nuestra orientación para hablar de la crisis institucional. A partir de las nociones desplegadas podemos orientarnos hacia la idea de que la crisis institucional va de la mano con la pérdida de sentido de las instituciones. Como explica Castoriadis, la sociedad se crea a sí misma y a sus instituciones y es ella misma (la que se constituye) la que cuestiona sus propias normas. De esta forma, parafraseando a Beck, las instituciones también se constituyen en legitimadoras de los propios peligros de la sociedad. Si bien existe la crisis de representación como fenómeno que atraviesa el campo político, no hay que desestimar los modos en que la crisis se cuela en el sentido que los individuos, en sus totalidad, le otorgan a las instituciones. Aquí es cuando empezamos a buscar las marcas de la crisis institucional en el discurso político. Como una aproximación a la noción de crisis institucional, entonces, sostenemos que ni las actuales instituciones e ideas, ni las concepciones vigentes de “lo político” alcanzan para comprender y/o resolver las situaciones de conflicto que vivimos[41]. Es claro que, el cuestionamiento de la sociedad por sí misma, es propio de la sociedad democrática y que las instituciones contemporáneas están vacías de sentido. Podríamos, entonces, aventurar otra idea: que la crisis institucional comprende cierta pérdida de legitimidad y de responsabilidad de las instituciones políticas –entendidas, en términos de Castoriadis, como instituciones específicas-. Las normas están quebradas y ya no alcanzan para sostener la vida en sociedad donde el conflicto es constante. El cambio parece tomar forma en la crisis.  | 
    
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Notas | 
    
 25. Verón define al adversario político: “(...)todo acto de enunciación política supone necesariamente que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos al propio.” “(...) a la vez es una réplica y supone (o anticipa) una réplica.” “(...) todo discurso político está habitado por Otro Negativo (...) y construye también Otro Positivo, aquél al que el discurso está dirigido” Verón, E. 1987, p.16. [Volver] 26. Si bien analizamos discursos mediáticos, nos vamos a centrar el plano político y no en el mediático. Los planos discursivos son “ubicaciones societales desde las que se produce el <habla>”. Por ejemplo, las ciencias, la política, la educación, los medios de comunicación, la administración, etc. Jäger, S. en Wodak y Meyer comp. 2003, p. 83. [Volver] 27. El marketing político es más que un simple conjunto de tácticas y operaciones mediáticas. Es un conjunto de técnicas de investigación, planificación, gerenciamiento y difusión que se utilizan en el diseño y ejecución de acciones estratégicas y tácticas a lo largo de una campaña electoral. Es una compleja disciplina estratégica que combina el trabajo transdisciplinario de diversos especialistas ( politólogos, comunicadores sociales, publicitarios, demógrafos, estadísticos sociales, expertos en opinión pública entre otros) en tres niveles básicos de planificación y ejecución. Estos tres niveles son: Estrategia Política (diseño de la propuesta política), Estrategia Comunicacional (elaboración del discurso político), Estrategia Publicitaria (construcción de la imagen política). Extraído de www.ciudadpolítica.com [Volver] 28. La argumentación es una acción compleja que tiende a un fin: que los oyentes adhieran a la tesis presentada por el hablante. Consultar Perelman Charles y Olbrechts-tyteca, Lucio, Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Bruselas, Gredos, 1970. [Volver] 29. Ver Módulo del curso de ingreso del Profesorado en Lengua y Literatura para EGB y Polimodal. I.S.F.D Nº 22, Olavarría, 2005 y material de cátedra de Taller de Producción de Textos, FACSO, U.N.C.P.B.A., 1999. [Volver] 31. En el Capítulo IV se mencionan someramente algunas estrategias de composición de los discursos, ya que en el análisis se presta especial atención a las estrategias retórico-argumentativas. [Volver] 32. Es la operación que ordena las partes de discurso (aquello que se ha encontrado para decir). [Volver] 33. Parte del discurso en la que se anuncia el plan y se apela a los sentimientos del auditorio. [Volver] 
 
 
 37. Parte del discurso que se utiliza para hacer brillar al orador, ya que es un fragmento ornamental, fuera de tema o que se vincula débilmente con lo que se venía hablando. [Volver] 40 Esta noción acuñada por Beck alude a la reflexión en el sentido de auto-confrontación de la sociedad industrial con sus propios efectos y peligros, dando lugar al modelo de efectos colaterales latentes. Para una ampliación de este tema se puede consultar Josexto Beriain comp., 1996. [Volver] 41. Beck, por su parte, estaría insinuando que la salida de la crisis se liga a la re-invención de lo político. Este fenómeno implica la existencia de una política que no solo genere reglas sino también las modifique; que no solo pertenezca a los políticos sino también a la sociedad; que no solo sea del poder sino también de la creación: un arte de la política. Consultar: Beck, Ulrich. La invención de lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Economica, 1999. [Volver] 
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